ADELANTOS EDITORIALES

Crónicas de la verdadera Conquista • Jorge Pedro Uribe Llamas

De Tenochtitlan a la CDMX.

Adelantos Editoriales.
Escrito en OPINIÓN el

A través del relato histórico y un periodismo lírico que suele poner el acento en la gente, esta crónica mixtape, con visos de humor y melancolía, va y  viene por los hechos de la Conquista de Tenochtitlan y cuestiona en cada capítulo, implícita o explícitamente, las fronteras entre comunidades, ciudades y nacionalidades; entre pasado y presente.

El terremoto en México de 2017; el único asilo destinado a sexoservidoras de la tercera edad en el mundo; la pandemia de covid-19 en el Centro Histórico de la Ciudad de México; la fiesta patronal de Tepetlaoxtoc; los judíos de Cozumel y los de la colonia Álamos; las caravanas migrantes de Centroamérica y otros temas inesperados conviven aquí de forma orgánica con el naufragio de Diego de Nicuesa en el Caribe, la aprehensión de Cuauhtémoc en un barrio de Tlatelolco y la batalla de Centla, desembocando en lo infraordinario que recuerda al escritor George Perec. Todo esto en plena resaca de los dichosos quinientos años.

Fragmento del libro “Crónicas de la verdadera Conquista” de Jorge Pedro Uribe. Editado por Paidós, 2022. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México.

 

De Colón a Cortés

Tenemos oído y leído que Cristóbal Colón llegó a las Antillas en 1492, primero a una isla plana con papagayos blancos y almadías bajo un sol de injusticia, el 12 de octubre, pelazo al viento y camisita de encaje, la cara pecosa y larga según la imagina Homero Aridjis, creyendo encontrarse en la Cipango de Marco Polo o sus proximidades. Gloria in excelsis Deo, salve Regina, domine Deus, tal vez la bendición judía Shehejeianu porque se supone que Colón era converso, y lágrimas y tiro de lombardas. «Tomo posesión de esta isla», etcétera. S. A. S. (2) También sabemos que en 1511 se estableció una primera población de españoles en la isla Juana, luego nombrada Cuba. Y que ese mismo año naufragaron en la Península de Yucatán los referidos Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar, en zona cocome, como parte de la desdichada expedición de Diego de Nicuesa, la cual se dirigía del Darién a La Española y cuya marinería, a la postre y con cara de postre, terminara cruelmente sacrificada.

Pero nuestros protagonistas consiguieron huir, cada andaluz por su lado, quedándose a vivir entre los mayas. El primero formando una familia de tres hijos con una bella mujer en Chetumal. El otro, clérigo en ciernes, pasándola requetemal en la provincia de los tazes, cerca de Aké, sin lograr integrarse. O capaz que sí, amancebándose con una noble, según la crónica de Chac Xulub Chen. Lo que es un hecho es que sí aprende la lengua oriunda y más adelante habrá de servir de traductor a los fieros conquistadores.

Aguilar y Guerrero representan, pues, dos posturas opuestas. Por un lado la separación, la diferencia, y por el otro la asimilación y el mestizaje. Ambas igual de importantes a la hora de estudiar la presencia de españoles bajomedievales en esta parte del orbe. Bajomedievales allá, protorrenacentistas acá una vez aclimatados.

También se ha hablado de un tercer sobreviviente, un hombre gracioso que quedaría como tonto en razón de una herida y cada noche se acercaba a las casas de los mayas para pedir comida. Lo consigna Francisco Cervantes de Salazar y creo que es la única fuente disponible al respecto.

Hernán Cortés en Cozumel

Igualmente en 1511, durante la conquista de Cuba, aparece en escena un bullicioso, altivo, travieso y amigo de armas Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, hidalgo pobretón de veintiséis años, nacido y criado en Medellín y en consecuencia con un marcado acento meridional, como tantos otros conquistadores extremeños y andaluces. Tal vez por eso los latinoamericanos hablemos español sin distinguir entre la ese, la ce y la zeta, o puede que eso se lo debamos más a las lenguas oriundas.

El caso es que bien pronto nuestro metelinense de un metro y cincuenta y ocho (cinco centímetros menos que el promedio de entonces) sufre un altercado con el gobernador Diego Velázquez de Cuéllar y resulta preso. Pero luego escapa y se casa con la cuñada de su captor, quien al final se vuelve, qué remedio, pariente político y amigo suyo y aun promotor de su nombramiento como alcalde de Santiago. Vida de picaresca, como quien dice.

Durante el otoño de 1518 Cortés se pone a reclutar a unos seiscientos hombres para embarcarse hacia las costas continentales que ya Juan de Grijalva y Francisco Hernández de Córdoba habían explorado ese año y el anterior respectivamente. Misión tan dificultosa como agenciarse hoy el mismo número de seguidores en Instagram. O acaso no, pues a aquellos aventureros los empujaba un resoluto espíritu de cruzada, intrínseco del clima cultural de la época. Continuar sondeando las Indias Occidentales: de eso pedían su limosna. Era una apuesta jugosa y algunos hasta llegaron a fungir como inversionistas, proveyendo sus propios caballos, navíos y soldados. Todo en nombre de la cristiandad, por supuesto, y del pundonor real.

