Stephen Miller, actual subjefe de gabinete y asesor de seguridad nacional en la administración de Donald Trump, es una figura central en la transformación ideológica del gobierno de Estados Unidos. Desde su juventud ha promovido una visión nacionalista excluyente, que hoy cristaliza en políticas migratorias agresivas y medidas de control social impulsadas desde la Casa Blanca.
Stephen Miller es más que un asesor político: es el cerebro ideológico detrás de algunas de las decisiones más polémicas del gobierno de Donald Trump. A sus 39 años, ha acumulado un poder inusual para un funcionario no electo, con injerencia directa en decretos presidenciales, políticas de seguridad interna y estrategias de confrontación cultural.
Con una retórica cargada de miedo, criminaliza al adversario político y justifica medidas autoritarias apelando a la ley y el orden. Desde la Oficina Oval, impulsa el uso del aparato estatal para perseguir migrantes, movimientos de izquierda y figuras críticas del gobierno, lo que le ha valido el mote de “el arquitecto del miedo”.
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De Santa Mónica al Despacho Oval
Nacido en 1985 en Santa Mónica, California, en una familia judía de clase media alta, Miller creció en un entorno multicultural que desde joven rechazó. En la preparatoria, ya mostraba posturas abiertamente antiinmigrantes. Durante su paso por la Universidad de Duke, se acercó a figuras del pensamiento nacionalista, como David Horowitz y Richard Spencer, este último vinculado al movimiento alt-right.
Su carrera política comenzó como asistente legislativo en el Congreso. Trabajó con la congresista Michele Bachmann y el senador Jeff Sessions, quien más tarde sería secretario de Justicia en la primera administración Trump. Fue Sessions quien lo recomendó para integrarse al equipo del entonces candidato republicano en 2015.
Mano firme en migración y seguridad
Miller fue clave en la elaboración del veto migratorio a países de mayoría musulmana, la separación de familias en la frontera y la reestructuración del sistema de asilo. En la segunda presidencia de Trump, su influencia se ha amplificado. Es él quien presiona por redadas masivas, deportaciones exprés y hasta el uso de leyes de 1798 para facilitar expulsiones.
En mayo de 2025 declaró a Fox News que su meta es alcanzar 3,000 detenciones diarias de migrantes, lo que implicaría más de un millón de arrestos al año. Estas medidas han sido acompañadas por el despliegue militar en ciudades como Los Ángeles y Washington D.C., con participación de la Guardia Nacional y, en algunos casos, de marines.
Lenguaje de guerra, política de exclusión
Miller ha perfeccionado un estilo discursivo que presenta a la oposición como una amenaza existencial. Tras el asesinato del activista Charlie Kirk por un francotirador, calificó el hecho como parte de un “movimiento terrorista doméstico” y prometió “usar todos los recursos del Estado para desmantelar estas redes”. Esto, pese a que el FBI calificó al atacante como lobo solitario.
También ha declarado abiertamente su desprecio por los programas de diversidad, equidad e inclusión, a los que responsabiliza de “adoctrinar” a los estudiantes de universidades como Harvard y Yale. Su retórica es militar, divisiva y apocalíptica, y construye un país en el que la disidencia es sinónimo de traición.
Una influencia incómoda
Aunque no tiene formación legal, Miller sugiere reinterpretar el derecho al hábeas corpus, principio constitucional básico. En una conferencia de prensa en mayo, dijo: “El privilegio del hábeas corpus puede suspenderse en tiempos de invasión, y es una opción que estamos considerando activamente”.
Su poder y discurso provocan resistencia. Ha sido denunciado por grupos como el Southern Poverty Law Center, que lo cataloga como figura extremista. Incluso su tío materno lo ha criticado públicamente por traicionar la historia migrante de su familia. Aun así, su lugar en el núcleo duro del trumpismo sigue sólido.
