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Palo Alto, el “lunar” entre Santa Fe y Bosques, resiste al embate inmobiliario

Habitantes de la cooperativa al poniente de la CDMX afirman ser la isla de la utopía en la CDMX y no vamos a vender

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A 25 años del voto en la CDMX es una serie no periódica de La Silla Rota que busca reflejar la evolución o retrocesos de la capital del país en los ámbitos político, social, económico, cultural y de derechos humanos y lo que falta por avanzar.


La cooperativa de vivienda Palo Alto está en pie de lucha. Ubicada en Cuajimalpa y a punto de cumplir medio siglo de haber sido fundada, sus habitantes despertaron de su letargo el año pasado, luego de que un juez ordenó a una comisión liquidadora hacer una auditoría de sus bienes. Esa medida parecía el inicio de la venta del terreno, cuya extensión es de 46 mil 242 metros cuadrados con 210 casas levantadas en los años 70, obtenidas con movilizaciones y sacrificios económicos y que actualmente es el hogar de cientos de personas.

Así lo explica a La Silla Rota Francisco Saucedo, hijo de una de las socias fundadoras y quien forma parte de la Comisión de Cultura, Arte y Deportes, encargada de la organización de los festejos por el 50 aniversario.

“Hace un año un juez dictó una orden con la Guardia Nacional respaldándola, para venir a hacer una auditoria a nuestros bienes comunes, lo cual fue el detonante para que la gente se volviera a organizar y protestar contra esa decisión. Fue tan fuerte la presión y la noticia que la gente volvió a organizarse como antes y a salir a la calle”, dice Saucedo en la pequeña plaza principal, centro de reunión y donde un mural muestra la historia del movimiento que culminó con la construcción de las casas.

Ante la amenaza de una auditoría para la liquidación y la posible participación de la Guardia Nacional, los habitantes decidieron apostarse en la puerta de entrada a la unidad habitacional. Ese día no llegó la Guardia, pero sí se hicieron presentes elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, para evitar un posible enfrentamiento con quienes obtuvieron la orden, un grupo disidente.

A partir de entonces la cooperativa ha retomado las asambleas y movilizaciones, con el objetivo de no perder sus casas.

TRABAJOS ESTANCADOS

La cooperativa cuando nació fue integrada inicialmente por 247 socios. Pero hace 22 años, 42 de ellos rompieron relaciones e interpusieron un juicio para salirse de la cooperativa y así poder vender su parte. El resto de los socios sospechó que detrás de esa decisión estaban los intereses de corporativos inmobiliarios de la zona, ya que Palo Alto es un lunar entre Santa Fe y Bosques de las Lomas, famosas por su plusvalía inmobiliaria.

El juicio ha sido largo y ha tenido resultados adversos para ambas partes. Mientras los socios inconformes debieron abandonar sus casas, los que se quedaron han visto crecer a sus familias y en algunos casos, pese a que hay un terreno con una reserva de predios para construir 90 casas más para descendientes, no han podido usarlo porque debido al juicio, están impedidos para obtener un crédito ante un banco e iniciar las obras.

“Ese juicio hace que la cooperativa se encuentre estancada en programas o proyectos sociales, en trabajos artísticos, contábamos con proyectos económicos como la fábrica de tabiques de la cual se hicieron estas casas, la tortillería y una tienda, pero además este problema jurídico hace que se mantenga en recesión, con 22 años de apatía y nos empezamos a desunir”, explica por su parte Gustavo García Cruz, también descendiente una socia.

Al paso de los años Palo Alto ha comenzado a ser rodeada por edificios de más de 20 pisos, que a ciertas horas del día se adueñan hasta de los rayos del sol con sus imponentes sombras y que esconden aún más al conjunto de casas individuales y dúplex del que está conformada la cooperativa.

El edificio aledaño más conocido es el llamado El Pantalón, cuyo nombre real es Arcos Bosques, que tiene cerca un centro comercial del mismo nombre, el cual desde 1993 comenzó a ser construido y se concluyó en 1996. Además, actualmente están en construcción dos torres de departamentos, cada una de 45 pisos, que ocultan aún más a Palo Alto, que no se ve desde la carretera México Cuernavaca, pese a estar a menos de un kilómetro.

La construcción de las dos enormes torres inquieta a los habitantes de Palo Alto, que temen que un temblor los ponga en riesgo, o que, con la llegada de nuevas familias a los departamentos elevados, se reduzca el suministro de agua.