Para entonces Hernán ya contaba con casi ocho años en Cuba, más otros siete en La Española, (3) por lo que no era precisamente un recién llegado. En Cuba introduce el ganado para la labranza y se dedica a explotar minas de oro antes que nadie. Conoce al dedillo las ambiciones de sus paisanos y el cotilleo en la América Insular. Estamos, pues, ante un hombre enriquecido que sabe ganarse amigos sin buscar agradecidos y capaz de financiar casi que por sí mismo una expedición de la cual es nombrado «adelantado e gobernador de las islas e tierra nuevamente por su industria descubiertas». Una expedición más abiertamente de conquista que las dos anteriores.

Siempre y cuando las conquistas no sucedieran en Cozumel, por pensarse en conceder esta isla al Almirante de Flandes, preceptor de Carlos I de España. La idea era poblar la región con flamencos, según revela un estudio publicado en 2001 por István Szászdi León-Borja. ¿De estos detalles tendría conocimiento Cortés? Yo pienso que sí, de otra forma no habría esperado tanto para fundar su primer Ayuntamiento. ¿Por qué hasta los hostiles médanos de Chalchihuecan y no de una vez en Cozumel? Pero no nos adelantemos.

«Cuidad mucho de doctrinarlos en la verdadera fe, pues esta es la causa principal porque sus Altezas permiten estos descubrimientos», (4) lo había instruido Velázquez de su puño y letra, quien por cierto no andaría muy contento que digamos, pues de último momento le ordena regresar, arrepentido, cuando las naves ya estaban por zarpar desde Santiago hacia Macaca para comprar bastimento a título de préstamo y seguir hacia la villa de la Trinidad.

Enterado de lo anterior, el extremeño extremista se apresura a hacerse a la vela con la flota a medio preparar:

—¿Así os separáis de mí? ¡Vive Dios que tenéis un modo raro de despediros!

—Perdonadme. El tiempo urge y hay cosas que es preciso hacerlas aun antes de pensarlas.

Último intercambio de palabras. Cortés en su canoa con ironía indulgente y el gobernador Velázquez a la orilla del muelle, inclinado en actitud mendigante, pero con el mentón muy en alto.

Semanas más tarde se difunde un mandato. Que dice mi mamá que siempre no, que se cancela el viaje y de hecho toca aprehender al capitán general. Pero equis, amigos, nosotros sigamos la cruz, que teniendo fe en ella venceremos y todo lo que pase con nosotros será prez, gloria y riqueza y yo mismo os haré ricos, etcétera, pero no creáis que pretendo la ganancia más que el honor, nada de eso.

Desafiante mitin cubano, muy convincente todo. La tropa aclamando vivaz, sudorosa. El tiempo volando, más vale pedir perdón que pedir permiso, yolo, ¡a Yucatán!

Así pues, en algún momento entre el 11 y el 18 de febrero de 1519, tras pasar por la isla de Pinos y San Cristóbal de La Habana, se celebra una misa en la punta de San Antón y al final se levantan anclas de forma definitiva.

La escuadrilla compuesta por al menos diez naos, cuatro de importancia y los demás bergantines, arriba a Cozumel escasos días después, todo apunta a que a la Playa de San Juan. Con 560 tripulantes, según calcula el cronista Andrés de Tapia incluyéndose a él mismo. Me invitan a Cozumel a participar en un encuentro de estudiosos de la Conquista. ¿Honorarios? Si acaso viáticos y date de santos. No importa, hace tiempo que deseo conocer la isla adonde llegó Hernán Cortés quinientos inviernos atrás, él con dos días de retraso por un temporal que derrotó las naves y su WhatsApp sin funcionar. También me interesa aprender y tratar a posibles interlocutores.

A semejanza de aquellos españoles, nadie me recibe al tocar tierra. Así, me veo obligado a abordar una van que tarda un buen en llenarse. No le hace, yo soy de transporte público porque es historia y es magia. El hotel sobre el malecón parece lo suficientemente conveniente.

Desde el lobby con alberca le escribo a mi anfitrión, quien me ordena alcanzarlo en un restaurante a diez minutos en coche. Qué feúcha la ciudad desde el taxi: una ceiba en el estacionamiento de un Oxxo, casas pintadas con los colores más baratos de Comex, tristísima parsimonia, ningún peatón que charle o sonría. Pienso en Sergio Pitol sin sus lentes en Venecia. Ya que el conductor no tiene cambio y está fuera de la discusión cederle mi billete de doscientos pesos, no tiene otro remedio que regalarme el viaje poniendo cara de abejorro ciego. No sé si disculparme o dar las gracias.

