Una secta religiosa cristiana creyente del fin del mundo en Kenia ha sido escenario de una masacre de proporciones espantosas. Los líderes de la secta prometieron la "salvación" a través de la muerte por inanición, y muchos de los miembros abandonaron sus hogares para unirse a la secta en el Bosque Shakahola. El predicador Paul Nthenge Mackenzie promocionó el lugar como un refugio evangélico cristiano frente al "inminente apocalipsis".
Sin embargo, en lugar de ser un refugio, la propiedad de 800 acres se ha convertido en una escena de crímenes, salpicada de tumbas poco profundas de creyentes que se dejaron morir de hambre, o según Mackenzie, "se crucificaron a sí mismos para encontrarse con Jesús". Hasta la semana pasada, se habían exhumado 179 cuerpos y trasladado a una morgue hospitalaria en la ciudad costera de Malindi para su identificación y autopsia.
Te podría interesar
Cientos de personas más siguen desaparecidas, quizás enterradas en tumbas no descubiertas. El hecho de que tantas personas hayan ignorado el instinto humano más básico de sobrevivir y hayan optado en cambio por morir de hambre ha planteado preguntas delicadas sobre los límites de la libertad religiosa, un derecho consagrado en la Constitución de Kenia.
El Presidente de Kenia, William Ruto, ha sido cauteloso al imponer restricciones a las actividades religiosas, aunque la semana pasada solicitó a un grupo de líderes religiosos y expertos legales que propusieran formas de regular el caótico sector de la fe en Kenia.
“Debería haber una legislación que regule la forma en que uno practica su fe... porque algunas formas de practicar la religión son contrarias a los derechos humanos y a la ley, ya que se cometen asesinatos, sacrificios humanos o se extraen órganos”, afirma el reverendo Joseph Barasa, del NCCK.
El pasado domingo 14 de mayo, el presidente de Kenia, William Ruto, asumió su responsabilidad por no haber impedido la masacre de Shakahola, cometida por seguidores de la “Good News International Church”, que se dejaron morir de hambre “para llegar a Jesucristo”, siguiendo las instrucciones del "predicador" Paul Nthenge Mackenzie.
“No me tomo esto a la ligera. Asumo la responsabilidad como Presidente de que esto no debería haber ocurrido”, ha declarado Ruto en televisión. “Y ciertamente, algunas personas que son responsables de este fracaso por parte del gobierno tendrán que rendir cuentas”, ha añadido, citando en particular “a nuestra inteligencia, y al Departamento de Investigación Criminal (CID)”.
La libertad concedida a predicadores como Mackenzie ha ido demasiado lejos, según el activista de derechos humanos Victor Kaudo, quien visitó Shakahola en marzo y encontró creyentes demacrados que, aunque estaban al borde de la muerte, lo maldecían como “un enemigo de Jesús” cuando intentaba ayudar.
La magnitud de la masacre ha dejado al Gobierno luchando por explicar cómo, en un país que se considera uno de los más modernos y estables de África, las autoridades policiales pasaron por alto durante tanto tiempo los sucesos macabros en una extensión de tierra ubicada entre dos destinos turísticos populares, el Parque Nacional Tsavo y la costa del Océano Índico.