CRISIS EN NICARAGUA

"Soporté todo y un día dejé de ser yo": refugiada del régimen de Ortega, en Nicaragua

Gabriela no olvida que antes de tomar la decisión de salir de Nicaragua, estaba dispuesta a quitarse la vida antes que permitir que las fuerzas de seguridad fueran por ella y por su esposo

La escritora y periodista no olvida el 2 de octubre de 2018, cuando regresó a México, pero huyendo de su país
Gabriela Pérez Guerra.La escritora y periodista no olvida el 2 de octubre de 2018, cuando regresó a México, pero huyendo de su paísCréditos: Alison Monney | La Silla Rota
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Gabriela Pérez Guerra no olvida cuando llegó a México, el 2 de octubre de 2018. Aunque ya había estado en el país cuando tenía 15 años, en 2018 fue diferente. Ese año marcó su vida porque decidió dejar su país, Nicaragua, para huir de la dictadura de Daniel Ortega, el legendario comandante de la revolución sandinista que echó abajo a la dictadura encabezada por Anastasio Somoza, pero que ahora está convertido en un sátrapa.

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Gabriela no olvida que antes de tomar la decisión de salir de Nicaragua -el país que vio nacer al gran poeta Rubén Darío y fue un faro de esperanza durante los primeros años del gobierno de los sandinistas- estaba dispuesta a quitarse la vida antes que permitir que las fuerzas de seguridad fueran por ella y por su esposo.

Ya hasta tenía listo un plan: en cuanto escuchara que los policías tocaran la puerta, antes que abrirles, ser apresada y torturada, quizá hasta asesinada, como muchos de sus amigos y conocidos, ella y su marido tomarían un arma para adelantarse.

Gaby ya había recibido amenazas. Comunicadora de profesión, había visto que otros compañeros también habían sido atacados. Además, le tocó atestiguar otras escenas de espanto.

“Vi cosas impresionantes como la quema de una casa con una familia entera adentro, con dos bebés incluidos, este hecho perpetrado por paramilitares de Ortega”.

De acuerdo con el informe operacional de Acnur México, el año pasado 140,982 personas extranjeras solicitaron asilo en México el año pasado. Se trata de un aumento de 19% con respecto a 2022. El aumento se volvió más notorio en los últimos meses del año pasado, pues las llegadas pasaron de 650 personas diarias a entre 1,500 y 3,000 diariamente.

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Los haitianos fueron los que más solicitudes presentaron, con 44,239 solicitudes. Después, fueron los hondureños con 41,935, enseguida los cubanos con 18,386, después los salvadoreños con 6,117 y muy cerca los venezolanos, con 5,517.

Ella misma en una ocasión estando en su casa, ubicada en un barrio donde había varios disidentes más, le tocó ver y escuchar una ráfaga de balas sobre las casas, incluida la suya. Eso, y que un diplomático de la embajada de México le alertara de que el gobierno no tardaba en ir por los periodistas, la obligaron a apresurar la decisión.

Gabriela Pérez Guerra en entrevista para La Silla Rota | Fotografía: Alison Monney

En cuanto pudo, huyó de Nicaragua. Fue una travesía en la que el miedo no la abandonó. Desde antes de llegar a México sabía que aquí quería quedarse. Al llegar buscó refugio y para ello acudió a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, hizo el trámite para tener el estatus de refugiada, que consiguió en nueve meses.

La comunicadora vio que algunos funcionarios de la Comar eran de lo más indiferentes y se limitaban a cumplir su funciones de manera autómata. Había otros que, al contrario, ayudaban a las personas y tenían un trato cálido, como la que a ella le ayudó y que cuando obtuvo su refugio, la felicitó y le pidió permiso para abrazarla.

Hoy, a cuatro años, Gaby trabaja en México y también ayuda a otras personas que como ella buscan refugio en México. Comparte su historia con La Silla Rota.

Una vida inviable

Nacida en 1982, en los primeros años de la revolución sandinista, los que maravillaron al mundo, los que eran presumidos por intelectuales de la talla de Sergio Ramírez, ella simpatizaba con el régimen, pero desde 2016 comenzó a ver signos de descomposición, aunque sin imaginar lo más grave que vendría después.

Gaby recuerda que en abril de 2018 hubo una explosión social en Nicaragua, debido a la inconformidad por la situación que atravesaba el país: el presidente Daniel Ortega estaba aferrado al poder, con las fuerzas armadas a su servicio y un sistema de espionaje y delación a su servicio digno de las novelas La granja o 1984, de George Orwell.

Inconformes con la forma en que el gobierno de Nicaragua impedía las elecciones libres y disponía de la vida de los nicaragüenses, miles de hombres y mujeres salieron a las calles a unirse a las protestas. A ella le tocó ser testigo directo porque tenía un canal de YouTube donde hacían mesas de análisis pero cuando estalló la rebelión en abril de 2018, se convirtió en un espacio donde las madres pedían ayuda para buscar a sus hijos desaparecidos por la dictadura.