Ya todos han empezado a comer. Las mesas juntas en anticlimática armonía. ¿Quién será esta gente? No creo ser el único en preguntárselo. Me refugio en la conversación de un general retirado, cortés conocedor de la biografía cortesiana, de nombre Clever por el militar napoleónico Kléber, y la gentileza de un cronista vallisoletano que sonríe como si su familia acabara de morir en un accidente. Termino entrevistando, mi forma nerviosa de interactuar, a una señora risueña que viene acompañando a su hija, muy maquilladas y peinadas las dos, gente bien de Guadalajara. Soy el joven del grupo.

Acto seguido camionetas como refrigeradores que nos conducen a la Universidad de Quintana Roo. Una vez en el aula alguien piensa que es una buena idea prender el aire acondicionado a todo lo que da y yo solo puedo contener la tos seca: al final doy la impresión de querer vomitar. Con todo, las exposiciones sobre los cinco siglos del arribo de los conquistadores a Cozumel me entretienen e inspiran. Tomo notas y hasta pregunto preguntas que me ayudan, más las preguntas que las respuestas, a pulir mi conferencia del día siguiente.

Por la noche no deseo más que dormir a pierna suelta. Pero la fiebre no cede. En Google Maps descubro una sinagoga a pocas cuadras de distancia. Es viernes y recién oscurece, nada pierdo con caminar y asomarme un rato. Se trata de una sede de Jabad en la planta alta de un centro comercial en el Parque Juárez, en el flanco perpendicular del Centro Comercial Joaquín (increíble, ya medio siglo a cuestas).

Soy el viejo del grupo. Las mesas juntas de nuevo; la mayoría de los concurrentes, extranjeros de paso. Me recibe un muchachillo que observa mi rostro con el suyo entero. Habla una pizca de inglés y cero español. Pretende enseñarme a realizar el lavado ritual de manos, yo le explico que no hace falta. Un mesero sirve salmón en mi plato. Mi anfitrión me explica los principios básicos de la comunidad, las enseñanzas del rebe de Lubavitch, etcétera. Por lo visto entiendo más hebreo del que pensaba. Luego de un par de whiskies, mi interlocutor propone que ofrezca un mensaje a los correligionarios que colman el salón. No sé por qué siento la necesidad de aclarar que soy converso, un guer, y de un templo conservador o masortí. Tamaño descalabro:

—Ah, entonces no eres judío.

Claro que sí. De tribunal rabínico, mikvá y toda la cosa. Hace casi una década. No obstante, para él solo es válida la conversión ortodoxa. Si una cualidad ha permitido la longevidad del pueblo judío es su capacidad de adaptarse, intento expresar. Pero él perora que al contrario, que mantenerse inflexible ha sido la clave. Los que alcanzan a oír sacuden su cabeza desaprobatoriamente, tal vez imaginando un inminente epispasmo. Me ven fijamente, como los gatos, sin pestañear. Doy por terminada la noche. Salgo a la calle lo más educadamente posible. ¿Conque no soy apto para unirme a sus rezos al día siguiente? Hace apenas unos minutos me invitaban súper faustos. Siento que les he robado una cena. Sin embargo no he mentido. Ni goy ni prosélito, antes un Pablo al revés.

Camino por el malecón con estupefacción. Todo parece hechizo. Solo consigo dar con un par de casas originales habitadas por cozumeleños de toda la vida. En una me abren la puerta y hasta me permiten retratar los retratos de sus lindos abuelos y bisabuelos, almas que ya no pudieron imaginar el horror en que se iba a convertir su apacible ciudad de pescadores: parque temático donde los mayas ya solo trabajan al servicio de los cruceros y buceadores fuereños. Es lo que toca. Invasiones bárbaras, conquistadores de hoy.

La iglesia tiene pinta de reconstruida. A los locales les encanta decir que en ella se celebró la primera misa en tierra mexicana. Como parte del nada mexicano viaje de Juan de Grijalva. En realidad Colón ya había asistido a una en Honduras en agosto de 1502 y ¿no fue Honduras parte del Imperio de Iturbide? ¿Qué tal si habláramos, mejor, de la primera misa de lo que llegaría a ser el México de después del Tratado de Guadalupe Hidalgo? O de plano evitar categorías como el más antiguo, el único, lo mejor. Nada es tan sencillo como para enunciarse así.

Meto los pies en un mar santurrón y escaso. Un hombre en cuclillas bebe cerveza a mi lado. Trocamos frases que saben a tibio. Taimado, reacciona como si lo quisiera asaltar. ¿Se me nota lo apóstata? Me quedo tan solo, con la carita empapada, resoplando tan cursi. En mi sueño de más tarde veo letreros en inglés y el logotipo de Rolex, y oigo el estruendo de los antros vacíos. También sueño con cierta asociación de cronistas capitalina donde no admiten judíos, una vergüenza.

