ADELANTOS EDITORIALES

El dinosaurio disfrazado • Macario Schettino

De opositor a demagogo.

Créditos: Adelantos Editoriales
Escrito en OPINIÓN el

Un libro que plantea el problema y la solución para lograr la verdadera transformación de México.

En 2024, y en un marco institucional degradado, México tendrá la elección más grande de su historia: elegirá a un nuevo presidente, renovará el Congreso y se elegirán nueve gobernadores, así como miles de presidentes municipales y legisladores locales. Será esa elección el campo de batalla entre el retorno al pasado que ha impulsado AMLO —el dinosaurio disfrazado con ropas democráticas— y el jalón hacia el futuro por parte de una sociedad convencida de la utilidad de los valores democráticos y de la transformación de las estructuras políticas, económicas y sociales; una batalla cuyo resultado determinará el futuro de las generaciones venideras.

Macario Schettino nos recuerda que, en tiempos de incertidumbre, las sociedades suelen elegir la tradición, lo conocido, los valores que, a pesar de su obsolescencia, le dan certidumbre a una sociedad confundida. Pero una sociedad encerrada en sí misma solo sirve a un modelo que ha fracasado con anterioridad. El dinosaurio disfrazado plantea el problema y la solución para México: si queremos una verdadera transformación, esta debe romper con el pasado de la historia oficial. No es algo imposible: habíamos logrado avanzar en el último cuarto de siglo. Se trata de recuperar el rumbo en temas económicos y, sobre todo, sociales. La decisión es suya. Las consecuencias las vivirán las generaciones futuras.

Fragmento del libro de Macario Schettino El dinosaurio disfrazado”, editado por Ariel, 2023. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

Macario Schettino es profesor investigador de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey, columnista en El Financiero y comentarista en Dinero y Poder (Canal 11). Fue Coordinador General de Planeación en el Gobierno del Distrito Federal y ha sido directivo en instituciones académicas y medios de comunicación, así como consultor de partidos políticos, empresas y gobiernos.

El dinosaurio disfrazado | Macario Schettino

#AdelantosEditoriales

 

1

El régimen de la revolución

No es buena idea tratar de entender el presente de una nación de forma aislada. El pasado pesa, pero también el contexto. La manera en que construimos nuestro país se refleja en instituciones, leyes, costumbres y tradiciones que limitan y perfilan las acciones que hoy pueden tomar los mexicanos. Decía Keynes que «los hombres prácticos, que creen estar libres de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de las ideas de algún economista difunto. Los locos con poder, que escuchan voces en el aire, destilan su locura de algún escribidor académico reciente. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera mucho frente a la invasión gradual de las ideas».

En este capítulo veremos cómo se construyó el régimen de la Revolución, sin entrar en demasiado detalle, y haremos énfasis en la construcción institucional del «contrato social» del México del siglo XX. Ese arreglo es una combinación de intereses creados e ideas que va a limitar las opciones que tuvimos para terminar con él y construir una democracia funcional, como veremos en los capítulos siguientes.

Como toda América Latina, México vivió una buena época durante la primera globalización, también conocida como el patrón oro (1870-1913). En esos años, el acelerado crecimiento de Europa y de los países europeos ubicados en otras regiones (Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda) requirió una gran cantidad de insumos que debían buscarse en otras partes del mundo. La forma en que los obtuvieron dependió de las condiciones políticas (es decir, de la fuerza) de los países que tenían disponibles esos insumos.

En África, al sur del Sahara, no había cómo enfrentar el poder europeo, y todo el continente fue colonizado con extrema barbarie, como el Congo, propiedad personal de Leopoldo II, rey de Bélgica y hermano de Carlota, esposa de Maximiliano. En Asia, los europeos encontraron estructuras políticas en decadencia, pero suficientemente fuertes como para resistir el embate. La colonización fue muy desigual, desde países que resistieron por completo, como Japón, hasta regiones que no pudieron defenderse, como Indochina (Tailandia, Camboya, Laos, Vietnam). En India, los británicos lograron construir una coalición con señores locales (raj) y al final resultaron ser los constructores de la India moderna (que nunca antes había tenido un gobierno único para todo el subcontinente). Sometieron a la dinastía Qing, en China, pero no colonizaron el país.

En América, cuando Europa requirió insumos, encontró naciones recientemente formadas. En la década de 1820, casi todo el continente era ya independiente y las naciones se habían construido siguiendo la división administrativa (y religiosa) de la ocupación española. Cada una había logrado la independencia con el apoyo de los grupos que tenían poder antes de las reformas borbónicas. Fue una revancha contra el «nuevo» Gobierno español, que fue posible cuando Napoleón invadió España y humilló a los Borbones (1808). Estos grupos que enfrentaban a los peninsulares fueron llamados criollos en México. Así nos enseñan la historia.

