Todo se encuentra inmerso en un nuevo puzzle de la geopolítica, todo tiende a reacomodarse. O, lo que sería más problemático: someterse a una metamorfosis con todo lo visto hasta aquí. El mundo parece encontrarse en ese preciso momento en el que no sobran las ideas para ir colocando las piezas en su sitio; para que, con tenacidad u observación e inteligencia, se pueda llegar al momento de la “tarea cumplida”, completando esa imagen que el concierto de las naciones vaya a arrojar. Entretenido, como todo rompecabezas, pero no apto para impacientes y mentes que tienden a resistirse a los análisis más sesudos.
Y en este pasatiempo obligado y urgente al que están sometidos los líderes mundiales, hay piezas de rápida ubicación. China y Estados Unidos, esgrimiendo un poderío gastado y otro que amenaza en ascenso. Una guerra, entre Rusia y Ucrania (auspiciada por sus respectivos patrocinadores), que sigue lubricando el mecanismo para terminar por reacomodarlo todo. Principalmente, la provisión de energía y de materias primas mientras se acelera el calentamiento global y surgen nuevas piezas a tener en cuenta, a la hora de seguir armando, en el continente africano. Las mismas que por parecer menores no son menos importantes a la hora de la construcción final.
Poco después de cumplirse el mes del golpe militar en Níger, el pasado 26 de agosto, las fuerzas armadas de Gabón no quisieron ser menos y gritaron “¡Aquí estamos nosotros!”, y derrocaron a Alí Bongo, el cuestionado presidente, recién reelegido y heredero de una dinastía, por demás corrupta, que había iniciado su padre, Omar, en 1967.
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Revisando la historia de este país, rico por demás en recursos naturales y con una sociedad condenada al empobrecimiento, pueden entenderse, a priori, las imágenes de júbilo que llegaron desde su capital, Libreville.
En ese armado (reseteo, para algunos analistas) del nuevo orden mundial, no resulta difícil colocar a Gabón. Acaba de convertirse en el sexto país consecutivo de África occidental en donde los militares avanzan sobre las instituciones, lista iniciada por Sudán en 2019 y continuada por Mali, Guinea, Burkina Faso, Chad y, recientemente, Níger. Otro nuevo dolor de cabeza para el gobierno de Emmanuel Macron, porque el golpe reconfirma esta época en la influencia francesa, allí donde todavía considera tener “su patio trasero”.
Pero no solo Francia y su influencia poscolonial (la misma que suele denunciar la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, cuando la emprende contra Macron) sufren con cada uno de esos golpes militares. Sus soldados regados en esos territorios y sus empresas mineras y petroleras comienzan a sentir las consecuencias. Por ejemplo, el grupo Eramet, que explota minas de manganeso y las líneas férreas de ese país, decidió interrumpir sus actividades hasta nuevo aviso, como una de las medidas de resguardo tras el golpe.
Pero no solo a París le preocupa la nueva coyuntura en esa franja norte de África, con epicentro en la región del Sahel —uno de los santuarios preferidos de los yihadistas—, donde no solo las fuerzas francesas, sino también los drones estadounidenses en la base de Agadez (Níger) tienen allí uno de sus objetivos militares.
Como ocurrió con el golpe en Níger, a horas de que los militares tomaran el poder y detuvieran a Bongo en su residencia —acusado de alta traición y malversación de fondo públicos—, el Quai d’Orsay y la Secretaría de Estado se pronunciaron en defensa de la democracia. Si para Francia todo pasa por una pérdida de influencia en sus excolonias, para Estados Unidos lo que preocupa es el flagelo de la inseguridad; pero para ambos (y también para el conjunto de la Unión Europea) lo que realmente les mueve la aguja es la penetración rusa en esa zona.
A este evento, Moscú llegó sin invitación. Puso a disposición de semejante “catering” armado con su batallón de mercenarios de cabecera, el grupo Wagner, allí, donde su extinto jefe, Yevgueni Prigozhin, iría a prestar sus últimos servicios. Y no precisamente en la cocina, en donde había comenzado su carrera de chef, sino en los arrebatados fuegos de la guerra.
Es en ese contexto en donde las dictaduras militares africanas esperan consolidarse. Aprovechando las contradicciones norteamericanas y francesas y tirando de la larga cuerda que llega desde Moscú. Lo que alguna vez fue un tópico central para las potencias, la lucha antiterrorista, ahora, en este nuevo puzzle, parece haber perdido terreno en todas las agendas.
Así lo explica Wassim Nasr, especialista en yihadismo, en una reciente entrevista publicada por la revista francesa Le Grand Continent, cuando señala que si bien la lucha contra el terrorismo sigue ocupando “un lugar destacado en la retórica de las potencias occidentales, el impulso parece haber cambiado hacia la ‘posguerra contra el terrorismo’”.
“Hoy, el objetivo principal ya no es simplemente luchar contra el terrorismo, sino navegar por este nuevo y complejo tablero geopolítico… Entonces, la situación en Níger, al igual que sus homólogos de otros países africanos, no solo se tensa, sino que aparece como emblemática de los retos geopolíticos que surgen en el continente”, añade.
Es América Latina una región con sobrada experiencia en golpes militares. Por lo cual, la deducción, más a la mano que se nos aparece, es que no existe una dictadura militar sin que las potencias apoyen o miren para otro lado. Al menos, hasta que el rompecabezas del nuevo mundo quede completo.
Pero como la geopolítica bien entendida siempre debe comenzar por casa, Donald Trump pone a prueba su popularidad entre buena parte del electorado estadounidense, yendo de juzgado en juzgado y de estado en estado. La situación del expresidente y el recorrido gubernamental del presidente Joe Biden nos brindan un bosquejo considerable de lo que puede devenir en la curva final de la campaña electoral.
Macron, por su parte, volvió a poner en evidencia esta semana su debilidad política, cuando convocó a los líderes de la oposición para proponer la apertura de una serie de referéndums, que lo ayuden a saltear su minoría en el Parlamento. Un intento desesperado por encontrar mecanismos, recetas, que lo ayuden a evitar conflictos sociales como cuando la reforma de la edad jubilatoria. Para ello, se puso a bucear en la historia de la V República. Más precisamente en los tiempos del general Charles de Gaulle en el poder (1959-1969), quien supo hacer uso y abuso de esa herramienta, constitucional, que terminó jugando en contra cuando quiso descentralizar la administración pública, lo que provocó la muerte política de uno de los grandes héroes de los galos.
Los interlocutores del presidente salieron de ese cónclave con un “NI” como respuesta. Pero el solo intento de apelar a la consulta popular, muestra el nivel a que llega el desgaste de la democracia, en tanto sistema. Pieza fundamental en el mundo que se va y de influencia cada vez más incierta en el mundo que se está armando, por lo visto en Francia y en otros puertos también.
Si no son los golpes militares en África, es la llegada de gobiernos de sesgo autoritario o de populismos diversos desbocados que se insultan unos a otros, como el comparativo con Hitler que el presidente Gustavo Petro acaba de hacer de Javier Milei, el libertario candidato a la presidencia en Argentina.
Pero estos son tonos desteñidos, colores opacos en el dibujo de ese rompecabezas. Condenados así a la aleatoriedad en esa figura final, de la que todavía parece faltar mucho tiempo, mucha agua por debajo del puente, un sostenido esfuerzo por poner a salvo la materia gris (al menos del cambio climático) y en la imperiosa necesidad de resguardar vidas. Al menos hasta que llegue el momento de colocar la última pieza que termine de definir el nuevo orden.