Literariamente hablando, la vasta obra de Mario Vargas Llosa se destaca por contener la frase más paradigmática de la literatura latinoamericana. Una gema que aparece en el comienzo de su tercera novela, Conversaciones en La Catedral (1969), cuando todavía el autor de La ciudad y los perros y La fiesta del Chivo militaba cerca del comunismo. “¿En qué momento se jodió el Perú, Zavalita?”.
Solo hay que reemplazar el Perú por el nombre de cualquier país de la región, y la matemática latinoamericana de la crisis difícilmente altere el producto.
Ninguno de todos los esfuerzos del escritor por hacer carrera en la política —llegó a ser candidato a la presidencia en 1990, derrotado en la segunda vuelta por Alberto Fujimori, y siguió batallando con apoyos, tanto a Alejandro Toledo (2001-2006) y Alan García en su segundo mandato (2006-2011) — alcanza el nivel de ese disparador que moviliza la historia del Perú y de buena parte del vecindario.
¿Y en qué momento se jodió? Fechas, cortes de la historia, efemérides de las crisis peruanas abundan. Pero el país andino logró blindar la economía, poco después de aquellos turbulentos días de 2000, cuando el fujimorismo, apeló a fraude y a un intento de perpetuación que fue bloqueado institucionalmente, con otro presidente designado por el Congreso, Valentín Paniagua. A tal punto que quedó a salvo de los reiterados hechos de corrupción perpetrados por cada uno de los gobiernos que se fueron sucediendo en el Palacio de Pizarro y de la constante inestabilidad política.
Una inestabilidad congénita, generada por el desmembramiento de los partidos políticos, que les dieron lugar a pequeños grupos parlamentarios acostumbrados a traficar con su cuota de poder.
Una inestabilidad de la que no se salvó ninguna primera figura de la política peruana: Fujimori, condenado y en prisión desde 2005; Toledo, con prisión domiciliaria en Estados Unidos; Alan García tuvo un final digno de su carácter (se suicidó en el 2019); Ollanta Humala, procesado, investigado y con un pedido de prisión de 20 años; Pedro Pablo Kuczynski, procesado por el escándalo de Odebrecht.
A partir de allí, los nombres de Martín Vizcarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti no conforman la línea media de seleccionado alguno, ahora que estamos aún en tiempos del Mundial de Fútbol.
Los tres son los presidentes ungidos y volteados por los grupúsculos del Congreso, que hace poco más de una semana sumó a la lista y le abrió las puertas de la cárcel a Pedro Castillo, desatando la última crisis y minando el camino de la debilitada Dina Boularte.
Mientras la Justicia estudia qué hacer con Castillo, el maestro rural que desde el 28 de julio de 2021 se había convertido en el hombre menos indicado, en el lugar menos indicado y en el momento menos indicado de la historia.
Aupado al poder por sectores de la izquierda ortodoxa, liderados por el marxista Vladimir Cerrón, Castillo se fue quedando solo en el Palacio, cambiando ministros como si se tratase de soldaditos de plomo y en la soledad más aterradora. No era muy difícil vislumbrar este presente. Lo que llamó la atención fue su decisión de ordenar el cierre del Congreso sin medir los tiempos ni las consecuencias. Así terminó: fuera del poder y enfrentando un proceso judicial en medio de una violencia callejera que crece con los días.
Semejante berenjenal político no parece afectar la sólida macroeconomía del país, que se encuentra entre las más firmes de la región. Un verdadero caso de estudio.
Los datos del Banco Mundial hablan por sí solos: en el 2001, un 20,3 por ciento de los peruanos vivían con menos de 2,15 dólares al día, un sector de peruanos que en la actualidad se redujo al 5,8 por ciento.
Los niveles de reservas monetarias más altos y los niveles más bajos de deuda pública de la región con respecto a su PBI son dos de los pilares donde puede explicarse la buena salud macroeconómica. Pero la gran asignatura pendiente sigue siendo la distribución equitativa de la riqueza. La pobreza ronda el 20 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) y es ahí donde puede explicarse por qué Castillo llegó con lo justo al poder, bloqueando a Keiko Fujimori y a otros esquemas del poder real. Son esos campesinos que en los últimos días se levantaron desde Arequipa a Apurimac y desde Lima a Ica los que forzaron a que Boluarte cambiara de opinión tres veces en cuatro días. Desde la fecha en que llamará a elecciones y hasta las medidas adoptadas que ayer terminaron con el estado de emergencia en todo el país.
No demoró mucho la presidenta en darse cuenta de que camina sobre las mismas arenas movedizas que Castillo. Intentó un acercamiento con los sectores que pueblan el Congreso, pero rápidamente tuvo que haber evidenciado que esa gente no está acostumbrada a pactos ni acuerdos. Mucho más, cuando se trata de legisladores entrenados en detectar la debilidad política de los que pasan raudamente por el despacho presidencial.
Entonces, si lo que se quiere es responder al paradigma de Vargas Llosa, ese momento exacto en que Perú se jodió una vez más aparece en aquellos días del fujimorismo neoliberal, cerrando el Congreso, reprimiendo e impulsando elecciones fraudulentas en pos de una perpetuación que no fue. Solo alcanzó para perpetuar la inestabilidad.
Y por lo que se observa en los movimientos de cada uno de los actores y los intereses en pugna, el diagnóstico no es otro que el de la inestabilidad crónica y sin remedio a la vista.
DJC