Esos criollos formaban, en realidad, los grupos de poder local: comerciantes, burócratas, militares y religiosos que aprovecharon el vacío de poder tan común durante el período de los Habsburgo (1516-1719) y los primeros años de los Borbones (las reformas se inician en América en 1765). Fueron esos grupos los que promovieron y financiaron las luchas independentistas, aunque hayamos elegido como referentes a los pocos liberales que participaron: Hidalgo y Morelos en México; Bolívar, San Martín y O’Higgins en el sur.

Aunque esos grupos de poder fueron los que cosecharon la independencia, regresaron rápidamente a las formas de gobierno previas a las reformas borbónicas para seguir extrayendo recursos. Sin embargo, una vez que la población se movilizó, esto se hizo muy difícil, lo que resultó en la aparición de una figura propiamente latinoamericana: el caudillo. Con excepción de Chile, que era entonces una isla (el Pacífico por un lado, los Andes por el otro, el desierto al norte), todos estos países vivieron el caudillismo: Santa Anna en México, Rosas en Argentina, el Dr. Francia en Paraguay, etcétera.

Es importante mencionar que Brasil se movió de forma distinta al resto de América Latina. Cuando Napoleón invadió la península ibérica (lo que dio inicio a las independencias en este continente), los reyes de Portugal decidieron moverse a Brasil e «independizarse de Portugal», si quiere verse así.

Cincuenta años después de las independencias, los europeos llegaron a América buscando insumos. No pudieron colonizar abiertamente, como en África, ni asociándose con los nativos, como en Asia, de forma que no les quedó más que comprar lo que necesitaban. Los gobernantes de cada país fueron los que lograron capturar las rentas y obtener fortunas impresionantes. El azúcar, el tabaco, el café, el caucho, el henequén, el cobre y el estaño se sumaron a las exportaciones tradicionales de metales preciosos, que prácticamente habían sido lo único que España quería del continente.

Algo de la riqueza de esos años se convirtió en inversión: ferrocarriles, edificios públicos, urbanización. Buena parte quedó en manos de las élites locales, que no eran otros sino los «héroes que nos dieron patria». Las familias instaladas en la cúspide social en esa época se enriquecieron hasta niveles impensables poco antes, mientras que el resto de la sociedad se mantuvo en los niveles de supervivencia en que se encontraba, lo que provocó la gran desigualdad que todavía caracteriza a América Latina.

El impulso que dio la demanda europea fue tal que países como Argentina y Uruguay alcanzaron niveles de ingreso equivalentes a los de los países más ricos del mundo, seguidos de Chile. México no llegó tan lejos, pero para inicios del siglo xx ya había superado el ingreso promedio mundial y rebasado a Japón, por ejemplo, en esta medición.

La «Bella Época» llegó a su fin en 1913. La marcha de la locura en Europa provocó, a partir del año siguiente, una caída notable en el comercio internacional, que golpeó muy fuerte a América Latina, continente dedicado de lleno a exportar materias primas. Conforme la riqueza se evaporaba, crecía el descontento. Las migajas que antes llegaban a las mayorías se agotaban. Este derrumbe del comercio duraría hasta 1940, cuando la Segunda Guerra Mundial, a diferencia de la anterior, incrementó la demanda de materias primas provenientes de América Latina, incluyendo ahora el petróleo.

México había iniciado su caída poco antes, por la vejez de Porfirio Díaz, quien tuvo que renunciar a la presidencia en 1911, sin el ánimo suficiente para enfrentar una rebelión muy limitada que después llamaríamos pomposamente Revolución mexicana. En otra parte he sugerido que la Revolución mexicana nunca existió, me refiero al concepto que se enseña en las escuelas mexicanas, pero también a esa entelequia tan cara de académicos que cifran en ella el cumplimiento de sus propias utopías, y por ello imaginan procesos inexistentes e intenciones anacrónicas, que le dan a una multitud de agravios, rencillas, venganzas y una que otra batalla un sentido histórico que no tuvieron.

A la renuncia de Díaz a la presidencia, siguió un intento de las élites políticas de construir un porfirismo sin Porfirio, primero usando al ingenuo ingeniero Francisco I. Madero y después tratando de colocar a Bernardo Reyes en el poder. En este último paso, se derrumbó todo y entramos en una franca guerra civil. Por tres años, México se hundió en el caos y la destrucción, provocando decenas de miles de muertes por hambre y enfermedad, y una migración de magnitud similar. Luego vinieron cuatro años del gobierno a medias de Carranza, asesinado a poco de terminar su encargo.