“Estamos convencidos de que las corporaciones que están alrededor son una gran amenaza para nuestra forma de vivir. Muchas de las personas que habitan aquí han sido tentadas por los corporativos aledaños para que puedan convencer a la gente de vender una parte de la cooperativa, pero a mí me enorgullece saber que este proyecto de 50 años es tan fuerte que ningún socio podría vender la cooperativa, por eso ha resistido a este tipo de amenazas del capitalismo puro. En medio de Santa Fe y Bosques de las Lomas nosotros somos la isla de utopía”, añade con orgullo García Cruz, también parte del equipo organizador de los festejos.

Quienes no quieren vender Palo Alto han mostrado su disposición a defenderlo. Luego del 29 de junio del año pasado han acudido a Palacio Nacional a exponer su caso mediante escritos y han hecho manifestaciones. La más reciente fue a la Cámara de Diputados. También ya tienen una mesa de diálogo ante la Secretaría de Gobierno capitalino. Y para mostrar su unidad, preparan un gran festejo para su 50 aniversario, que es el 3 de mayo, pero celebrarán el sábado 7.

EL MONUMENTO A LA ESPECULACIÓN

Actualmente en Palo Alto hay 210 casas, todas similares, asentadas en predios de 106 metros, con cuadras divididas por calles trazadas como tablero de ajedrez. De esas 210 viviendas, 32 son habitadas por los hijos de socios, en forma de casas dúplex, y hay otra área de casas de descendientes de socios que terminaron por no integrarse a la cooperativa y carecen de algunos servicios.

Además de las casas, hay una plaza cívica, con tortillería al lado, un salón donde se imparten talleres y se preservan fotos con la historia del lugar, con imágenes de cómo era una zona donde había casuchas sin servicios urbanos y el terreno era de arena.

Hay un terreno para jugar futbol -incluso la cooperativa tenía su miniliga interna- y destaca un par de columnas de acero levantadas en un gran baldío, y que no sostienen nada. Forman parte del proyecto para hacer un salón de fiestas pero que está inconcluso y que algunos acusan que resultó un fraude.

Entre la plaza y la zona de departamentos dúplex hay un espacio donde está el Monumento a la Especulación: se trata un pedazo de estructura metálica de metro y medio, similar a una parte de la fachada de uno de los departamentos de las torres que se construyen enfrente. Saucedo dice que representa lo único que podría comprar de esos departamentos, quien quiera vender su vivienda.

Desperdigadas, hay unas casas tapiadas con tablas en puertas y ventanas, lo que les da un aspecto fantasmal. Son las “resguardadas”, las de los socios que, por querer vender, dejaron sus propiedades. Dentro del terreno de la unidad, no hay escuelas, pero hay un kínder y una primaria a 400 metros saliendo de ahí. Para ir a una secundaria sí hay que tomar el transporte público y la más cercana está a 20 minutos y en el caso del nivel bachillerato, a media hora.

Además del Pantalón y las dos torres, cerca está el velatorio y crematorio Palo Alto, que lleva años y casi nunca resultó inconveniente sino hasta que llegó la pandemia de covid19, cuando hubo incineraciones más frecuentes, lo que algunos creen descompuso la hornilla, con lo que el olor de los cuerpos calcinados les llegaba. Pese a ello, nunca se quejaron, pues sabían que había una situación extraordinaria.

Las vialidades que están cerca son además de la carretera, Bosques de Alisos y CP° de los Lilos. También cerca, pero bordeado por una reja, está el centro comercial Paseo Arcos Bosques.

Lo que no hay desde hace dos años es un doctor, reconoce Saucedo.

ÍBAMOS MUY BIEN, PERO LOS VIEJITOS NOS ESTAMOS YENDO

Felipa María Vázquez tiene 75 años. Originaria de Pedernales, Puebla, llegó a la zona donde se ubica Palo Alto, cuando era una zona de minas.

Recuerda que antes en lugar de las vialidades, los edificios o la casa de la Colina del Perro -que ordenó a construir el expresidente José López Portillo luego de dejar el poder y que arruinó parte de la flora y la fauna de la zona- había árboles, un pequeño lago, un establo y vaquitas.

En la zona de minas ella y su familia, que habían trabajado para la empresa que explotaba el terreno, se quedaron a vivir después de una tortuosa negociación por parte de la cooperativa para comprarlo.

