Aunque es prematuro afirmarlo, en las próximas elecciones presidenciales Morena no enfrentará a un solo candidato o candidata opositora como lo quisiera Unid@s. La primera parte de la pasarela que hizo el PRI hace unos días para presentar a sus aspirantes presidenciales auguran un escenario de dispersión y división, que solo beneficiará al personaje que finalmente elija el presidente Andrés Manuel López Obrador para sucederlo.
La estrategia electoral del primer mandatario sigue funcionando. Por un lado, porque mantiene el control de la mayor parte de la agenda pública. Por el otro, porque sigue sometiendo a la mayoría de sus opositores. Además, sigue avanzando en la construcción de la candidatura de quien será su sucesor en 2024. Claro que ha cometido errores y tiene varios puntos vulnerables, pero aún no se ve a nadie que pueda ganarle en el corto plazo.
El solo hecho de presentar una lista de 42 aspirantes opositores es mucho más que una ocurrencia, como lo han querido ver algunos analistas. La acción comunicacional deja en claro que el presidente no quiere ni le conviene que, al final de la contienda, solo lleguen dos candidat@s fuertes. Vamos, se trata de evitar una competencia parecida a lo que sucede con la segunda vuelta en otras democracias. Eso, ni pensarlo.
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Las próximas elecciones presidenciales no serán muy diferentes a las de periodos anteriores: gastos excesivos, saturación de mensajes, clientelismo, guerra sucia, audio o videoescándalos y la participación de varios candidatos, algunos de los cuales servirán de comparsa a los más fuertes. A menos, claro, que la Reforma Electoral cambie sustancialmente las condiciones de competencia, se quite fuerza y autonomía a las instituciones encargadas de garantizar la legalidad de los comicios o emerja un modelo menos equitativo.
Una contienda entre más de tres hará más difícil la comunicación con la ciudadanía para algunos, pero beneficiará a otros. Quienes estén rezagados en las encuestas —al nivel de los candidat@s independientes— solo tendrán en los medios los tiempos que por ley les corresponden y no habrá tratamiento especial por parte de la mayoría de noticieros y programas de análisis. Asimismo, su presencia en redes sociales será limitada y no influirán en las tendencias y conversaciones.
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Haber iniciado “precampañas” en forma anticipada ofrecerá grandes ventajas a los funcionarios de Morena seleccionados por el presidente López Obrador. Llegarán a la precampaña con un posicionamiento sólido, que les dará amplios márgenes de maniobra frente a sus adversarios. Los errores que cometan, si no son graves, se podrán corregir con mayor facilidad por la ventaja y tranquilidad que da tener números altos en las encuestas.
Por si fuera poco, hacer precampaña también abonará en favor de la o el finalista de Morena. Serán noticia y tendencia en la mayoría de espacios noticiosos. Los conflictos que surgirán entre ellos y con los adversarios de otros partidos, serán motivo suficiente para fortalecer al preferido o preferida desde las conferencias mañaneras. Y si por alguna u otra razón intervienen las autoridades electorales para poner orden, pues qué mejor.
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Debido a los “muchos” aspirantes que tiene la oposición, en contraste con los números pequeños que registran en las encuestas tanto en reconocimiento, popularidad e intención de voto, es previsible que sus acciones no logren el mismo impacto que los aspirantes de Morena. Sus acciones no solo irán cuesta arriba. También corren el riesgo de que sus narrativas terminen fortaleciendo a quienes pretenden debilitar.
Si la idea es ponerlos a competir hasta lograr un candidato de unidad, en principio suena bien. Si además el bloque opositor consigue que el ganador haga suyo un proyecto surgido de una gran alianza de partidos y de la sociedad civil, mucho mejor. Existen condiciones para que ambos objetivos tengan éxito. Pero si fallan en la identificación del adversario, en la narrativa de campaña y en la contundencia de sus propuestas, entonces estaremos frente a la crónica de un triunfo anunciado.
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Darse a conocer desde cualquier posición en el gobierno federal ayuda. Las responsabilidades y recursos son mucho mayores a los de cualquier aspirante, aún con las limitaciones que las leyes imponen. Cierto es que los recursos que tienen y tendrán a su disposición PRI, PAN y Movimiento Ciudadano no son tan pequeños como se cree. Pero también lo es que, por tratarse de una carrera de largo aliento, imponer agenda es un recurso que se obtiene en forma más efectiva desde el poder público, más cuando hay programas sociales de por medio.
En el mismo sentido, tampoco se puede negar que entre los aspirantes de la oposición hay varios personajes con amplia trayectoria, capacidad y experiencia. Para algunas y algunos, no sería la primera vez en buscar la presidencia de la República. El problema no está ahí. Cargan, entre otros factores, con el lastre del desprestigio de la política, el desgaste provocado por las largas campañas en las que han participado y el férreo control que quiere mantener el presidente López Obrador.
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Con la aniquilación de la Alianza Va por México, lo deseable ahora es reconstruir el proyecto que le dio origen y tratar de conseguir, por todos los medios legítimos posibles, un candidato o candidata de un solo bloque opositor. Es lo que el bloque opositor necesita. Es, incluso, lo que requieren el presidente y su partido para mantener la confianza en caso de que resulten ganadores. Sin embargo, hasta hoy, la misión parece imposible.
Al postularse como aspirante, la senadora Beatriz Paredes dejó bien claro que para ganar se necesita conformar un “frente amplio”, porque desde un partido no existen las condiciones apropiadas. A estas alturas, el argumento es una obviedad. Sin embargo, ni en las acciones ni en los discursos se deja entrever todavía una estrategia de comunicación política capaz de vencer a la maquinaria lópezobradorista. Lo bueno, es que existe la posibilidad. Lo malo, es que la oposición sigue perdiendo tiempo.
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