A unos días de las elecciones intermedias en Estados Unidos, el número de amenazas contra personajes políticos se ha incrementado de manera considerable. De 3 mil 939 casos que se documentaron en 2017, la cifra pasó a 9 mil 625 en 2021. El hecho más significativo se dio la semana pasada cuando un intruso irrumpió en la casa de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, la segunda en la línea de sucesión a la presidencia.
En México, la violencia de este tipo va de mal en peor. En cuatro años fueron asesinados 18 alcaldes y 8 diputados, eso sin contar los homicidios dolosos en períodos de campaña. Si bien hay marcadas diferencias en las causas que la provocan en uno u otro país, lo cierto es que la política siempre ha desbordado las pasiones de los grupos de interés y de la sociedad en general. Lo malo es que se registra un incremento sin precedente en lo que va del siglo.
El reconocimiento que hizo el presidente Joe Biden de que en su país hay demasiada violencia, odio y virulencia es doblemente significativo. Primero, porque pone en el centro de atención un problema que no se suele reconocer abiertamente. Segundo, porque lo que ha sucedido en los años recientes está vinculado “a las mentiras” del Partido Republicano sobre el supuesto fraude de las elecciones de 2020.
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La información que se difunde en México sobre este tipo de agresiones casi siempre es insuficiente. Lo más que se menciona es que se trata de disputas entre grupos del crimen organizado, venganzas o ajustes de cuentas. A fuerza de tanto repetirse, los mensajes de las autoridades en los tres niveles de gobierno —en el sentido de que se hará justicia— son ya tan ineficaces que los reporteros de los medios los podrían escribir de memoria.
“Iremos hasta las últimas consecuencias, no importa caiga quien caiga”; “El crimen no quedará impune”; “No nos temblará la mano para actuar y castigar a los responsables”; “Procederemos de manera coordinada con las otras instancias gubernamentales”; “Pediremos el apoyo de las Fuerzas Armadas”, “Lamentamos profundamente lo sucedido”; “Expresamos nuestras condolencias a los familiares de las víctimas”; y “Tengan la seguridad de que se hará justicia”, son las expresiones más frecuentes a las que, rara vez, se les da el seguimiento que en realidad ameritan.
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En un país donde la inseguridad ha crecido en forma desmesurada, la violencia se convierte en uno de los instrumentos más utilizados para acceder al poder o mantenerse en el poder. Si bien no estamos en situaciones como las que se vivieron en los siglos XIX y XX, en el marco de las “tres transformaciones” relevantes que marcaron nuestra historia, es un hecho que durante la llamada 4T ha adquirido niveles preocupantes.
Durante años muchos pensamos que con la transición a la democracia, los conflictos y enfrentamientos que se tienen que dar en la lucha por el poder se mantendrían bajo control. Sin embargo, el movimiento armado del EZLN que inició el primer día de 1994, y el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, se convirtieron en el parteaguas de una situación violenta que ha crecido en forma desproporcionada.
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Por otra parte, la aparición de la narcopolítica en México no es reciente. El primer hecho reconocido se remonta a 1984, con el asesinato del periodista Manuel Buendía. Sin embargo, la presencia abierta de los cárteles en el espacio político se manifestó con mayor claridad desde 2006, durante la administración de Felipe Calderón. Desde entonces, la violencia política se ha convertido en parte central de la agenda nacional.
Pero eso no es todo. El incremento de la participación política de las mujeres también las ha colocado en una situación de abierta desventaja. El desafío que representa actuar en contra de una cultura machista persistente —y el rechazo totalmente justificado a las normas y prácticas sociales que mantienen la brecha de desigualdad e inequidad— agudizan el problema. A pesar de los avances que han representado las redes sociales en esta batalla, la violencia también se manifiesta en estos espacios.
Consulta: Reyes Rodríguez Mondragón y Ana Cárdenas González de Cosío. Violencia política contra las mujeres y el rol de la justicia electoral. México: Instituto de Investigaciones Jurídicas, Universidad Nacional Autónoma de México, Tribunal Electoral de la Ciudad de México, 2017.
Con base en la tendencia creciente que reflejan las estadísticas, se puede asegurar que las #Elecciones2024 no auguran nada bueno para reducir el problema de la violencia. Por el contrario. El ambiente de polarización y violencia verbal deben llevar a reflexionar aún más sobre la necesidad de poner más límites para este tipo de manifestaciones. La Reforma Electoral en puerta parece una buena oportunidad, aunque no se ven acciones concretas en el tema.
El apasionamiento es natural en toda clase de relaciones. El problema está en la frontera casi invisible que puede llegar a tener con la violencia, porque la pasión tiene que ver con la inclinación vehemente por algo o alguien y de lo difícil o imposible que puede representar alcanzarlo. Apasionarse por una causa puede ser y es, de hecho, una de las cualidades de la actividad política. La clave está en encontrar su adecuada canalización a través de los instrumentos de comunicación y persuasión que por fortuna hoy están disponibles.
Lee: Fernando Mires. La pasión política (Aportes para una ética política post-moderna). Maracaibo, Venezuela: Universidad de Zula, Espacio Abierto, volumen 10, número 4, octubre-diciembre 2001, pp. 499-549.
Para contener las pasiones y las violencias en que a veces derivan, los límites legales no siempre resultan suficientes. Los códigos de ética también son necesarios. Por supuesto que los principios y valores no aplican con los delincuentes y criminales, mucho menos con los magnicidas, ya sean sociópatas o psicópatas. Pero la clase política moderna y civilizada puede hacer mayores esfuerzos para no inducirlos desde los espacios legítimos de comunicación que tienen a su disposición.
De ninguna manera se puede negar que la política tiene su esencia en los conflictos antagónicos y que éstos no pueden abstraerse de la pasión. De igual forma, está demostrado que las sociedades modernas no solo pueden comprender cuáles serían los límites, sino aprender a no perder el control cuando no se está de acuerdo. Las soluciones que se necesitan para poner freno a la violencia deben provenir del Estado y sus autoridades. La ruta a seguir está en las leyes, la ética y las estrategias de comunicación que promuevan una nueva cultura de civilidad y respeto.
Recomendación editorial: Lesley-Ann Daniels y Martijn Christian Vlaskamp (Coordinadores). Violencia política. España: Editorial Tecnos, 2021.