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OPINIÓN

Covid-19, la pandemia y sus actores principales

Considero que durante la pandemia y en la vida debemos escuchar a la ciencia, aunque a veces sea difícil entenderla. | Ernesto Cruz Ruiz

Escrito en OPINIÓN el

Múnich, Alemania. Seis meses han transcurrido desde mi última contribución a esta columna. Desde entonces, y como todos sabemos, la pandemia no ha parado, por el contrario, se ha expandido y llevado con sus olas las vidas de abuelos, padres, hermanos, amigos, conocidos. Y así continuará de no hacer lo necesario para mantener el control de los contagios al mínimo: evitar reuniones numerosas, mantener manos limpias, evitar tocar cara y ojos, usar cubrebocas, mantener ventilados los espacios de uso común, etcétera. 

En fin, son ese “mínimo esfuerzo”, lo que he observado en Múnich desde mi regreso y lo que he leído que sucede en México, las motivaciones principales de esta columna, la cual divido de la siguiente manera.

Los locos

A nivel social y personal, no sé en qué momento dejamos de querer entender y tener la avidez de examinar el contexto y las circunstancias que nos rodean. Posiblemente el brillo del OLED o del LCD ha opacado nuestra empatía y la curiosidad que nos caracteriza como seres humanos pensantes. Más aún, hemos llegado a creer que leer algún libro o un blog, estudiar una licenciatura, hacer un postdoctorado, etcétera, es equivalente a saber más que los que nos rodean y de quienes dedican su vida al estudio de las ciencias. Menciono esto porque aquí en Alemania y en todos los países seguramente, todos hemos escuchado en nuestro día a día a personas que minimizan la pandemia y los contagios por medio de expresiones retrógradas y tan miopes que causan estupefacción. Tal parece que la pandemia nos ha transformado a todos en prominentes expertos epidemiólogos. Todos opinamos, todos somos los que entendemos más que los demás.

Y ante este nuevo mundo lleno de autoproclamados técnicos y científicos, uno se plantea la siguiente pregunta: ¿podemos separar nuestras opiniones y diferenciarlas de lo que un científico llama “método”, el cual informa sus argumentos e implicaciones teóricas? Considero que no, pues todos, desde políticos hasta los vecinos de la colonia, todos nos presentamos como los poseedores del saber supremo, aún por encima de químicos, físicos, o epidemiólogos. Claro, quizás los científicos tienen sus propios sesgos, pero en la academia, el arbitraje es lo que hace la diferencia entre opiniones y ciencia. Ese arbitraje, afortunadamente, no está supeditado a ideologías o supersticiones. Recordemos que cualquier persona puede escribir un libro, leer un libro, leer o escribir comentarios en las redes sociales, pero desafortunadamente, no todos podemos hacer ciencia. 

De esta forma, así como alguna vez se declaró que Dios estaba muerto, en estos tiempos nuestros parece que la ciencia está muerta. Pero al igual que Dios, la ciencia actúa de maneras misteriosas y nos salvará a todos, seamos crédulos e incrédulos. Aunque ahora mismo los científicos parezcan para muchos todavía unos locos alarmistas, son ellos los que continúan trabajando para salvarnos a todos.

Los mudos y los invisibles

Desafortunadamente siempre habrá una boca seca, un estómago vacío. En Alemania, en México y en el resto del mundo es lo mismo. Las causas de esa precariedad aquí y allá, en todos lados, son múltiples, pero siempre de tipo personal y social. Ingentes disputas al respecto han inundado el mundo académico y de los amateurs, siempre ponderando la responsabilidad social vis-a-vis la personal. Sin embargo, el hecho es que esta pandemia ha afectado a los más vulnerables, a los que lejos de cualquier agenda ideológica necesitan apoyo, necesitan ser más visibles que nunca. En todo el mundo los invisibles carecen de acceso a los servicios de salud. Y a veces se les estigmatiza de manera automática cuando se les ve desde la comodidad de una clase social más alta. La pandemia ha revelado hoy más que nunca la importancia social de los invisibilizados. Ellos preparan nuestra comida, nos cuidaron en nuestra infancia, nos curan y atienden en esta hecatombe. En esta crisis, recordar a la otredad es más que necesario, es garantizar nuestra propia existencia y la de todos. Todos somos uno, hoy ellos, mañana nosotros. En este mundo compartido, la pandemia nos tocará a todos, de una forma u otra. Hasta este momento, el precio de la pandemia ha sido alto y se ha llevado en particular a los sin voz. En el mejor de los casos el virus nos ha recordado que todos compartimos el mismo destino.

Así que, pensar en los que no tienen la voz, e incluirlos en procesos de decisión, siempre será de beneficio infinito para ellos y para todos en general. Pues todos compartimos este mundo y el virus no reconoce estatus social o sangre real. Lo peor de la pandemia aún no ocurre, el virus sigue mutando, aún cuando ya existe una vacuna esta crisis está lejos de su fin.

Los ciegos y los sordos

Los incrédulos comenzaron a vivir ellos mismos los estragos de las infecciones, pues el virus logró penetrar su círculo social desde lo más exterior, hasta llegar a ellos. Los asintomáticos o aquellos con síntomas leves son los más peligrosos en la pandemia, particularmente cuando niegan los hechos que la ciencia afirma. Estos personajes, incapaces de ver más allá de su nariz y ver hacia dentro de sí mismos, reniegan de su convalecencia, se aventuran a romper su cuarentena. Esa simpleza y ligereza al tomar decisiones es preocupante. ¿Cómo se puede negar lo que es evidente a nivel mundial? ¿Cómo y por qué hacen caso omiso a las recomendaciones de los expertos? Son precisamente los ciegos los que más daño nos hacen a todos y a ellos mismos. Aún más preocupante es que algunos de esos necios son nuestros representantes políticos y sociales. Son estos personajes los que no quieren ver la existencia de los que los rodean y no escuchan a los que han dedicado su vida al estudio de pandemias y al desarrollo de vacunas. Es precisamente ese ego desmedido y poco tacto o contacto con la realidad lo que nos está matando a todos.

Recapitulación

Hasta aquí simplemente he enlistado mis observaciones a lo largo de la pandemia y prolongado en tres partes el contenido de mi pasada columna. Primero, considero que durante la pandemia y en la vida debemos escuchar a la ciencia, aunque a veces sea difícil entenderla. Por ejemplo, ¿quién sabe cabalmente el funcionamiento de una computadora o una vacuna en estos días? Quizás jamás lo entenderemos, pero es imprescindible entender lo más fundamental: todos tenemos derecho a tener una opinión propia acerca de lo que nos rodea, pero poner en duda lo que no entendemos es básicamente equivocado si no lo hacemos analíticamente. Segundo, espero que a este momento la pandemia nos haya enseñado ya el valor de la empatía, y ojalá se generalice mucho más, pues no podemos seguir repitiendo infinitamente estereotipos y negando que en este mundo compartido todos somos afectados y nadie se escapa de virus alguno. Tercero y último, externar nuestras opiniones incluye la responsabilidad de poner en duda nuestros propios juicios y el de los que nos rodean. No hay verdades absolutas, pero sí, por medio del diálogo se construyen verdades informadas. Aún más, es preocupante que haya personas que jamás disputen las ideas que repiten, ni mucho menos las propias. Esto es particularmente alarmante cuando se trata de nuestros líderes políticos y sociales. Protejámonos de virus y de nosotros mismos.