Sobrevivieron al caos, triunfantes, los jóvenes sonorenses que habían acompañado al viejo Carranza y habían sido capaces de construir múltiples alianzas con todo tipo de fuerzas: obreros, campesinos, maestros, líderes locales. Una vez en el poder, sucumbieron ante él de la peor manera posible: se mataron entre ellos hasta exterminarse, dejando el terreno libre a esas fuerzas con las que se habían aliado en el camino. Si a alguien se le aplica la famosa frase mexicana de «nadie sabe para quién trabaja», es a los sonorenses.

La década de los veinte, la década de la locura en Europa central, o del optimismo sin límites en Estados Unidos, es en México la década en que fueron reemplazados los hombres fuertes locales. Es la década de los jinetes del apocalipsis: Maximino Ávila Camacho, Tomás Garrido Canabal, Lázaro Cárdenas, Saturnino Cedillo, Adalberto Tejeda, todos hombres de horca y cuchillo, los verdaderos agraristas, quienes construyeron su poder local con base en el reparto de tierras «expropiadas», armas y monturas. Es a partir de ello que cada uno intentó construir su poder local y tener entonces la posibilidad de jugar a escala nacional. El asesinato de Obregón abrió el juego.

Puesto que Obregón murió cuando ya era presidente electo, el vacío de poder no era menor. Plutarco Elías Calles logró posponer el conflicto convocando a Emilio Portes Gil como presidente interino: un enlace entre callistas y obregonistas que daba tiempo a procesar la elección del presidente sustituto meses después. Para entonces, Calles había logrado consolidar sus alianzas y no le fue difícil desplazar a los obregonistas e impulsar a Pascual Ortiz Rubio, para después impedirle gobernar y reemplazarlo por Abelardo Rodríguez, más preocupado por hacer dinero que por atender la presidencia.

Sin embargo, en ese tiempo los jinetes del apocalipsis habían ido tomando posiciones. Todos ellos se sentían con la capacidad de gobernar el país y, entre ellos, Calles debía elegir al gobernante del nuevo sexenio. Tal vez la decisión haya sido la mejor, considerando las opciones. No dudo de que Calles hubiera considerado que la cercanía de Cárdenas con Francisco J. Múgica permitía esperar menos desastres de los que auguraban Adalberto, Maximino, Saturnino o Tomás. Múgica había sido el líder obregonista en la redacción de la Constitución y era el mentor de Lázaro Cárdenas. Seminarista en su juventud, era un socialista convencido y, en esa época, socialista significaba coincidir con la muy reciente urss, no solo en declaraciones sino en acciones. Cárdenas llegó al poder en un mundo que estaba derivando hacia un autoritarismo pleno, en el que la democracia era muy poco popular. Para él, por ejemplo, la palabra no tenía mucho sentido y solía asociarla con igualdad económica, más que entenderla como un mecanismo de acceso al poder.

Aunque Cárdenas llegó al poder por decisión de Calles, quien actuaba como Jefe Máximo de la Revolución, desde el principio empezó a construir una base política propia, que Calles no percibió a tiempo. Las movilizaciones obreras de 1935, que llevaron a la mitad de los trabajadores a las calles, las interpretaba el sonorense como actos «contrarrevolucionarios» cuando, muy probablemente, eran impulsadas a trasmano por el mismo Cárdenas. Sin duda las aprovechó y, montado en esa presión popular, se deshizo de Calles de forma definitiva en abril de 1936. Semanas después se fundó la Confederación de Trabajadores de México, que agrupaba a la mayoría de los sindicatos (no industriales), y los obreros empezaron a imaginar una revolución socialista. Cárdenas empezó entonces a repartir tierras, en cantidades ingentes, lo que le permitió hacerse de una base campesina con la cual contrapesar a las organizaciones obreras. Por encima de esas dos grandes fuerzas, estaba solo él.

El régimen de la Revolución mexicana fue una construcción cardenista que, si bien se erigía sobre cimientos sonorenses, prácticamente lo hizo enterrándolos. Ni la Constitución ni las leyes tendrían mucha importancia en lo que siguió, pero sí la elaboración cultural llamada nacionalismo revolucionario. Cárdenas aprovechó la estética de Jesús Helguera en afiches y calendarios, y de Diego Rivera y José Clemente Orozco en los murales, de manera similar a lo que entonces ocurría en todos los países que estaban construyendo regímenes parecidos, corporativos, a semejanza del fascio de Mussolini. Misma estética, misma concepción nacionalista, misma organización social siguiendo las funciones de cada grupo, así como una visión teleológica, que era en lo que se diferenciaban el comunismo de Stalin, el fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler o las variantes corporativas en toda Europa del Este y América Latina.

