La lengua española es rica en refranes. Uno de los más famosos es ese que dice que “no hay mal, que dure 100 años…” Representa un verdadero hallazgo, el encontrar a alguien que haya ofrecido una vida entera para dar por tierra con esa máxima de nuestro refranero. Y ese alguien no es otro que Henry Kissinger, el exsecretario de Estado de Richard Nixon (1969-1974), quien acaba de cumplir 100 años de vida, arropado por lo más mentado del establishment estadounidense que lo considera uno de sus mejores hombres y aquellos que, a modo de regalo de cumpleaños, le recuerdan su truculenta foja de servicios y por la que nunca jamás, llegó a ser citado por juzgado de algún lugar del planeta, ni siquiera como testigo.
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Desde la aparición de su nombre en el Caso Watergate, allá por 1971 con las primeras investigaciones de The Washington Post, hasta sus manejos oscuros durante la guerra de Vietnam y los sangrientos conflictos en Laos y en Camboya, o por su participación decisiva en el golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende, en Chile, el 11 de septiembre de 1973 o el impulso que le brindó en Argentina a lo que se conoció como “guerra sucia” (las torturas, asesinatos y desaparición sistemática de personas). Nada hizo mella en su humanidad. Pruebas en su contra, las hubo en cantidad y calidad. Son las que se fueron acumulando, gracias a la desclasificación de documentos de inteligencia o la transcripción de grabaciones de conversaciones telefónicas, en donde el hoy lobbista y experto en relaciones internacionales, aparece impulsando acciones contra el gobierno chileno, hasta su derrocamiento o instando en conversaciones con un canciller argentino a que “el gobierno tenga éxito en su trabajo (la represión) y lo termine lo más rápido posible…”, como lo recuerda el historiador Greg Grandin, profesor en la Universidad de Yale.
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(Foto: EFE)
Al propio Kissinger se le atribuye aquella paráfrasis de Franklin D. Roosevelt respecto a Augusto “Tacho” Somoza. Solo que el exsecretario de Estado le reemplazó el nombre por el del dictador chileno: “Tal vez (Augusto) Pinochet sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta…”
Pero Kissinger no solo fue capaz de acabar con aquel refrán, también se anima por estos días a marcar los errores de su país en el conflicto entre Ucrania y Rusia, o bien mata el ocio jugando al Nostradamus postmoderno, vaticinando que la humanidad y, principalmente, los responsables de dirigirla no le alcanzan un siglo para aprender la lección. Experto en estas cuestiones, asegura que la Tercera Guerra Mundial está al caer. Y lo que es peor, las conductas de los principales líderes parece venir dándole la razón al hombre que en su momento había logrado restablecer las relaciones de Washington y Beijing en 1972.
No obstante, su máximo logro acaba de producirlo. Superó su propia marca con esto de llegar a la centuria sin que ningún gobierno le reclamara por su cuestionable accionar. “Eso se llama poder, lo demás son chichiguas”, podría pensar, el presidente colombiano, Gustavo Petro, que por estos días anda en problemas para saber cómo se come, precisamente el poder.
Sin ir más lejos, la Concertación Democrática en todas sus versiones, que sucedió a Augusto Pinochet, no se dedicó de lleno a investigar el pasado de Kissinger. En Argentina, en cambio, entre tantas idas y venidas, se pudo juzgar y condenar a la mayoría de los actores materiales de aquella barbarie, pero jamás a los autores intelectuales, entre los que se encuentran decenas de empresarios locales y, en primera fila, el señor Kissinger. Una deuda, acumulada por los sucesivos gobiernos, mucho más abultada que la que el país mantiene, en dólares, con el Fondo Monetario Internacional (FMI) o en yuanes con China.
Y si en centurias estamos, faltan pocos meses para que "las dos Españas" celebren sus primeros cien años de enfrentamientos de todo tipo y tenor. Desde aquella dictadura de Miguel Primo de Rivera, en 1923, prólogo perfecto de los casi 40 años de la dictadura franquista y más de un millón de muertos después, durante la guerra civil (1936-1939).
No es precisamente “la España de charanga y pandereta, devota de Frascuelo y de María…” que inmortalizara el poeta Antonio Machado, sino esos dos visiones de país, con sus nacionalismos dentro, que se siguen mirando feo, a pesar de todo lo llovido en ese lapso y de que habían atravesado una transición que otros países envidiaron y hasta logró cobijarse bajo el paraguas de Bruselas.
El pasado domingo, volvieron a aflorar la dos tras la catastrófica derrota en los comicios regionales a la que fue sometido el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, y su coalición de gobierno.