Toca madrugar. Arena en los ojos por dormir mal y poco. Al fin llega el momento de mi charla. En el programa veo que solo me han concedido treinta minutos. En cambio, el receso se extiende al doble de tiempo. Mensaje captado. No ostento ningún cargo gubernamental ni título académico que deslumbre a nadie. Soy el único que no viene representando a ninguna institución. Sé muy bien que la independencia produce sospecha. Al momento de tomar el micrófono me advierten con adustez que al final dispongo de un tercio de hora. ¿Qué puedo hacer sino leer mis hojas a gran velocidad y con la voz encogida? Con toses de entreacto, creo que mis palabras no disgustan, son las que menos incurren en lugares comunes del tipo «la Malinche traidora», «Gonzalo Guerrero, padre del mestizaje», «nuestros indígenas».

Pocas preguntas. Más canas que ganas. Las cabezas inclinadas como pájaros, ¿me estarán haciendo un favor? Alguno cruzando y descruzando las piernas.

En el aeropuerto, Clever me dispara un tequila. Al parecer me ha tomado cierta estima. O compasión. Ya se me nota mucho la gripa. Es un hombre cordial. Un recuerdo feliz para la memoria de este, como la cena en El Palomar y la sabrosa pestañita en el planetario. Ya no estoy seguro de si también tuve oportunidad de saludar perfunctoriamente al cronista Velio Vivas, autor de una sustanciosa monografía publicada en 2008. Puede que lo haya soñado. Él muere poco después, en pleno solsticio estival del año de la peste.

Regreso a México con la vanidad abatida. Compungido en el vuelo me pongo a beber y sudar. Espero un día volver a Cozumel, esta vez sin tanto afán de dominio.

Lo de la verdadera fe sonaba bonito. También la orden de «cuando saltéis en tierra […] tomaréis la posesión de ella […] Las demás cosas las dejo a vuestra prudencia», (5) que había firmado Velázquez de Cuéllar, gobernador de Cuba.

Pero ante todo era menester rescatar a los mentados náufragos. Por fortuna dan con ellos. Un milagro que ni Hernández de Córdoba ni Grijalva habían tenido el privilegio de experimentar.

Como era de esperarse, Aguilar cae redondito, uniéndose al contingente cortesiano como intérprete, reemplazando a Melchorejo y Julianillo, lenguas previas que habían sido raptadas al sur de Cabo Catoche durante la travesía de 1517. Casi desnudo y en mal español, el clérigo Aguilar saluda al capitán al estilo de los locales, tocando la tierra con una mano y llevándosela después a la cabeza. Tanto tiempo había pasado entre los mayas.

Por su parte, Gonzalo Guerrero, labrada la cara y horadadas las orejas, aun decide luchar contra el iracundo Pedro de Alvarado, hombre de confianza de Cortés y segundo de a bordo. Iracundo acaso por una envidia carpetovetónica no superada hacia su jefe. ¿Acaso no ostentaba él un mayor rango social? Como que la expedición tenía que haberle tocado a él, ¿no? Cuchicheos como hormigas en las tabernas cubanas. Sus amigos azuzándolo bajo el achicharrante sol caribeño:

—Y vos no sois oliváceo de rostro, Perico.

—¡Ni chaparro, leñe!

—Tampoco sifilítico como acá mis ojos.

La armada prosigue su navegación, siempre pegadita a tierra, sin demostrar demasiado interés por la cultura local y, a diferencia de los viajes precedentes, sin detenerse en Champotón, Puerto de Mala Pelea y orgullo de los campechanos al día de hoy.

Cara de que no rompe un plato, pero sí que lo hace, estrellando uno de una mesa sin ocupantes, al pasar, contra el suelo de la peatonal 59, lleno para su enfado de bares y restaurantes últimamente. Es comprensible la furia de nuestro amigo MacGregor, temperamento de artista, perfil de Justo Sierra.

Pregonero en su tierra. Locuaz sabedor de quiénes vivieron en los caserones de la Campeche céntrica («yo fui niño intramuros»). Tibia es la noche, a pesar de los decibelios. A una señora le suelta sin más:

—Usted tiene derecho a disfrutar del fresco sin que la atosigue este escándalo.

Es de las que sacan su mecedora de bejuco al ponerse el sol de garrapata y seguro que el fin de semana se pone a jugar en su banqueta con las vecinas a la lotería campechana.

Al día siguiente salgo de paseo con Mac por el barrio de Santa Ana, pueblo en un principio para naboríes, o eso se cuenta. Tacos de lechón tostado al final de la Avenida República, la del puentecito decimonónico, las casas quintas, el recinto dedicado a Clausell. Calle que conecta, Alameda de por medio, con la Puerta de Tierra y el Salón Rincón Colonial, última parada de un inolvidable recorrido cantinero, ese día más tarde, al socaire de La Burbuja, El Palacito Chino y el Bar Alameda, mentideros que hacen añorar una vida de puerto que por desgracia no llegué a conocer. De esto se da cuenta Román (su nombre no es por el barrio del Cristo Negro, aclara), que levantándose de su mesa explica espontáneo:

—En Campeche los barcos aprovechan la marea alta para adentrarse en la bahía y ya luego esperan a que baje para cantearse, permitiendo el desembarco. Solo después vuelven a flotar.

