La primera reacción de Palacio Nacional a la magna manifestación ciudadana del domingo 13 en la Ciudad de México, en distintas capitales de la República Mexicana y en otros países fue la de la descalificación: “Striptease de los conservadores”, se dijo, más en tono de desquite y enojo que con la certeza de que ‘aquí no pasa nada’.
Pero ahí estuvo esa enorme expresión de ciudadanos que marcharon para exigir respeto al Instituto Nacional Electoral, pero también, en el fondo, marcharon porque están en desacuerdo con el gobierno de la 4T y en contra de las violaciones a la Constitución Mexicana y de frente a las descalificaciones que previamente se habían hecho a quienes marcharan, incluso con palabras agrias, groseras e intimidantes.
Y marcharon ciudadanos representantes de todas las corrientes del pensamiento, sobre todo emblemáticos hombres de izquierda como el mismo orador oficial, José Woldenberg, a quien no se puede tachar ni de incongruente con sus orígenes ideológicos, ni de falto de amor por México.
No importó siquiera que por esos días se inventó en la capital del país un “Hoy no circula” para intentar que la gente desistiera de asistir a la concentración en el Ángel de la Independencia en la avenida Reforma y hacia al Monumento a la Revolución, toda vez que el gobierno mismo anunció que ese día la plancha del Zócalo estaría ocupada en otros menesteres…
De todo hizo para disminuir la asistencia y su percusión: nada se consiguió; o acaso sí, que la marcha no fuera aún más cuantiosa y más impactante. La sorpresa fue que los ciudadanos decidieron salir a las calles y que, a partir de ahora, este será un recurso usual para responder a las agresiones del gobierno y a los manejos gubernamentales que no contengan el interés general de los ciudadanos de México.
Hasta ahí todo fue ganancia para la democracia. Hasta ahí todo fue considerar que las instituciones que benefician al país deben ser respetadas en su autonomía y su libertad con responsabilidad. Sea para bien de todos.
Pero resulta que este enorme llamado a la participación ciudadana fue un gran éxito inicial. En contraposición, hasta el momento, esta enorme manifestación de inconformidad social no cuenta con un liderazgo único, visible, fuerte, conducente y coherente.
No hay una fuerza o un personaje independiente, libre e impoluto, que aglutine y de forma a esta fuerza política expresada ya, y que significa un contrapeso real a las decisiones de gobierno que van en contra de la voluntad nacional.
Y tan es contrapeso esa expresión monumental, que al día siguiente los partidos de oposición en la Cámara de Diputados anunciaron que no votarán a favor de la Reforma Electoral presidencial. En el Senado, el dirigente morenista Ricardo Monreal anunció que no se aprobará ninguna reforma regresiva que afecte a la democracia o a la ciudadanía.
Inmediato, el presidente de México, en su Mañanera del 15 de noviembre anunció –en vista de que podría caerse su Reforma en el Legislativo— que ya tiene un “Plan B” en el que es posible que envié una ley o reforma a la Ley Electoral sin violar la Constitución para que se elijan a consejeros del INE y magistrados del Tribunal Electoral, y que no haya plurinominales. O sea, de otro modo, lo mismo.
Evidentemente todo esto es resultado de lo ocurrido el domingo en México y fuera de México. La de la fuerza de la sociedad para mostrar su propia voluntad, para defender la democracia, para defender al INE como garante de procesos electorales limpios y como digno responsable del registro ciudadano… Y también para defenderse a sí misma.
Pero aún más allá que todo esto, está la muestra de que en México aquel apaciguamiento y silencio con el que se tomaban las decisiones de gobierno por encima de las leyes, de la Constitución y de las instituciones democráticas, ya no existe. Ahora todo será distinto…
Y sin embargo los partidos de oposición, los que oficialmente están reconocidos, los que significan una propuesta distinta para ciudadanos de pensamiento diferente en una sociedad democrática, están atónitos, guardan silencio. La sociedad civil los rebasó y queda demostrado que está por encima de ellos.
Esos partidos de oposición que con tanta facilidad el gobierno mismo ha anulado, y porque ellos mismos muestran sus propias incongruencias y debilidades, están en el limbo de la política nacional: ni con Dios ni con el diablo. En el vacío absoluto. Porque no hay nada que contenga su caída en 2024, aunque ahí afuera esté una sociedad ávida de respeto y de participación.
¿Usted cree que el famoso Alito-priista es creíble-confiable y quien podrá encabezar una oposición fuerte, congruente, capaz e intensa? ¿O la dirigencia del PAN o Movimiento Ciudadano? ¿Y creé usted en los partidos rémora de Morena en el poder? Nada hay de una oposición cierta y confiable.
Pero ahí está la enorme manifestación del domingo y de los millones que piensan igual a los que asistieron pero que no lo pudieron hacer por razones varias, o en ciudades o municipios en donde hay esas inconformidades y que buscan salidas a su pensamiento y necesidades, de todas las formas ideológicas y, sobre todo, siguiendo la vocación nacional, la de la izquierda real.
¿Qué sigue a lo del domingo pasado? Los resultados ya se van viendo. Pero ¿y el 2024?