“Era pura grava, tezontle, las casitas eran de cartón negro. No teníamos nada, todo te lo cargabas en la espalda”, dice Felipa.

Aún recuerda que la cooperativa se formó en 1972, pero como dicta la ley de la vida, muchos ya han fallecido y ahora sólo deben quedar vivos unos 60, ella incluida. Todavía tiene presente como comenzaron a organizarse, básicamente en penumbras porque no tenían luz, y se alumbraban con velas. Tampoco tenían agua ni drenaje, sólo su entusiasmo y la guía del sacerdote Rodolfo Escamilla, que daba clases en colegios privados, pero se enteró de la situación porque alumnos suyos de una escuela vecina se la platicaron y decidió ayudar a la comunidad.

Cuando empezó a gestarse lo de la cooperativa para tener mejores condiciones y una vivienda, hicieron asambleas, a las que sólo acudían los hombres que además no les comunicaban nada. Pero las mujeres investigaron qué pasaba y al ver que el movimiento era serio, se unieron, agrega sin ocultar su orgullo.

Recuerda que en una ocasión llegaron granaderos para intentar sacar a todos, pero ellas se interpusieron.

“Qué según el dueño iba a venir muy agresivo para ver qué cosas estábamos haciendo porque se corrió la noticia que andábamos alborotando a la gente porque ellos no querían vender, que se iban a quedar sin dinero. Hicimos esa junta en la noche, nos vinimos todas las mujeres, los hombres trabajaban por su lado, las mujeres por otro. Cuando llegó la Cruz Roja, llegaron los granaderos, esos que nos los echó el dueño, y entonces nos acostamos en el piso con nuestros niños y perros”, rememora, emocionada.

Les mandaron un helicóptero para intimidarlos, pero tampoco funcionó. Después ocurrió lo que llama “la revolución que hicimos nosotras”.

Lograron crear formalmente la cooperativa que nació en 1972 y años después ellos mismos, hombres y mujeres comenzaron a construir las casas, con diseños prefabricados.

“Iba muy bien la cooperativa, ahora va floja porque los viejitos nos estamos yendo y la juventud no sufrió de eso”, lamenta.

“Yo me fregué aquí, me quiero quedar aquí”, expresa y critica a los más jóvenes.

No se vale que los hijos digan yo vendo sin ver el esfuerzo que hubo detrás

Para minar a la cooperativa, también hay personas que soslayan la seguridad, lo que ha llevado a que ya haya problemas de consumo y venta de drogas, un fenómeno de reciente aparición, asegura.

La alcaldía Cuajimalpa sólo los atiende cuando van en bola, critica.

“¿CREE QUE ME QUIERO IR?”, PREGUNTA BENITA

Benita tiene 89 años. Cuando tenía 7 años, en 1940, llegó al predio donde ahora se encuentra Palo Alto. Ahí sus papás trabajaron en las minas cuya explotación era tan grande que la tierra extraída alcanzaba una altura como la de las dos torres que están a unos metros donde se lleva a cabo la entrevista, afirma.

Aquí no había nada, ni luz ni agua ni nada, bajábamos a Santa Fe por la barranca, hicimos camino por esa cosa de Bosques para bajar a traer nuestros víveres. Traíamos que la masa, el petróleo o la comida cargada a la espalda y con puro petróleo nos alumbrábamos

Además de sus papás, sus hermanos y hasta sus hijos fueron los iniciadores en las minas. Personas que llegaron después de los primeros trabajadores fueron los que empujaron para que los Ledezma, los dueños, les vendieran el terreno, aunque ellos no querían ceder, dice Benita, cuya memoria es de hierro.

“Para mi modo de ver que he vivido toda mi vida aquí, no estoy de acuerdo y no creo que los jóvenes saben lo que es vender. ¿A dónde nos vamos los viejitos? No tendremos espacio libre, como lo tenemos aquí” y agrega que le duele que los niños puedan vivir eso, debido a una división originada por el dinero.

Como Felipa, tampoco está de acuerdo en que se venda el predio o parte y es de las primeras frases que dice al iniciar la entrevista.

“He vivido mi niñez, mi juventud y ahora mi vejez, ¿cree que me quiero ir? Pues no, me voy, pero me van a llevar, he vivido toda mi vida aquí, donde no había nada”, remarca.