Todos ellos también partían de una estética que abrumaba: la exaltación de la fuerza, con superhombres como modelo, y la abundancia de concreto. Brutalismo se ha llamado a ese estilo tan desafortunado en términos estéticos, pero tan útil para imponer el poder del Estado por encima de todo. En palabras de Mussolini, «dentro del Estado, todo; fuera del Estado, nada».

Este tipo de régimen fue descrito por Juan Linz como uno con «un centro monístico de poder, movilización permanente, y una ideología que atraviesa toda la vida». El poder concentrado en un pequeño grupo, o incluso una sola persona; la movilización social como soporte de ese poder, por encima de las leyes, y una visión del mundo que no se limitaba a la política, sino que afectaba todas las esferas de la vida diaria: nuevas formas de relación entre personas, recomposición familiar, diferente religiosidad, etcétera.

Como hemos dicho, en México, Cárdenas construyó su poder impulsando la movilización obrera incluso desde antes de tomar la presidencia, y la complementó con la movilización agraria como contrapeso, cuando aquella amenazaba con tomar vida propia, es decir, con la creación de la Confederación de Trabajadores de México (ctm) en 1936. Apoyado en esos dos grandes movimientos populares, Cárdenas eliminó cualquier oposición política, subordinó toda la estructura administrativa al presidente (Suprema Corte, Banco de México), creó un partido político corporativo, forzó la corporativización de los empresarios (Ley de Cámaras) y estableció reglas no escritas para la sucesión, el reto más importante de cualquier régimen.

A partir de Cárdenas, el presidente en México tendrá todo el poder que el sistema puede acumular, pero solo por seis años, al término de los cuales debe heredar su posición a una persona de otro grupo político. En palabras de Cosío Villegas, es una «monarquía temporal, hereditaria en línea transversa». Cárdenas pone el ejemplo eligiendo como sucesor a Manuel Ávila Camacho (previa desaparición física de su hermano Maximino) e imponiéndolo como presidente (como narra Gonzalo N. Santos en sus memorias). Años después, impidió el intento reeleccionista de Miguel Alemán, al promover como alternativa a Miguel Henríquez Guzmán, con lo que obligó a Alemán a disciplinarse.

Recientemente, el 18 de marzo de 2023, López Obrador reiteró su creencia de que Lázaro Cárdenas tenía como sucesor preferido a Francisco J. Múgica, pero tuvo que rendirse ante la presión de los «conservadores» y decidirse por Ávila Camacho. Es poco probable que eso haya ocurrido, pero es posible que, efectivamente, él crea eso o haya querido utilizar su discurso para descartar de manera definitiva un cambio en sus propias preferencias sucesorias.

Contexto internacional

La Primera Guerra Mundial terminó mal. Francia aprovechó para tomar venganza de la guerra franco-prusiana (1868-1871), en la que la Alemania recién fundada le había quitado las regiones de Alsacia y Lorena. No solo eso, sino que exigió el pago de reparaciones por cantidades absurdas. Eso fue lo que llevó a Keynes a asegurar en su libro de 1919, Consecuencias económicas de la paz, que con ello se sentaron las bases de la Segunda Guerra Mundial. Así fue.

No solo Alemania sufrió grandes abusos después de la Primera Guerra Mundial, sino Italia, a la que no se le cumplió lo prometido, y sobre todo Rusia, que para el fin de la guerra ya había dejado de ser una monarquía. En su afán de evitar una guerra en dos frentes, Alemania había cometido un error que costó millones de vidas.

La Rusia zarista era un anacronismo. Aunque parte de las élites rusas aspiraba a imitar a Europa, en realidad dependían de una estructura económica, política y social muy atrasada y de una servidumbre que Europa había abandonado quinientos años antes. Frente al crecimiento económico europeo, Rusia quedaba cada vez más lejos y sus intentos por demostrar fuerza resultaban no solo patéticos, sino problemáticos. En 1905, Rusia fue derrotada por Japón en el Pacífico. Le recuerdo, por un Japón que tenía una economía más pequeña que México en ese mismo momento. El ingreso de Rusia a la Primera Guerra Mundial, decidido por el zar por cuestiones familiares, fue una pésima idea.

Muy pronto, Alemania empezó a causar destrozos en el ejército ruso y este empezó a sublevarse. Nadie quería seguir en una guerra en la que no podían combatir. En un esfuerzo por evitar mayores problemas, las élites de San Petersburgo convencieron al zar de retirarse parcialmente del Gobierno y dar paso a una república, que se estableció en febrero de 1917. Pero Nicolás II no se convencía de ser una mera figura decorativa (como desde hacía siglos lo eran sus familiares en Reino Unido) y dificultó mucho esa república de Kérensky.