Este fenómeno de aguas tranquilas no ocurre en Progreso, agrega orgulloso. De ahí tanto pirata y corsario en la ensenada campechana, donde fondean mejor las naves de bajo calado, como aquellas de los españoles de 1517 y 1518, quienes a fuerzas tuvieron que recibir instrucciones de los lugareños. Francisco López de Gómara relata lo siguiente sobre el paso de la cuadrilla cortesiana por la cercana Champotón: «Pronto se quedaron en seco, aunque estaban casi una legua dentro del mar: tanto es el menguante y creciente que hace allí […]; nadie sabe la causa de ello, aunque dan muchas, pero ninguna satisface». (6)

También departimos con el circunspecto poeta Pino y el constructor Sosa Escalante, eximios apellidos los tres. Vaya gente estupenda, menudo espejo de golondrinas. O rabihorcados. La Sevilla de Esquivel Pren. Calmada ciudad heroica en la península enhiesta sin lagos ni montañas, de marañón y caimitos. Cuna de Gutiérrez de Estrada y de mi abuela paterna, a quien me gusta imaginar merendando merecidas meriendas, aliterada y feliz, en los Portales de San Francisco. Debió de coincidir con el joven Vasconcelos, quien describe a sus paisanos adoptivos como inclinados a la buena vida, despreocupados, bromistas, poetas más que teorizantes. Me consta por MacGregor y su mar de plato, plato en el piso, diversos platillos: jamón claveteado, huevitas de robalo, queso relleno, pámpano relleno de sardinas, pan de cazón y los primeros cocktails del mundo.

Campeche, inspiración de Lara Zavala y José Emilio Pacheco, palos de tinte de mi estantería del disfrute, verdadero crisol de México, más que Veracruz con su Ulúa de múcara campechana y estatua del teniente Sainz de Baranda.

Qué ganas de seguir quebrando, y pagando, la loza que sea necesaria y volver a platicar con mi amigo MacGregor. Y es que las primeras impresiones nunca se olvidan:

—¿A qué te dedicas?

—Al amor a Campeche.

A finales de marzo los españoles alcanzan la ciudad de Potonchán. Primera parada sobre suelo continental luego de un tedioso cabotaje. En la margen izquierda del río Tabasco fundan Santa María de la Victoria, villa decana, sin cabildo, tristemente derruida hacia la segunda mitad del XVII, en el mismo lugar donde hubo de producirse la batalla de Centla, triunfante para los güeros y de paso para el culto a Santiago. Luego de bautizar a tododiós, se planta en la villa una cruz de grandes dimensiones.

La única construcción por el momento.

El agalambao Melchorejo, ya sin su amigo Julianillo, hace tiempo finado, aprovecha la confusión en Centla para fugarse, dejando su traje de europeo colgado de un árbol:

—¡Ya, tú, qué horror con los dones esos!

Doña Marina

Aparte de provisiones, algodón y adornos de oro, los chocos derrotados le regalan a Cortés, todo checho él, un ramillete de siervas, entre ellas doña Marina o Malintzin, reina, esclava o mujer y fulcro lingüístico de la Conquista, la otra intérprete que hacía falta para traducir del chontal al náhuatl y viceversa. Aguilar mediante, quien para mayor confusión hablaba otra vertiente del maya. Machincuepas lingüísticas, en fin, que nos ponen a sospechar actualmente, pero que al fin consiguen que los españoles se comuniquen con un mayor número de gente. La lengua como instrumento del poder, como había anticipado el señorón Antonio de Nebrija.

La adolescente de Oluta también dominaba el popoloca, idioma recién extinto en esta generación nuestra de trending topics y TikTok.

De su vida después de la Conquista sabemos poco. Es poco probable que llegara a vieja.

La Casa Xochiquetzal

¿Qué sucede en la Ciudad de México con una trabajadora sexual que envejece sin dinero, muchas veces sin el apoyo de su familia y para colmo con problemas de salud? Una casa dieciochesca pintada de color teja en el Centro Histórico, muy próxima al barrio de Tepito, ofrece una respuesta. Mejor dicho dieciséis. En estos tiempos de nuevos feminismos y en el contexto de una ciudad tradicionalmente progresista resulta oportuno acordarnos de la Casa Xochiquetzal, proyecto social secundado hace una década y cacho por Andrés Manuel López Obrador, por aquel entonces jefe de gobierno. Se trata del único asilo destinado a sexoservidoras de la tercera edad en el mundo.

