En un mundo donde las tasas de obesidad siguen aumentando, Japón se mantiene como uno de los países con menor prevalencia de esta condición. Según el World Obesity Atlas 2022 de la Federación Mundial de Obesidad, la tasa japonesa es de apenas 3,5%, muy por debajo del promedio mundial y de países como México, donde el 18% de los menores en educación básica viven con obesidad y, al incluir el sobrepeso, la cifra asciende a 37%, de acuerdo con datos de la Secretaría de Educación Pública.
En Europa, el 23% de la población presenta obesidad, y las proyecciones apuntan a que en 2030 uno de cada cinco mujeres y uno de cada siete hombres convivirá con esta enfermedad.
El éxito japonés en este terreno no es fruto del azar, sino del diseño e implementación de políticas públicas específicas. Una de las más relevantes es la llamada Ley Metabo, vigente desde 2008, cuyo objetivo es prevenir el síndrome metabólico y las enfermedades asociadas al exceso de peso.
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Esta legislación obliga a todos los adultos de entre 40 y 74 años a someterse anualmente a la medición del perímetro de la cintura durante exámenes médicos de rutina. El límite fijado es de 85 centímetros para hombres y 90 para mujeres; quienes lo superen disponen de tres meses para reducir la medida, con apoyo de pautas dietéticas personalizadas.
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Tanto gobiernos locales como empresas están legalmente obligados a garantizar que un porcentaje de sus trabajadores o residentes se mantenga dentro de los rangos establecidos; de lo contrario, enfrentan multas por incumplimiento.
Otra política clave es la Ley Shokuiku, centrada en la educación alimentaria. Este marco legal promueve el aprendizaje sobre nutrición, producción de alimentos y hábitos saludables desde la educación preescolar hasta la secundaria.
Entre sus objetivos está combatir la falta de conciencia sobre la alimentación, frenar el abandono de la dieta tradicional y prevenir tanto la obesidad como los trastornos alimentarios como anorexia o bulimia. La ley establece la contratación de nutricionistas profesionales con formación docente para impartir clases específicas y ha influido directamente en la elaboración de menús escolares balanceados, reforzando la cultura de la comida como elemento social y educativo.
El modelo japonés también integra políticas que fomentan la actividad física en la población adulta. Las empresas son incentivadas para que promuevan pausas laborales destinadas al ejercicio, y se alienta a los trabajadores a desplazarse caminando o en bicicleta. En paralelo, el gobierno invierte en infraestructura ciclista segura y accesible, de modo que la movilidad activa forme parte de la rutina diaria.
Con este conjunto de medidas —que combina control sanitario, educación alimentaria y promoción del ejercicio— Japón ha logrado contener las cifras de obesidad y mantenerlas entre las más bajas del mundo. Organismos internacionales han señalado que este enfoque integral podría servir como referencia para otros países con altas tasas de sobrepeso y obesidad, como México, donde el reto sigue siendo urgente.
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