Así que el Zócalo ya no es para todos los mexicanos. Ya no para llegar a él con toda libertad y seguridad para expresar en el lugar más emblemático del país lo que uno piensa, lo que uno quiere, lo que siente o disiente.
La misma plaza de la Constitución en la que aún resuenan las alegrías o las tristezas, las lágrimas y el dolor, la esperanza y la frustración de los mexicanos durante siglos.
Toda la historia del país resumida en esa plancha monumental de 46 mil 800 metros cuadrados y a cuyo total y entorno se le denominó así en honor a la Constitución de Cádiz, promulgada allá en 1812 y de la cual nuestras constituciones abrevaron uno de los preceptos imborrables e ineludibles: un derecho justo, y base de todos los derechos: la libertad de imprenta, que es la libertad de expresión.
Y precisamente, este domingo 2 de octubre, como cada año, se concentran ahí quienes quieren conmemorar la tragedia ocurrida en Tlatelolco hace ya cincuenta y cuatro años.
Y como sabemos, aquellas muertes de jóvenes estudiantes fueron porque ellos, los muchachos de entonces, salieron a las calles para exigir sus derechos, exigir el cumplimiento de sus peticiones al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, para hacerse presentes y para mostrar que México tenía que cambiar ya, porque había que transformar al país y adecuarlo a los nuevos tiempos y a las necesidades actuales. Y por sus libertades.
“¡Justicia-justicia-justicia!” se pedía entonces. Y al hacerlo se ejercía ese derecho único e intocable e inalienable como es la libertad de expresión.
Precisamente en nombre de esa libertad y por esa libertad y por ejercerla murieron aquellos jóvenes soñadores de un nuevo país. Gracias a esa –su– libertad de expresión, desde entonces México ya nunca sería igual al país postrevolucionario en donde prevalecía el gobierno de un solo partido y de unos cuantos hombres en el poder. Ya no.
Fue el parteaguas en la historia moderna de México, pero sobre todo fue el momento culminante de esa libertad de expresión.
Los gritos y las exigencias vigorosas de aquellos muchachos en las marchas que llevaron a cabo en el Zócalo de México en 1968 aún resuenan, aún exclaman y reclaman; están fijados en las paredes, en los muros, en las fachadas de esos edificios emblemáticos y poderosos. El Palacio Nacional uno de ellos, del cual han salido lo mismo justicias como también desdichas y crímenes sociales: cosa de los tiempos.
Pero eso: cosa de los tiempos es ahora mismo cuando el discurso de odio proveniente de las esferas del gobierno federal y de sus obedientes seguidores en otras entidades y gobiernos, ha calado en la mente mínima de quienes suponen que oponerse a la libertad de expresión es estar bien con el poderoso en turno.
Son grupos de mexicanos que no entienden la esencia del evento que se conmemoraba y, por lo mismo, no entienden al país todo, y no entienden que sus ideas pueden no ser las mismas que las de los otros pero que son asimismo respetables, por lo menos así se entiende en democracia.
Y esto viene al caso porque de manera agresiva, violenta en su forma verbal, intolerante y cargada de ese odio discursivo que oyen mañana a mañana, insultaron y maltrataron a una mujer, a una periodista, a una analista que dice lo que piensa y expresa lo que reflexiona a través de sus medios: Denise Dresser. ¿Por qué?
¿Porque no está de acuerdo con lo que percibe en este gobierno y porque se ha manifestado en contra de decisiones que le parecen inadecuadas para la paz social, la justicia y la igualdad en este país? ¿Por eso? ¿Por contrastar lo que se dice cada día y lo que ocurre en la realidad cada día?
Este 2 de octubre ella quería manifestar su inconformidad con la militarización del país. Ella quería expresar causas de injusticia en contra de las mujeres y quería hablar a los mexicanos que piensan como ella y también a los que no. Pero no la dejaron.
Grupos de fanáticos intransigentes la agredieron, la insultaron y la expulsaron del Zócalo. De ese Zócalo que es de todos los mexicanos. Que es la plaza nacional en la que las distintas ideas pueden cantarse a los cuatro vientos, en libertad, esa libertad por la que murieron aquellos muchachos del 68 murieron y por la que han muerto y luchado muchos mexicanos.
Eso es: el discurso de odio ha calado. Lo han conseguido. ¿Ese es el país que se nos tenía prometido? Un país dividido. Cargado de ira de unos contra otros. Un país en donde todos somos o amigos o enemigos. En donde somos seguidores o adversarios, aunque esos adversarios piensen hacia la izquierda, esa misma izquierda que hoy mismo, en ese gobierno, está desdibujada y es inexistente.
Muy lamentable lo que ocurrió este 2 de octubre. Desde Palacio Nacional, a unos pasos de donde ocurrió el “¡Fuera-fuera-fuera!” se emitió apenas un tibio comentario a esta agresión a la libertad de expresión y a una mujer.
¿De veras se conmemora así a unos estudiantes que murieron por luchar y ejercer su libertad de expresión? ¿De quién es el Zócalo de México hoy con la 4T?