Voy por una brecha caminando, de un lado veo árboles, del otro, rocas; a lo lejos hay agua y también perritos, me encantan los perritos, llego ahí y empiezo a jugar con ellos. Seguido tengo este sueño, será porque le tengo mucho amor a los perritos. Hace tiempo yo le daba de comer a una perrita. Una noche se me ocurrió tomarme una cerveza adentro de un auto con un hombre. Entonces que llega la patrulla y me lleva a los separos, pero cuál sería mi sorpresa que, al oír muchos ladridos, resulta que era mi perrita que se había ido detrás de nosotros, y hasta me acuerdo que se le aventaba al policía hasta que de plano me dijo: «Sabes qué, agarra a tu perra y vete». Mi perrita me besaba, me lamía, ay, mi Barbie, mi chiquita, si no fuera por ella seguro que sí me hubieran castigado 12 horas. Dios quiera y me la encuentre en el cielo para poder jugar con ella como antes. Hay un parque, se llama San Fernando, cerca del metro Hidalgo, ahí fue donde la conocí, a veces yo andaba cabizbaja, triste o tomándome mi vino, y esa perrita, así estuviera lloviendo, de mis pies no se quitaba. Ahí mismo está sepultada. Me la mataron a mi perrita. La encontré todavía calientita, con el lazo con que la habían ahorcado. La velé toda la noche, tomando y no tomando, y como a las cuatro de la mañana hice un hoyo en una jardinera, la metí en un costalito, le puse flores y desde entonces ahí está mi Barbie enterrada. De un lado está ella y del otro mi Güero Bicicleta, que era otro perrito que también me quería mucho, ese tenía un ojo azul y el otro blanco. Cuando voy me gusta sentir que los acompaño.

Norma

La fundación de la Casa Xochiquetzal está fuertemente relacionada con Marta Lamas, Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez, activistas de largo aliento que en 2005 atendieron la propuesta de un grupo de trabajadoras sexuales jubiladas que, excluidas de la sociedad, se veían obligadas a dormir en la calle. El jefe de gobierno respondió con la autorización del préstamo de un inmueble que anteriormente había alojado el Museo y Salón de la Fama y aún antes el Cuartel de Inválidos, esto último según pesquisas de mi amigo Alejandro Garrido, quien contempla al arquitecto Lorenzo de la Hidalga como posible encargado de la una remodelación en el siglo XIX.

Un año más tarde la casa empezó a funcionar como albergue para mujeres necesitadas de cobijo, comida y actividad, sobre todo la posibilidad de vivir tranquilas. Así, en 2009 se creó la asociación civil Mujeres, Xochiquetzal en Lucha por su Dignidad, que sigue operando hasta el día de hoy no sin varios empantanamientos.

—Luego vienen periodistas a escribir artículos, sacar fotos, pero rara vez regresan ni se les ocurre quedarse a charlar con «las chicas» — se lamenta su directora, Jesica Vargas.

Y de lo que se pierden… Estas mujeres conocen mejor el Centro que varios cronistas que yo conozco. Son ante todo cariñosas y sabias amistades.

El estigma que enfrentan «las chicas» es triple, toda vez que entrañan tabúes arraigados para un amplio sector de la sociedad mexicana: trabajo sexual, pobreza y ancianidad. Para muchos resulta más cómodo brindar auxilio a otro tipo de población vulnerable.

—Pero también nosotras somos seres humanos —dice Norma con un hilo de voz.

Ya no me acuerdo cuántas veces me han entrevistado, sobre todo para la tele, yo creo que les gusta cómo me expreso. Pero yo no me considero famosa. Todas aquí somos personas comunes y corrientes que hemos sufrido, llorado, reído, más que nada hemos vivido cosas difíciles. Pero la vida es hermosa. Mi momento más feliz ha sido cuando tuve por primera vez en mis brazos a mi hijo. Me sentí completa, dichosa, y a pesar de que el padre sí me sentenció de que o el niño o él, yo dije: «A ti te agarré como semental, mi hijo nace porque nace» y luché con uñas y con dientes. Soy hasta cierto grado feminista, sé que las mujeres tenemos derechos y debemos luchar por no ser gobernadas por un hombre. Una mujer sola puede sacar adelante a sus hijos, de prostituta o lo que sea. Hay demasiadas mujeres en esa situación, solo que no lo cuentan. La mujer es honrada hasta el mediodía, de las doce en adelante ella sabe cómo conseguir el dinero, pero siempre le da de comer a sus hijos.

Dicen que los bienes son para remediar los males. Yo tuve que vender todo lo que tenía para poder curar a mi hija que tenía leucemia, y más hubiera hecho, no me arrepiento de nada. Aprendí a cocinar, lavar, planchar, barrer, trapear, pero también me gustaba estudiar. Estudié la preparatoria en San Ildefonso. Prefiero la compañía de un buen libro que ver la televisión, me gustan los clásicos como Cervantes, Tolstói y Rubén Darío. García Lorca me fascina. Una vez escribí un poema dedicado al sexoservicio: Yo soy como esa flor que crece en los pantanos, / a la que todos admiran por su belleza y colorido, / pero nadie se atreve a tocarla / por temor a hundirse en el fango que la rodea.

Marbella

Por supuesto, la Casa Xochiquetzal está sujeta a ciertas reglas. Las habitantes deben cuidar su salud e higiene, participar en los talleres y, si en la calle fueron enemigas, aquí deben tener una buena convivencia. Tampoco es posible alojar mascotas. Son normas de las instituciones que las ayudan, por ejemplo el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia, que aporta hasta 25% del dinero para los alimentos.

