La COP27 celebrada en Egipto, se convirtió en un escenario de reclamos y reproches de los países en desarrollo hacia las naciones ricas. Distintos líderes y mandatarios, reclamaron el actuar de los países más desarrollados en el último siglo a quienes señalaron como responsables directos del calentamiento global.
Los países pobres reclaman pagos por los daños ocasionados a sus ecosistemas producto de la explotación de los recursos naturales, mismos que a su vez, fueron causa y efecto del aumento de la temperatura del planeta.
Las naciones con yacimientos petroleros defendieron además su “derecho” a seguir produciendo petróleo toda vez que es la única fuente energética disponible y asequible para sus economías, mientras que, para otras, continúa siendo su principal fuente de ingresos. Para dichas naciones, la transición a las llamadas “energías límpias”, no es viable en el corto plazo y muchos de esos países, no están dispuestos a endeudarse para avanzar en la cruzada contra los energéticos fósiles.
Ello pese a las declaraciones del presidente colombiano Gustavo Petro, quien señaló durante su intervención en la cumbre climática que era necesario acelerar la transición energética, pero, en condiciones “asequibles y favorables” para los países en desarrollo.
En la entrega anterior, mencionábamos que para comprender la magnitud del “proyecto” de transición energética, debíamos entender que el principal agente del cambio climático es el consumo.
Desde al menos hace ocho décadas, ha prevalecido la cultura del consumismo en todo el mundo. Este principio se convirtió en sinónimo de “éxito y opulencia” pues entre más exitoso se es, se tienen mayores oportunidades para adquirir todo tipo de bienes y servicios. A su vez, la adquisición compulsiva de bienes se conformó en el apéndice de las políticas corporativas que se basaron en la maximización de las ganancias y entrega de beneficios a los accionistas.
Esa cultura de demanda masiva de bienes y servicios, generó por muchos años el incremento de la demanda de insumos y materias primas, principalmente del carbón, el petróleo y el gas para producir electricidad. Como desde el primer día de la revolución industrial, al día de hoy, nada se mueve sin electricidad, de hecho, las maravillas tecnológicas que hoy dominan al mundo y lo llevan por el sedero de la digitalización, tienen en la energía eléctrica su esencia y fuerza de vida.
Las portentosas obras digitales de la actualidad y del futuro, no serán nada sin la vida que les insufla la electricidad. Esa es la importancia del sector eléctrico en el mundo y explica la crisis por la que atraviesa Europa en su cruzada por deshacerse del gas ruso.
Pero como lo hemos comentado en este espacio, las energías llamadas “renovables” no son por sí solas suficientes para cubrir la demanda eléctrica que generará la automatización de la vida cotidiana, ni tampoco serán limpias, ni sustentables, ni renovables, pues sus orígenes provendrán de fuentes naturales o, del gas o del petróleo.
Hoy la industria automotriz y energética, se debaten en la complejidad que representa elevar la producción mundial de litio para cubrir la demanda que generará la masificación de los autos eléctricos, pero independientemente de que se logre la meta de producción de litio o, se sustituya por algún otro mineral, el asunto es que tanto la producción de litio como de las llamadas tierras raras, provienen de “fuentes naturales” que tienen en la minería, una de las industrias señaladas como de las más nocivas y contaminantes, a su principal extractor.
En este momento, a nivel mundial, la industria minera se está conformando en la base de la cruzada contra las energías fósiles; sin embargo, este sector ha evitado ponerse a la luz de las discusiones de la sustitución del gas y petróleo y algunas de las empresas más importantes de la industria, están haciendo intentos para mostrarse como sustentables, pero con pobres resultados y escasa credibilidad.
Tanto el litio como las tierras raras, no se utilizan únicamente para fabricar baterías, también son uno de los insumos principales para la fabricación de paneles solares y un sinnúmero de dispositivos electrónicos. El aumento de la demanda de energía solar, requerirá también, mayor actividad extractiva en las minas y cuando los paneles terminen su vida útil, se habrá generado un fuerte impacto a los ecosistemas por la actividad minera y por la basura electrónica que se producirá.
En Francia, existe un movimiento que puso el foco en la contaminación generada por las torres de energía eólica en desuso. La alta resistencia de los materiales con que fueron confeccionadas, impiden su reciclaje, lo que dio paso a un enorme cementerio de aerogeneradores a cielo abierto.
Otro ejemplo, son los llamados hidrógeno azul o verde, conocidos como alternativas de “energía límpia”. Los especialistas en la materia, se debaten entre cuál de los dos es menos contaminante, pues mientras uno requiere de grandes cantidades de agua, el otro necesita un alto potencial energético para su eficiencia, la cual sólo se consigue a través de electricidad producida con energías fósiles.
Transitar a la economía sustentable también requiere modificar todas las cadenas de valor de las manufacturas y servicios, la sustitución de materiales e innovaciones que permitan dichas transiciones que requieren mucho más de los 100 mil millones de dólares que los países ricos destinan cada año para la transición a energías “limpias”.
Lograr esto llevará más de 10 años que es la meta de la Agenda 2030 de la ONU, toda vez que el planeta, requiere recursos para cubrir la demanda (consumo) de 8 mil millones de habitantes que ya sumamos al día de hoy, lo que, a su vez, hará difícil alcanzar las “cero emisiones netas” que algunos países y empresas se fijaron para el 2050.
De hecho, eso difícilmente sucederá pues quienes se han comprometido a ello, tiene planeado “lograr” sus metas comprando bonos de compensación de emisiones, es decir, pagar por el derecho a contaminar en otros países o regiones, pero de esto, hablaremos en otra entrega.