Fue cuando comenzó a recibir amenazas con mensajes brutales.

“Los mensajes iban desde ‘te vamos a meter presa’, hasta que podían ser violaciones múltiples y desaparición forzada. Traté de soportar todo lo que pude. Para mí el momento en que dejé de ser yo fue con la quema de esa familia. Eso fue impresionante para mí y dije ‘¿dónde estamos, qué está pasando?’ Y después de una reunión familiar, la familia dijo 'es momento de salir”.

Mientras, esos mensajes, esas imágenes de violencia le robaron el sueño y hasta el apetito. Su salud decayó física y mentalmente.

“Yo en ese momento también estaba de voluntaria en la embajada de México en Nicaragua y este señor diplomático al que le debo toda mi vida, me mandó a llamar. Fui a la embajada, era mi jefe en ese momento y me dijo ‘viene la oleada que va en contra de los periodistas. Tiene que salir”, recuerda.

La situación era tan grave y apremiante que el diplomático le recomendó que sólo llevara con ella sus documentos personales.

Fue cuando comenzaron a ser arrestados periodistas, como Cristina Chamorro. Para otros fue peor, uno de ellos fue asesinado en vivo, en una transmisión de Facebook Live.

“Mi esposo y yo en vez de tener lámparas de noche en nuestras mesas, lo que teníamos eran formas de cómo matarnos si entraba la policía. Ya lo había decidido, no permitir que estos me lleven y hagan lo que quieran conmigo".

“Era de prefiero esto que caer en la brutalidad y en la saña de estos que dicen cuidarnos y que más bien cuidan a un hombre que perdió todo un horizonte que se había construido en Nicaragua, que ahora es un país que desafortunadamente es conocido por la brutalidad y ahora por la persecución religiosa”.  

La huida

Cuando decidieron huir Gaby y su esposo, primero planearon qué hacer con algunas de sus propiedades como la casa, el automóvil y la ropa. No dudaron en repartir cosas o deshacerse de ellas. Ya tenían claro que no querían vivir con ese miedo.

Ambos tomaron sus documentos y se dirigieron vía terrestre a la frontera con Honduras. Contaban con pasaporte y visa, pero aún debían sortear que no fueran detectados en algún puesto fronterizo

“Llegamos a la frontera de Honduras y Nicaragua y ahí fue complejo porque íbamos vestidos como campesinos con una historia de ‘vamos a ver a una familia’. Pero vos sabes el miedo como te arropa. Me acuerdo de que en la frontera en el lado de Nicaragua un funcionario de migración me reconoció y vio mi cédula nicaragüense. ‘Como que si ha cambiado mucho’, me dijo. Yo solo respiré profundo y me dijo ‘pase’. Eso lo concebí como ‘me perdonó la vida’, vos sabes?”.

En cuanto pasó la pluma fronteriza su cuerpo se aligeró y se soltó a llorar. En Honduras una señora que no conocía los alojó y durmieron ahí una noche.

“Compramos un boleto para el camión para irnos a El Salvador y ahí unos amigos de la familia nos recibieron, estuvimos ahí una semana tratando de descansar también y compramos un boleto aéreo para México”.

Apenas llegaron, el 2 de octubre de 2018, también enfrentaron el trato diferencial que algunos agentes migratorios en México tienen hacia ciudadanos de países centroamericanos.

“Fue suficiente que ese agente viera mi nacionalidad para meterme a un cuartito y entrevistarnos tres horas. Aquí hay un tema bien complejo con los países de América Central, hay mucho desconocimiento y estereotipos de lo que significa ser una persona centroamericana. Me acuerdo tristemente de que este agente después de entrevistar a mi esposo también, porque además nos separan, dijo no pueden tocar maletas, usar celular y no te informan, te gritan”.

Pero ya que el agente verificó que los papeles estaban en orden, como si las anteriores tres horas no hubieran pasado, les dio a ambos la bienvenida a México.

Según el documento de la Acnur, entre julio y noviembre de 2022 la Ciudad de México ha visto crecer el número de solicitudes de asilo, siendo los venezolanos los más numerosos en hacerlo, después los haitianos y los hondureños. De julio a diciembre, el 20% de las solicitudes nacionales se concentraron en la capital mexicana.

De acuerdo con datos de la Comar, México ocupa el tercer lugar de solicitudes de refugio a nivel mundial, sólo detrás de Estados Unidos y Alemania. Nuestro país recibe a personas extranjeras que buscan refugio de más de 100 nacionalidades.

