#RECOVECOS

La felicidad

No se les olvide ser felices. | Jorge Ramos Pérez

Escrito en OPINIÓN el

En enero de 2004 la revista Nexos publicó 25 textos de escritores, poetas y periodistas en los que describían la felicidad. El ejemplar lo guardo entre mis revistas favoritas. Cuando leí ese número de Nexos, la recorrí a grandes zancadas, no podía ser de otra forma, frente a lo que cada uno de esos creadores, a su manera, hablaba de esa palabrita que puede encerrar tantas cosas y que se escapa como el agua entre las manos: la felicidad.

Carlos Fuentes, uno de mis héroes de cabecera, un poco flemático hace un recorrido por la historia y nos enseña que una de las definiciones modernas de ella es que lo bueno es útil y que Nietzche opinó que felicidad e historia rara vez coinciden. Hay una frase de Fuentes por su contenido dramáticamente real:

“¿Hay felicidad que no se vea empañada, más tarde o más temprano, por la muerte del ser querido, la ruptura de la relación amatoria, la fidelidad traicionada, la amistad quebrada?”

Siguiendo el curso de la revista, aparece Jorge Luis Borges. Él pensaba que Adán, cuando vuelve de su expulsión del paraíso, se preguntó si en verdad existió ese jardín del edén. La conclusión de Borges es formidable:

“Y, sin embargo, es mucho haber amado,

Haber sido feliz, haber tocado.

El viviente jardín, siquiera un día”.

Gabriel García Márquez contaba la historia de un terrible aguacero, de esos llegan con tal fuerza después de la sequía, pero como la felicidad del amor, de forma tan providencial como devastadora. Ya alguna vez, el Gabo había dicho que la memoria es aquello que recordamos no lo que fue:

“Así como los hechos reales se olvidan, también algunos que nunca lo fueron pueden estar en la memoria como si hubieran sido”.

La poblana Ángeles Mastretta, autora de Mujeres de ojos grandes, compara a la felicidad con un colibrí. No se busca la felicidad, se encuentra. La felicidad, según Mastretta, aparece cuando menos la esperamos y es huidiza, quebrantable, embaucadora.

La felicidad, insiste ella, es como la luz de las mañanas, como el ruido del mar, como el amor desordenado, las hojas de los árboles o el azul de los volcanes. Es arrebatada, repentina, inevitable, cruza dejándonos el silencio como hacen los ángeles y las luciérnagas, igual que un colibrí o las hadas.

Y aparece Benedetti con su Defensa de la alegría.  

Clara Sánchez es escritora. No la conocía entonces. Ella relata un mal día de domingo. Primero piensa que se va a morir de cáncer. Los médicos le dicen que está sanísima. Luego, encuentra en el saco de su esposo una tarjetita con el nombre de una mujer y su teléfono, y con ella el demonio de los celos. Resulta que es el nombre de la esposa de su jefe con el que cenarán esa noche:

“De repente, la vida se oscurece como si se hubiese producido un eclipse. De repente me da igual vivir o morir. Todo es mentira. ¿Por qué la felicidad dura tan poco?”

Manuel Vicent escribe en El País textos maravillosos, como el de la mujer que al morir su marido descubre a un ser desconocido en el fondo de su cajón del buró que en décadas no había hurgado. Este hombre, Vicent, dice que la felicidad no existe y si existe no es obligatoria, postura con la cual coincido.

En todo caso se reduce a pequeños actos felices que cualquiera puede fabricarse para consumo personal cada día. Es rudo este hombre: Si usted consigue recordar qué le sucedió en la primavera del año 1997, seguramente se debe a que en ese tiempo no era feliz y alguna desgracia rondaría su vida.

No se les olvide ser felices.

Punto y aparte. La corrupción, ni siquiera sus intentos autoritarios, serán el talón de Aquiles.

Punto final. Diciembre va a cimbrar a la política en México.