Accesoriamente, la Secretaría de Salud y el Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México supervisan que se satisfagan ciertos requerimientos y que el inmueble sea utilizado realmente como albergue para trabajadoras sexuales de la tercera edad en situación vulnerable. Lo cual, desde luego, incluye a mujeres trans.

—Cuenta la leyenda que aquí tenemos a una en la Casa hace años, al principio las demás se alteraron un poco, pero con el tiempo han sabido aceptarla y quererla. Aquí la consideramos una mujer como todas las demás y su condición nunca representó ningún problema para su ingreso.

De repente alguien grita «¡a comer!» y así comienza una de las tres procesiones diarias al comedor: algunas en andadera, otras bromeando o cantando, una que otra muy bien arregladita.

Mientras tanto el áspero son de las campanas de San Sebastián, enfrente, convoca a los feligreses. Es la una y media de la tarde. Rocío Alcántara y José Antonio González, trabajadora social y administrador de la Casa respectivamente, echan una mano en todo lo que pueden. Mueven las mesas, colocan manteles, sirven los alimentos. Cada silla trae pegada una etiqueta con el nombre de su ocupante. Hoy le toca cocinar a Norma, de luminosa carcajada, a pesar de sus tribulaciones cardíacas y de glucosa: pollo con cebolla acitronada y arroz, y una deliciosa agua de piña.

La conversación en la sobremesa gira en torno a las patrias chicas de estas mujeres: Comalcalco, Oaxaca, San Pedro de Los Pinos en la Ciudad de México… Todas distintas entre sí, pero todas con narraciones de vida semejantes. Vidas dignas de película, pero que lastimosamente fueron derivando en soledad, cuando no abandono, aparte de violencia, discriminación y en ciertos casos de adicciones. Sobre todo imperiosas necesidades de alimentación, vivienda, asistencia médica, atención psicológica y jurídica. Y ánimos de platicar. En la Casa procuran resolver estos apuros, con todo y los gastos funerarios una vez llegado el momento.

Tengo 35 pares de zapatos, por ejemplo estos me los mandó mi hijo, que trabaja en El Palacio de Hierro… Pero no me gustan tanto, parece que ya nada más me falta una escoba para salir volando, él dice que son muy caros. Me llegan las cosas del cielo, de veras. Cuando pienso en todo lo que padecí… Pero ahora es una bendición tener todo lo que tengo. Son cosas económicas, cómo te diré, o sea que se pueden comprar con dinero. Estoy por terminar mis estudios en Teología, ya solo me faltan ocho meses. Llevo tres años de estudios, desvelos, pasar hambres, andar en los camiones, en el metro y ahí las mujeres son más agresivas que los hombres. Desde niña me acuerdo que tuve inclinaciones hacia la religión. Yo a la Virgen nunca le vi la cara, a la Virgen que adoran en mi pueblo, en Veracruz, porque tiene su mirada para arriba. Yo llegué a México porque mi esposo se dedicaba a la fotografía, él era agente viajero, iba a dejar los rollos y las cámaras a la única farmacia que había en el pueblo, y yo estaba bien chiquita, tenía como siete años, y me acuerdo que hasta corría detrás del carro porque no entraba nunca uno y era para nosotros una novedad. Pasaron los años y el señor seguía yendo.

Cuando me casé él tenía cuarenta y ocho y yo catorce. Era muy guapo, la verdad, español, asturiano. Yo lo veía, con perdón de Dios, como a un dios. Su carro tenía unas llantotas gruesototas, me acuerdo que de ahí se bajó dos botellas de coñac y se emborracharon mi mamá y él, y ella me dijo: «Ya, niña, ya vete con el señor». Yo me sentía en las nubes. Al venir por la carretera todo era novedad: los postes de luz… Lógico, en mi pueblo no había luz. Él se paraba en las tiendas y me compraba papitas y refrescos, todo lo que yo quería. No me hizo su mujer hasta que cumplí 18. Llegamos a vivir a San Ángel, eran puras milpas, y yo pensé: me trajo a otro rancho. Ya luego él le hizo una casa a mi mamá a cambio de haberme casado con él. Mi mamá era muy estricta, una vez me mandó a dejarle un tostón de plata a la Virgen, y como la Virgen no me vio a la cara yo me fui corriendo y me lo fui a gastar, me compré dulces y una Coca de esas de vidrio, grandota, y todavía me sobró y lo escondí debajo de una piedra. Todos los días me iba al campo y traía florecitas primero para la Virgen y después para las más viejitas del pueblo y también en las panaderías las cambiaba por pan, éramos nueve hermanitas y todas teníamos hambre, yo me llenaba en el campo con fruta, y me metía al río y salían los camarones y me los comía. Había un albergue, una casa grande, muy vieja, donde vivían muchas viejitas, tenían todo tirado, yo les lavaba los trastes, les barría y me daban diez centavos, para mí era muchísimo dinero, a veces no se los quería recibir. Yo era una tremenda chamaca, bien juguetona, me subía a los árboles, meaba yo a la gente que pasaba por debajo y ellos pensaban que estaba empezando a llover… Siempre fui tremenda, mi esposo me dejaba salir. Él era muy buen hombre. Yo era mucho de ir a la disco, teníamos una persona que nos ayudaba en el aseo, era gay y le encantaba andarme jalando, era yo una chiquilla atractiva, bonito cuerpo, y a él le encantaba presumirme con sus amigos, sus novios. Íbamos a la Zona Rosa, eran puros gays, pero yo igual me divertía porque era una muñeca, una chamaca de 16… Dios ama a todos por igual, a los gays, a las sexoservidoras, a los rateros. Él no quiere que se muera el pecador, sino que muera el pecado. La sexoservidora no es una pecadora. Yo amo y perdono a todos. Diario hago oración, oro por todo el mundo, prostitutas, gays, presos, gente en los hospitales, sobre todo por el gobierno para que Dios los guíe. También oro por los niños.

