En las últimas semanas, la ola mediática sobre casos del llamado bullying ha alcanzado niveles de tsunami y se ofrecen o repiten de manera irresponsable en noticieros y periódicos, cifras tan aterradoras, inciertas como descomunales, que afirman que en México mueren por bullying anualmente poco más de cinco mil niños y adolescentes. Por ello, con este texto, en el que intentaré ofrecer –incluso para mi propia claridad- un marco para ubicar y entender los alcances y significados de la violencia escolar, se hace necesario debatir el alcance del fenómeno, que espero ir desarrollando en entregas sucesivas, por la economía de palabras que impone el espacio de una colaboración como ésta.
Primero hay que decirlo claramente: no existe registro alguno que pueda, de manera seria, dar cuenta de tales hechos. El instrumento oficial que registra las causas de muerte en México es el Certificado de Defunción elaborado por los médicos legistas, que es la fuente de la Estadística de Mortalidad que integra la Secretaría de Salud.
Este documento permite ordenar los decesos de acuerdo al Catálogo Internacional de Enfermedades (CIE) además de registrar las muertes por “causas externas” entre las que se enlistan tres modalidades: suicidios, homicidios y accidentes. El instrumento citado consigna también datos de las personas fallecidas, entre las que se encuentran la edad, el sexo, el nivel educativo, el estado civil, el lugar donde ocurrió el deceso, la causa directa precisa o presumible de la muerte.
En el caso de presumirse homicidio, se agrega el arma o posible instrumento que originó la lesión que les cegó la vida. Y, en los últimos años, se agregó –por instancia de las organizaciones feministas- un apartado para conocer si existían antecedentes de violencia sufrida de las y los fallecidos.
Gracias a esta fuente se han podido contar los probables homicidios ocurridos en el país y conocer sus modalidades y características, que para el año 2012 frisaban en tres mil, representando poco más del 10% de las muertes por homicidio.
En este marco, la cifra de marras, que incluso fue integrada en un documento legislativo ya que lo refirió una diputada, resulta además desorbitada considerado que la población menor a 18 años es de 19.8 millones, equivalente a 16.7% del total de la población y menor a la población de mujeres que es de 60.5 millones equivalente a 52% de la población.
En ese sentido si la cifra de cinco mil niños, niñas y adolecentes de ambos sexos muertos a consecuencia del llamado bullying, fuese cierta, significaría que la violencia escolar triplicaría las tasas de victimización del feminicidio que es de 2.4 por cada cien mil mujeres. Estaríamos entonces en los albores de un auténtico holocausto infantil. Lo cual ciertamente no es el caso.
Segundo. La sinonimia que se realiza comúnmente entre violencia escolar y el llamado bullying no permite desmarcar contextos, agentes y factores que intervienen en el espacio escolar –que no está aislado- y se tiende a considerar el fenómeno como un problema individual de niños y niñas violentos, desadaptados y antisociales, que requieren ser institucionalizados o disciplinados.
En este sentido hay diversas formas de violencia en la escuela y contra la escuela y para abordarlas hay que inscribirlas, tanto en la dimensión individual (los sujetos violentos y violentados) como en el ambiente del espacio escolar (la relación alumnos-maestros y la función de las reglas del orden escolar) sin desconsiderar el entorno social inmediato (el barrio) y mediato (la sociedad en su conjunto).
Si sólo miramos una de estas dimensiones, no estaremos comprendiendo el problema y por tanto tampoco estaremos en condiciones de poner en juego medidas para canalizarlo y contenerlo.
Un enfoque más amplio considera que la violencia escolar comprende actos, dichos o eventos en la línea vertical (de maestros hacia alumnos) y horizontal (entre alumnos) además de la violencia propia del sistema escolar y del bullying equivalente a diversas prácticas que van desde como “la carrilla, “la joda”.
Algunas prácticas de buleo o burla, son multianecdóticas entre las generaciones escolares y pueden ser incluso amistosas e inofensivas. Pero otras pueden hasta llegar al acoso y a conductas antisociales delictivas en sus variantes mas extremas (violaciones, abusos sexuales, quemaduras, lesiones, asfixia e incluso llevar a la muerte) No es exclusivo de una clase social, ni de un sexo, aunque predomina entre los varones –según diversos estudios- y generalmente repite los estereotipos de la discriminación predominantes en la sociedad.