Fiel a su estilo, Sánchez, respondió jugando todas las fichas que le quedaban a un solo casillero. Rápidamente, adelantó las elecciones generales para el 23 de julio, con el fin de evitar a la oposición rearmarse y a los barones de su partido ocupar el tiempo en pedir explicaciones. Decidió, entonces, tensar el debate al punto de “nosotros o la ultraderecha”, ahora que VOX, logró duplicar los votos y se prepara para llegar al gobierno en una alianza con el PP.
No le alcanzó a Sánchez, las módicas mejoras económicas que puede mostrar su gestión. El electorado se manifestó hastiado del manejo de la coalición en sí, de su personalismo y del manejo que él y sus socios de Podemos habían hecho de la Ley del “Si es Si”, esa que la ministra de Igualdad, Irene Montero, todavía sigue explicándola para ver si finalmente se hace entender y convence de que no beneficia a los agresores sexuales, como habría terminado ocurriendo.
Pero si algo se va a recordar del actual Gobierno de Sánchez, será la exhumación de los restos de Francisco Franco en octubre de 2019 y los de José Antonio Primo de Rivera (el falangista hijo de aquel dictador) en abril último. Viendo las consecuencias, le hubiese venido bien a escuchar más a las matronas de a pie, cuando no se cansan de repetir que “a los muertos hay que dejarlos en paz…” Ahí están de vuelta los nombres y las formas del fascismo español, metidos en los debates de todos los días. Ese es solo el primer resultado de andar removiendo tumbas.
Si lo que en verdad se buscaba era trabajar en el marco de la memoria histórica, como el presidente de gobierno había dicho en su momento, ahí están todavía los familiares de cientos de miles de asesinados o muertos en combate durante la guerra civil esperando que algún gobierno explique lo que pasó con ellos, o rescate sus restos de algunas de los millares de fosas comunes esparcidas por todo el territorio español.
Pero esa no fue la idea de los gobiernos democráticos ni tampoco del de Sánchez, que careció de ellas, en un momento de suma confusión desde el punto de vista ideológico. Fuera cual fuese el resultado electoral en España, parece repercutir en algunos países sudamericanos, donde los errores también se repiten desde hace 100 años, por lo menos.
Hoy en el mundo se habla de un nuevo avance de las ideas de derecha, cuando, precisamente, hace solo algunos meses se hablaba de la “ola roja” por los sucesivos triunfos de gobiernos de corte progresista. Sin embargo, se observa con claridad que hasta aquí vienen fracasando desde los proyectos neoliberales, los progresismos en sus distintas versiones, conservadores ortodoxos como en el caso de Gran Bretaña o los populistas en diferentes acepciones, a pesar de haber revalidado sus títulos como en el caso del turco, Recep Tayyip Erdogan.
No fue Jamie Dimon, CEO de la JP Morgan, sino el exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, el que hace unos días sorprendió a propios y a extraños al decir que “las derechas avanzan, porque el progresismo no ha hecho lo que tenía que hacer...”
En las antípodas ideológicas de García Linera, el británico William Hague, exministro de Relaciones Exteriores, del gobierno de David Cameron (2010-2016), va un poco más lejos, aún, cuando reafirma que “los modelos económicos de los últimos 30 años no solo están fallando ahora, sino que nunca volverán a funcionar. Si pensamos que esto es por un breve período, ese será el próximo fracaso y en tercer lugar, deberemos acostumbrarnos que ningún modelo, por nuevo que sea, funcionará muy bien…”
Ambas miradas parecen desembocar en un lugar donde desde las ideologías y los modelos económicos preexistentes se muestran inermes, carecen de energía; como si se hubiesen quedado en off, en estos tiempos de posverdad, de desaceleración económica de algunos gigantes (como Estados Unidos y China) y de inflación constante, la que según algunos estudios económicos de envergadura, vino para quedarse. Nada que la inteligencia artificial pueda resolver, al menos en el mediano plazo.
Mientras todo se repite de manera monótona, con las ideas taladas al compás del Amazonas y donde la gritería de los debates, sin consistencia, no dejan escuchar propuestas de soluciones que lejos parecen estar de aparecer, son pocos los lugares comunes que persiste en la lucha por el poder. Uno de ellos es la corrupción, infaltable, que sigue haciendo de las suyas y siempre es capaz de sorprendernos con algo nuevo.
Y es que mientras el mundo parece empecinado en repetir los mismos errores a lo largo de un siglo, otros apuntan a desaparecer hasta el refrán porque el mal, todavía anda por ahí: vivito y coleando.