El escenario era aterrador, una camioneta repleta de sangre, todas las personas a bordo habían muerto en un enfrentamiento con la Policía Estatal de Tamaulipas, en Nuevo Laredo. Entre los abatidos destacan un joven, quien –por el poderío de las armas fuego– había quedado sin cabeza.
Las fotos circularon por redes sociales, se supo entonces que era un menor de apenas 16 años apodado “Juanito Pistolas”, sicario del cártel del Noreste, parte del brazo armado “Tropas del Infierno”, su fama local era tal que hasta tenía un “narco rap”.
El caso no es aislado, innumerables jóvenes vulnerables son reclutados por el crimen organizado, desde pequeñas bandas criminales hasta grandes cárteles trasnacionales.
El País entrevistó a algunos de estos jóvenes sicarios, algunos de ellos ya en prisión, quienes confiesan –a petición de no dar a conocer sus verdaderos nombres– cómo un menor de edad termina convirtiéndose en un sanguinario criminal.
Kevin comenzaba su pubertad cuando fue reclutado por una pandilla de su barrio, en Nezahualcóyotl, en el Estado de México.
Tenía 16 años, entonces, quería ser alguien, quería pertenecer a algo, ser respetado, refiere.
Para ello, detalla, necesitaba tener cosas: “ropa de marca, un par de zapatos chingones y dinero”.
La banda a la que se unió tenía apenas 10 integrantes, el más grande no tenía ni 25 años, el más pequeño tenía nueve años.
“El más pequeño era el más sanguinario. Nunca mostraba arrepentimiento y pararse a su lado le daba confianza porque sabía que si alguien se metía con ellos, el chico lo iba a matar”.
Kevin recuerda que comenzaron delinquiendo con crímenes menores, pero que fueron escalando a hechos más violentos.
“Primero fue vandalismo y robo. Después fueron drogas, extorsiones a negocios y golpizas”. El trabajo de Kevin era claro: meter terror a nuestros rivales.
Ahora Kevin tiene 20 años y reflexiona: "Todo comenzó como un juego, éramos niños jugando a ser sicarios".
"Por primera vez me sentí poderoso, estaba con la banda pesada del barrio, los que mataban, vendían drogas y gobernaban en realidad".
Las palabras son de Miguel, quien comenzó a delinquir con una banda a los 17 años de edad, sostiene que se trataba de un cártel que operaba al norte del Estado de México, no detalla cuál.
El joven recuerda la primera vez que vio torturar a alguien, misma ocasión en la que torturó en primera ocasión.
"Vi por primera vez como torturaban a alguien, le cortaban la lengua, los dedos, las orejas y después se empezaban a carcajear. Puta madre. Obviamente me dio miedo", relata Miguel.
Y continúa: “Cuando le llegó mi turno, me temblaba la mano, pero no podía mostrar mis sentimientos, si no lo hacía, me mataban a mí".
Actualmente, Miguel se encuentra en prisión, un encierro que para él fue su salvación.
"Me salvó la vida que me encerraran, quizás hubiera terminado en un ataúd, como otros".
La pobreza y la falta de oportunidades es lo que orilla a un menor a formar parte de una organización criminal.
En México, la mitad de los niños y adolescentes se encuentran en pobreza, así lo señala el “Informe de evaluación de la política de desarrollo social 2018” del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
El Coneval detalla que existen alrededor de 40 millones de menores en México, de los cuales 20.7 millones viven en hogares que experimentan algún tipo de pobreza. La situación empeora en el caso de los menores indígenas, donde casi el 80% se encuentra en condiciones de pobreza.
Pero también se trata de un caso de masculinidad tóxica, la consecuencia de virar en una sociedad machista, según sentencia Saskia Niño de Rivera, directora de la organización Reinserta, en entrevista con El País.
"Se explota una figura del macho dominante, si lloras, si dudas, si te da miedo, ''no eres lo suficientemente hombre’.".
Kevin la secunda con sus declaraciones: "Cuando atrapaban a un capo, lo único que pensaba era en todas las mujeres y el dinero que tenían […] Y al mismo tiempo, no paraban de decirme que era ''un bueno para nada'', que ''me iba a morir pobre'' y era ese coraje el que usaba para pegar más fuerte, para no pensar".
"Somos una sociedad cada vez más sedienta de un espectáculo incrementalmente violento y eso tiene un efecto en los crímenes que vemos", señala Anel Gómez, psicóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para El País.
"Ya no basta con matar, hay que decapitar o disolver en ácido para llamar la atención", apunta Rogelio Flores, investigador de la UNAM.
Y añade: "Se habla mucho de la normalización de la violencia, pero estamos de lleno en una etapa de desensibilización: ya no nos provoca nada, a veces, incluso, nos entretiene".
Desde diciembre de 2006 hasta el año pasado se cometieron 278 mil 899 homicidios, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), de los cuales más de un tercio eran hombres menores de 29 años y esa ya es la principal causa de muerte para ese grupo de edad.
Con información de El País
rgg