La comisión sólo revisa los casos de extranjeros que huyen de su país por motivos de persecución y aunque atiende a todos los que se presentan, a quienes no son perseguidos y salieron de su país por su voluntad -para mejorar su nivel de vida económico o reunirse con familiares suyos- los canaliza con el Instituto Nacional de Migración.

“Te sentís solo”

La primera semana la ocuparon para dormir, rememora Gaby. Después escribió a la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en México para pedir una guía para hacer la solicitud de refugio. Ese mismo día le respondieron y así conoció el programa Casa Refugiados (donde actualmente colabora) y otras organizaciones que acompañan a personas desplazadas.

“Me guiaron en este proceso. Es muy complejo porque aunque estás acompañado, te sentís solo. Casa Refugiados me acompañó muchísimo, pero ir a la Comar y hacer esa fila, entrar y una persona ya tenía el discurso de qué es lo que hay que hacer, pero de una manera fría y sin entender que la gente que llega ahí es la primera vez que va a algo.

“Me acuerdo de que había que escribir por qué estábamos saliendo del país. Eran hojas y hojas, o sea un día entero ahí, entender y darnos cuenta mi esposo y yo. Al lado teníamos una persona de nacionalidad hondureña que no sabía escribir”, agrega Gaby.

 

Pero nadie de la Comar se percataba de la situación. Decidieron ayudarla aunque se tardaran más.

El trámite lo hizo con desconfianza, pues estaba acostumbrada a que en Nicaragua las instituciones fueran inútiles. Pero poco a poco fue viendo que no era como en su país.

Luego de tres meses, que es lo que estipula la ley para tener una respuesta, no la recibieron. Entonces de Acnur los remitieron a un despacho de abogados para que llevaran su caso, bajo la figura pro-bono. Medio año después tuvieron una respuesta positiva.

“Nos reconocieron con la condición de refugiados a mí y a mi esposo”, dice con su gran e infantil mirada iluminada.

En el proceso notaron que había gente que llevaba hasta dos años esperando recibir su estatus de refugiado, aunque también las tareas se retrasaron debido a los efectos del sismo del 19 de 2017. Reconoce que si hubiera debido esperar esos dos años, quizá hubiera buscado otro país.

“Mi esposo y yo habíamos decidido ‘no nos vamos a quedar en un lugar que no nos quiere’. Entonces era ver a dónde nos íbamos a ir, que sea compatible con lo que queremos con nuestra vida. Estados Unidos nunca fue una opción para nosotros, porque es un estilo de vida que no es compatible con nuestra visión”, dice contundente.

Se le pregunta qué significa contar con la figura de refugiada.

“Es una figura obviamente de derecho internacional que tiene que ver sobre todo con la no devolución a tu país de origen, con el compromiso del Estado, en este caso el mexicano, de no dar información al gobierno de tu país”.

La condición de refugiado la pueden perder si regresan a su país, pero para ella no es una posibilidad regresar a Nicaragua. Aclara que en la cotidianidad no anda con una identificación que diga que es refugiada, es un compromiso que tiene el Estado con los refugiados pero con una tarjeta que dice Residencia Permanente.

Antes de tenerla lo que tenían Gaby y su esposo era una tarjeta de Residencia por Razones Humanitarias, que también le daba el derecho a la salud, a la educación, al trabajo, pero generalmente los empleadores no hacían caso a eso.

“Desconocían esta figura. Era como ‘ajá, pero ¿qué me hace cerciorarme que te vas a quedar?'. O sea era complejo. Te dicen eso exactamente, que ni siquiera conocían esa tarjeta”.

Se le pregunta cómo vive ese proceso de estar fuera de su país, del cual salió debido al riesgo que ahí enfrentaba.

Responde que al inicio sólo veía noticias de Nicaragua, estaba al tanto de amigos presos y eso le pesaba.

“Me sentía culpable por estar viva, por tener mi derecho a la libertad. Después de cierto tiempo y de comenzar a hacer una reflexión también muy interna de qué era lo que quería de mi vida, o sea si ya había logrado salir y ya tenía esta condición de refugiada, cómo iba a reivindicar mi vida, cómo iba a ganarle a la dictadura y entonces dije, ‘bueno’ y pasé por todo este proceso de revalidar mi conocimiento, revalidar mi diploma de Licenciada en Comunicación Social”.

Comenzó a buscar trabajo relacionado con su profesión, y ahora es parte del equipo de Educación para la Paz de Casa Refugiados. Comenzó a reivindicarse, dice.

“Para bien o para mal, yo soy libre. Ese hombre que está ahí en Nicaragua no lo es y no puede salir a la calle. Yo sí puedo. Yo ya le gané. Entonces eso para mí es importante y tenerlo claro es de lo mejor y la forma de reivindicar esa experiencia muy fuerte, que sí ha influido en mi forma de ver la vida, es la de no parecerme ni un poquito a aquello que me hizo tanto terror”.