ÉRAMOS LAS VIUDAS

Melania Hernández de 76 años es otra de las personas que vive en Palo Alto desde antes que fuera cooperativa. Ella no es socia, pero su esposo, ya fallecido, sí era. Pero como era mayor que ella, por su edad no vio el inicio de la construcción de las casas. No fue el único, fueron más casos, tantos que se formó un grupo conocido como de “las viudas”.

Luego de obtener el predio, los socios de la cooperativa no tenían dinero para levantar las primeras casas. Pero con la ayuda del padre Escamilla fueron orientados para buscar un préstamo, recuerda Melania.

“El primero no fue con dinero sino con material, palas, picos, fue hasta el tercero que recibimos dinero, para poder comprar el material a mejores precios”, continúa.

Pese a que las viudas eran despreciadas, ellas fueron las primeras en pagar, y para ello trabajaban de varias cosas, como lavanderas.

Éramos muy despreciadas por ser viudas y no tener nada, pero gracias a Dios fuimos las primeras en pagar

Incluso, cuando vieron que sí podían pagar, los representantes del propio banco las visitaron para ofrecerles más prestamos, que ya fueron en efectivo.

“Le hice de todo para poder salir. Mi casa significa un gran logro, una bendición de Dios”, afirma.

De religión evangélica, tiene confianza en que no le quitarán su casa.

“No me da miedo, nada pueden hacer sin la voluntad de Dios y Dios me dio la casa y el terreno y fue por algo”.

Reconoce que no le gusta estar al lado de edificios, pero pues ahí vive.

“Pues no me gusta, pero tiene uno sus contras y favores, vivimos contentos, tenemos la bendición del agua, nos conocemos, no entran rateros como en otras colonias. Eso lo valoro y le digo a mis hijos, pero tampoco me voy a aferrar aquí y a estar peleando, a tener hijos amontonados, les digo que no hay futuro, aquí estamos contentos, pero no hay futuro para ustedes, les digo a mis hijos, no aquí”, remarca.

DERECHO HUMANO A LA VIVIENDA

Francisco Saucedo explica que lo pendiente para la cooperativa es resolver el juicio de liquidación, pero considera que el juez quinto de distrito en materia civil de la Ciudad de México, Alejandro Dzib Sotelo, que lleva el caso, no ha querido resolverlo, pues dijo que debe formarse una mesa liquidadora y propuso a cinco personas que no representan a la cooperativa, ya que uno ya falleció y otros ni siquiera viven ahí.

Adelanta que continuarán con rechazar lo que proponga la mesa liquidadora con amparos, y para ello tienen un buen equipo jurídico y en lo político le apuestan por hacer escritos y movilizaciones en alianza con otras organizaciones. En lo social la idea es volver a mostrar unidad y para eso es ideal el festejo de aniversario.

“La fundación de la cooperativa fue para ver la vivienda como derecho humano, entonces la vivienda no es una mercancía, sino un derecho, por eso ha resistido tantos intentos de venta”, expresa.

Desde el 8 de marzo, en la conmemoraron del Día de la Mujer, comenzaron los eventos por el aniversario, con el reconocimiento del papel jugado por las mujeres.

“Sin la lucha de las mujeres habría sido muy difícil conseguir la cooperativa y conservarla”, admite Saucedo.

EL COOPERATIVISMO LO TRAIGO EN LAS VENAS

Gustavo García Cruz también quiere que continúe la cooperativa.

“Aquí todo mundo siente seguridad, los niños pueden jugar felices en el campo deportivo sin temor a que los padres puedan extraviarlos, entre nosotros nos cuidamos y es parte de lo que genera el cooperativismo”, asegura.

Pide a los disidentes recordar que la cooperativa fue fundada con un objetivo social: dotar del derecho a la vivienda a personas que sin la organización difícilmente hubieran accedido a ello.

Estamos convencidos que las corporaciones de alrededor son una gran amenaza, muchas de las personas han sido tentadas por los corporativos aledaños para vender una parte de la cooperativa

Noé Martínez, otro de los hijos de un socio, también se dice orgulloso de vivir ahí. “Es una seguridad privilegiada, estamos encerrados, pero me gusta vivir aquí por sentimiento de pertenencia gran historia”, concluye.

FOTOGRAFÍAS: Elizabeth García Fuentes y Cortesía