Tengo bastantes recuerdos bien hermosos de mi infancia. Una vez mis padres se fueron a vender a un rancho y me dejaron sola en la casa, yo tenía hambre, se hizo de noche y nomás no regresaban, yo era bien vaga, así que me salí por la ventana y ya no pude volver a meterme, me acosté debajo de un palo de aguacate grandísimo, gordo, gordo, y entonces que llega una culebra con una cabezota así de grande, pero cuando eres niño no tienes miedo, y que me enrolla y empieza a darme de comer con su saliva y así me quedé dormida, me acuerdo que yo andaba encueradita, con mi pelo bien largote y bien nalgoncita, y al día siguiente la culebra como de seis o siete metros se fue y todos los pajaritos estaban cantando alrededor del árbol; yo tendría tres o cuatro años.

Juana

La mayoría de los capitalinos sabe poco sobre la religión mexica. Sin embargo muchos tienen nociones de que Xochiquetzal fue la deidad de la belleza, las flores, el amor y las artes. El nombre, que en náhuatl quiere decir ‘flor hermosa’, se antoja propicio para esta bella iniciativa que varios conocen por el libro Las amorosas más bravas, publicado en 2014 y rápidamente agotado.

Dos años después, estas mujeres graban su primer disco para obtener recursos, Rumba y sabor 100% Xochiquetzal, en colaboración con músicos, cantantes y el colectivo Zazanilli Cuentos.

Todas participan cotidianamente en terapias recreativas y ocupaciones que ofrecen bondadosos voluntarios, de forma que puedan dedicarse a vender piezas de cartonería, bordados y muñecas en beneficio de la Casa.

Su porvenir no luce alegre como podría parecer. La cesión del inmueble por parte de López Obrador solo fue por diez años y desde el 2015 andan gestionando para que se les otorgue otro préstamo de diez, lo que no ha podido concretarse. A veces Jesica no recibe sueldo porque el dinero no alcanza. Lo mismo sus cuatro compañeros de trabajo. Tampoco han podido pagarle a un velador para que cuide a las habitantes cuando se pone el sol. El principal reto ahora es reunir más donaciones económicas. ¿Cómo lograrlo? La mayoría solo se acerca con bolsas de ropa usada.

Me gusta pasear por ahí. Gorriones cantan frenéticos en la plaza de junto, la Torres Quintero, se diría que rebelándose contra la sempiterna primavera de contingencias ambientales. Una celebración agridulce, inadvertida para los comerciantes, más concentrados en la humareda de su comida y la riada de peluches. El rumbo de La rumba. Ahí donde se detiene el agua en la isla. A veces un golpe de silencio conmueve las almas. Uno de esos raros instantes en que nadie sufre en el Centro: ningún perro ahorcado, todo el mundo pagando sus cuentas del hospital sin tener que vender nada y una culebra alimentando, tal vez, a cualquiera que se deje.

2. S. A. S. era parte de la firma de Cristóbal Colón, como se documenta en una orden que dio el 22 de febrero de 1498 en el Mayorazgo de Sevilla: «[…] al que herede el Mayorazgo y estando en posesión de ello firme de mi firma, la cual ahora costumbro es una X con una S encima y con una M con una A romana encima y encima de ella una S y después una Y con una S encima con sus rayas y vírgulas como ahora yo hago» (Consuelo Varela, Cristóbal Colón. Textos y documentos completos, Madrid, Alianza, 1982). (N. del E.).

3. José Enrique Ortiz Lanz, Las verdaderas historias del descubrimiento de la Nueva España. Las expediciones de Hernández de Córdoba y Grijalva, 1517-1518. México, Cámara de Diputados, LXIII Legislatura, 2018, p. 262.

4. Hoy en día, La Española es la isla donde se ubican Haití y República Dominicana (N. del E.).

5. Ortiz Lanz, Las verdaderas historias.

6. Francisco López de Gómara, La conquista de México, Madrid, Dastin, 2001, p. 71.