El régimen de Nicolás Maduro en Venezuela ha sobrevivido a crisis económicas, sanciones internacionales y derrotas políticas. Para Javier Corrales, profesor de ciencia política en Amherst College, esto no es un accidente: es producto de una arquitectura autoritaria compleja, basada en la represión institucional y una estructura de poder descentralizado que reparte beneficios a aliados estratégicos. Así lo plantea en su columna publicada en The New York Times titulada El plan de Maduro para perpetuar su dictadura.
“Maduro no gobierna solo; gobierna en red”, escribe Corrales en The New York Times. A diferencia de otras dictaduras personalistas, el régimen venezolano ha creado una estructura de dos niveles: un primer nivel de control totalitario y un segundo nivel de concesión funcional a grupos aliados.
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El control total y la simulación de democracia
El primer nivel, según Corrales, reproduce el autoritarismo clásico: represión, manipulación electoral, control judicial y persecución política. Este aparato ha sido usado no solo para mantener a la oposición a raya, sino también para simular instituciones democráticas que carecen de independencia.
Maduro ha recurrido a leyes habilitantes para gobernar por decreto, inhabilitado a rivales como María Corina Machado, y transformado el sistema judicial en un instrumento de represión. Las elecciones, afirma Corrales, “siguen existiendo, pero ya no son competitivas”.
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El segundo nivel: la red de beneficiarios del poder
El verdadero rasgo distintivo del régimen es lo que Corrales denomina la “fusión funcional”. Esta consiste en delegar funciones económicas clave a sectores que tradicionalmente no las tenían, como las Fuerzas Armadas o colectivos civiles, a cambio de lealtad.
“Altos mandos militares han sido autorizados a participar en negocios lucrativos que los atan al destino del régimen”, señala el politólogo. Esto incluye el control de empresas estatales, participación en redes de contrabando, y acceso a contratos públicos.
Asimismo, los colectivos chavistas —originalmente grupos sociales— se han transformado en fuerzas paramilitares encargadas de reprimir protestas. A cambio, reciben una “licencia informal para saquear”, lo cual descentraliza la represión y ofrece al régimen una negación plausible de sus abusos.
Una dictadura que se alimenta del colapso
El análisis de Corrales sostiene que el régimen ha encontrado en el colapso del Estado y la economía una fuente de fortaleza. La debilidad institucional crea incentivos para formar parte del círculo de poder, ya que fuera de él solo hay pobreza y exclusión.
“En Venezuela, ser leal a Maduro no solo garantiza impunidad, también acceso a negocios millonarios”, explica Corrales. Esta estructura ha creado una élite privilegiada que tiene tanto poder e incentivos como el propio presidente para preservar el statu quo.
Incluso si Maduro fuera sustituido, advierte, el sistema que lo sostiene podría reproducirse con otro rostro, ya que los verdaderos pilares del poder están en esa red funcional de intereses compartidos.