Se dirige por ejemplo hacia los niños y niñas más débiles, por alguna discapacidad o disfunción; por el color, la estatura, el peso, la orientación sexual, la pertenencia étnica., etcétera.
Se sabe también que el entorno social es muy influyente en las prácticas de la violencia en las escuelas. La marginalidad de la zona escolar, la convivencia social de las poblaciones del entorno marcada por prácticas ilegales o delictivas, ha sido identificada como un factor determinante en la socialización violenta que se manifiesta en las escuelas. Sin excluir que normalmente en las zonas más marginadas se ubican los centros escolares mas precarizados.
El ambiente escolar por su parte estructura un orden de selección meritocrática –en el mejor de los casos- que repite las claves del poder, desigualdad y discriminación social de la sociedad en su conjunto. Pero el orden escolar tiene su propia violencia; premia a los más aptos, los más fuertes, los más extrovertidos e inteligentes, mientras desestima a los que tienen menos habilidades o son más reservados. En sus peores muestras, el ambiente escolar puede ser el reino de la arbitrariedad, el favoritismo y la doble moral.
En este sentido, la escuela no sólo es una fábrica de individuos que se socializan en sus reglas. Es también un entorno, una atmósfera que independientemente de su eficacia formativa – su capacidad para transmitir y desarrollar conocimientos y competencias- transmite actitudes, disposiciones e interioriza emociones. Se aprende ahí el sentido de la amistad, del respeto, el éxito, el fracaso, la lealtad, la traición. Sobre todo se aprenden las funciones del orden y el sentido y utilidad de las normas, que derivan tanto de su entorno inmediato como de la sociedad en su conjunto. La escuela es así un engranaje en el sistema de socialización y reproducción social (Bourdieu y Passeron, 1978)
De cara a esta complejidad apenas esbozada, me parece oportuno poner en suerte las reacciones diversas que ha suscitado la ola mediática en torno al bullying.
De entrada señalar la cortedad de alcances de la tan cacareada reforma educativa ante este ahora considerado un extendido y preocupante problema, por la propias autoridades. Ha sido a raíz del infortunado fallecimiento de Héctor Alejandro Méndez Ramírez, de 12 años, en Tamaulipas –detonador de este oleaje- que se han anunciado en menos de tres semanas tres programas para atenderlo.
El primero es un programa piloto por parte del la SEP, anunciado en la misma nota de prensa en que se ofrecían condolencias a la familia del niño, dicho programa iniciaría con un diagnóstico en el último trimestre del año, habida cuenta que se avecina el fin de cursos. Y no se dijo más.
El segundo fue presentado por el subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana Roberto Campa, quien destacó un monto con 166 millones de pesos “para 13 mil 647 acciones en tres vertientes”. Sin mayores precisiones sobre el contenido de estas acciones, lo primero que salta es el costo prorrateado que resulta de aproximadamente doce mil ciento sesenta y tres pesos por acción, para ciento cincuenta y dos mil centros escolares públicos que existen, según el Censo Educativo.
Aunque lo más sorprendente es que se pretenda que los mismos maestros que según los diagnósticos gubernamentales resultan poco funcionales para la labor de enseñanza, sean coloquen ahora como el soporte para estar a cargo de los “mecanismos alternos de mediación y resolución de conflictos, capacitación en habilidades para la vida y prevención de la discriminación, así como la atención de los servicios de atención psicológica a niñas y niños”, que señala el programa.?
La tercera de estas iniciativas para no quedarse atrás, fue anunciada por el Jefe de Gobierno Miguel Ángel Mancera, que debido a que el gobierno capitalino no es partner de la descentralización educativa, no tiene injerencia en los centros escolares, consistirá en un red de atención a víctimas del bullying entre las diversas instituciones concurrentes. Las cuales no fueron enumeradas.
Por lo pronto al igual que la campaña para ofrecer lentes gratuitos para la inseguridad, el programa anunciado por las autoridades federales parece un paraguas para una tormenta que requiere no sólo estudios a profundidad, sino además el desarrollo de toda una red de servicios de atención y prevención a la salud incrustado en los planteles escolares, además del despliegue de programas extensos en materia de actividades culturales, deportivas, sin excluir por supuesto una profunda transformación del ambiente transido de autoritarismo y arbitrariedad en los centros escolares.
Tampoco se debe dejar afuera la revisión curricular que ha sido expurgada de casi toda formación humanística, ni soslayar el papel de los medios en la reproducción de la violencia.