En las urnas todo resulta muy fácil. Ahora, el resultado que estas pueden llegar a arrojar muchas veces suele ser un problema por resolver. Casi una máxima de la política en tiempos modernos, el inconveniente que arrojaron las recientes elecciones en España, se parece a un galimatías que el propio sistema parlamentario, en ese país, deberá resolver. Tarea que presenta, como en otros tiempos, sus dificultades.
Alguna vez, allá por 1996, el entonces líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Felipe González, llevaba más de 13 años en el poder y resistía envuelto en escándalos como los de GAL y distintos episodios de corrupción. En vísperas de las elecciones de ese año, las encuestas hablaban de una victoria arrasadora del Partido Popular, con José María Aznar a la cabeza. Solo se alzó con una victoria por 0.5?% de votos de diferencia. González le permitió formar gobierno, después de hablar con el rey y, de inmediato, el hoy allegado a Carlos Slim lanzó aquella máxima que bien le sirve hoy a Alberto Núñez Feijóo, como por entonces a Aznar: “Nunca hubo una derrota tan dulce y una victoria más amarga…”.
De esas mieles disfruta hoy Pedro Sánchez. De aquellas mismas amarguras se tiene que defender el líder de los populares, sin poder avanzar con la ultraderecha de VOX a riesgo de que los nacionalismos de diferentes regiones le den la espalda.
Sánchez logró, contra todo pronóstico, varios objetivos en una sola campaña: frenar la ofensiva interna tras la debacle en las municipales de junio, desinflar al neofranquismo y reorganizar su frente con la izquierda, con los radicales vascos de Bildu y así permanecer en la Moncloa. Aunque más no sea, hasta que persista el bloqueo y a Felipe VI no le quede otra opción que llamar a repetir los comicios. Ese escenario, que nadie descarta, podría montarse en diciembre, como estaba previsto antes de que Sánchez decidiera adelantarlas para el 23 de julio, en una estrategia que ahora se la estudiará como exitosa.
Al igual que en aquellos días del 96, Aznar quedó obligado a pactar con los nacionalismos y partidos regionales. Pero la llave de aquel gobierno la tuvo Convergencia y Unio (CyU) de Jordi Pujol. No se lo había hecho fácil al PP. Mucho de lo que es Cataluña, hoy, se fraguó en aquellos acuerdos para que Aznar pudiese acceder al poder. Ahora es Junts x Catalunya y La Esquerra de Catalunya (ERC) los que parecen volver a tener la llave principal de las puertas a la Moncloa. Y un dato adicional, es Carles Puigdemont, el líder de Junts, el que pasó de ser prófugo de la Justicia a árbitro principal de este juego democrático. No obstante, el que podría tener mejor acceso a esa llave no es otro que Sánchez. La incógnita es concreta: ¿Cómo hará para conformar a ambos lados del espectro ideológico catalán, sin enervar al resto de España? Esa se parece a una tarea de orfebre, a un estadista. Y estos “ni están ni se los espera” —por citar una frase histórica de los momentos claves de la España democrática—, a no ser que Sánchez, aupado en su ya reconocida audacia, lo intente, y en el intento no sucumba.
(Foto: EFE)
Una somera lectura de las urnas, indican que ese viejo refrán que reza que “el que se quema con leche cuando ve una vaca llora…” se cumplió en gran parte el pasado domingo. Fueron 40 años de un fascismo que grabó a fuego la memoria de los españoles, lo que pareció obstaculizar el ascenso de VOX. Un partido que, en sus primeros días gobernando en algunas regiones, no dudó en revolver su archivo ideológico y había empezado a censurar. Ni siquiera esperaron a que pasara el proceso electoral. Obvio. Las urnas estaban bien guardadas en aquellos tiempos que a Santiago Abascal lo invaden de nostalgia.
Ese no deja de ser un dato significativo, en estos tiempos en que la ultraderecha sigue ganando posiciones en toda Europa. Como ocurre desde el 2016, hay severos problemas para establecer una hegemonía. De ahí, que nadie descarte nuevas elecciones, hasta agotar existencias. Porque ni el PSOE ni el PP parecen dispuestos a someterse a las órdenes del sentido común y alcanzar pactos de Estado. En su favor tienen una excusa bien fundamentada: ese es el sentido en franca extinción. Más por acción de la dirigencia que por el calentamiento global que afecta por estos días a buena parte del Mediterráneo.
Cualquier escenario presenta sus preocupaciones. Núñez Feijóo quedó al borde de poder formar gobierno. Si bien el PP obtuvo una amplia mayoría en el Senado, un rápido paneo por la conformación de las Cortes, nos dice que no le alcanzará para formar gobierno. Sánchez, está más cerca, de alcanzar una leve minoría, lo que equivaldría a un gobierno débil. Sometido a la negociación permanente con los bloques de la oposición para sacar alguna de ley de su portafolios. Ergo, un futuro lleno de complicaciones para un eventual gobierno.
Entonces, de tener que repetirse los comicios, Sánchez está ahora mejor parado que hace unos días. Se sacó un peso de encima, acomodó a su partido puertas adentro, y la economía le da algunos signos tibios de recuperación. Un crecimiento del PIB en el segundo trimestre del 0,4 % y, un 2,3 % de inflación (todavía, una de las más bajas de Europa). Una ayuda moderada para pasar este tramo de arduas negociaciones o, bien, llegar a esas nuevas elecciones. Hasta entonces, deberá demostrar voluntad de negociación y resolver la ecuación más difícil de los últimos tiempos: como conformar a todas las posturas en Catalunya sin exacerbar a algunas de “las dos Españas”. Ese es, sin duda, el principal atractivo de esta historia, cuyo guion se escribió en las urnas en un tórrido domingo del verano más caliente de nuestras vidas.
CAO