Joel Magallán, director titular de la Asociación Tepeyac en Nueva York, comenzó a trabajar más temprano de lo habitual el 11 de septiembre de 2001. Aquella mañana su oficina tenía como invitados a voluntarios de la Universidad Jesuita de Guadalajara, Jalisco.
"Eran 20 jóvenes que iban a realizar propaganda para los demócratas por cuestiones electorales. Salieron a las 6:30 a.m. y una hora después estaban de regreso ¿Qué pasó? Les pregunté. Se están quemando las Torres Gemelas, dijeron. Subimos al techo de nuestra oficina en la calle 14, muy cerca del World Trade Center; de repente hubo una explosión y cuando desapareció el humo ya faltaba una torre".
En Chicago, cuando Javier Salas confirmó esta caída como resultado de un ataque terrorista contra Estados Unidos, se dirigió inmediatamente a la estación de radio de habla hispana donde trabajó, "La Tremenda 560 de AM" en Illinois.
Aquel día, hace 20 años, el periodista mexicano norteamericano (originario de la Ciudad de México), entendió claramente las señales que vio en las calles: la gente se arremolinó a los televisores en los escaparates de las tiendas y allí miró el humo saliendo de una de las Torres. "Pensamos que era una explosión, no que se había estrellado un avión. El ambiente fue como de película”.
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Cuando comenzó la transmisión radiofónica se enlazó con otras radiodifusoras latinas en Nueva York, Los Ángeles y Texas. Divulgó las primeras declaraciones del entonces presidente George Bush y el expresidente de México, Vicente Fox. Después se refirió al primer reporte de víctimas, un estimado de 150 personas rescatadas en las primeras horas; y la escena del desastre fue comparada con aquellas del terremoto en México el 19 de septiembre de 1985.
"Estuvimos al aire cerca de 4 horas; al finalizar continuamos en el estrés, la inapetencia y náusea de lo ocurrido. Una tristeza enorme".
En Nueva York Magallán (mexicano originario de Zacatecas) presenció cuando las calles aledañas fueron cerradas, la zona quedó acordonada. Después cayó la segunda Torre. Entonces, pensó que había comenzado una guerra.
"Bajamos del techo impresionados, en shock; y comenzaron a llegar llamadas de mexicanos en Nueva York. ‘Mi esposo está ahí, mi hijo está ahí, no sé qué está pasando, veo en la televisión que se cayeron los edificios y no sabemos cómo comunicarnos con él’, nos decían. Esposas, hijos llorando. Luego empezaron las llamadas internacionales de América Latina. Fue necesario cambiar de recepcionista por horarios por la presión psicológica del llanto y el dolor". Entonces la Asociación Tepeyac determinó que todos serían atendidos por igual.
“El Chino”, uno de los integrantes de esta organización, llegó cubierto de polvo. Joel describe su primera impresión al verlo: un fantasma. "Nos dijo oigan, me vine caminando, tomé fotos con mi cámara portátil hasta que se acabó el rollo. Todas sus fotografías la subimos a nuestra página web. Y a partir de ahí comenzaron a llegar más llamadas de periodistas y familiares, como si fuéramos una oficina estatal en Nueva York. La primera noche teníamos 680 personas desaparecidas. Con toda la información telefónica que llegó se elaboró una gran lista, una base de datos en Excel y comenzamos a cruzar datos con hospitales. A los voluntarios de la Universidad los enviamos allá para buscar información”.
Periodísticamente los mexicanos fueron noticia hasta el 12 de septiembre, afirma Salas. “Se calculó que 500 eran empleados en pizzerías, restaurantes de comida rápida de la Torres Gemelas y zonas aledañas", recuerda.
"Había la posibilidad de que decenas de mexicanos y mexicanas estuvieran muertos. En Nueva York la mayoría de ellos son originarios de Puebla, tienen comunidades muy activas cívicamente y en términos de liderazgo. Por eso las organizaciones como la de Joel Magallán se encargaron de ayudar a las personas que no tenían representación y buscaban a sus víctimas. Me acuerdo que en los noticieros que tuvimos en los días siguientes la gente de Puebla pedía a sus muertos; y nos empezaron a llegar reportes de la repatriación de algunos cuerpos”.
Con el paso de los días algunos mexicanos y latinos aparecieron, otros no. La base de datos de Asociación Tepeyac se fue depurando día con día. Y paralelo a la búsqueda de personas comenzaron a llegar llamadas de otro tipo.
"No tenemos dinero para comer porque se acabó el trabajo y no hay quién nos pague”, relata Joel. “Entonces empezamos a buscar quién nos pudiera apoyar con dinero o comida. Para ese momento teníamos de todo: latinos desempleados, desaparecidos y después comenzaron a llegar migrantes asiáticos y hasta árabes. Teníamos un edificio de 5 pisos y usamos el espacio para todos. Antes del 11 de septiembre pensábamos que solo dábamos servicio a los mexicanos; después del ataque a las Torres Gemelas nos convertimos en la oficina de los inmigrantes sin papeles y la nacionalidad pasó a segundo término”.
Durante las siguientes semanas les proveyó de alimento. Un mes después necesitaron dinero para pagar sus rentas y las ayudas económicas comenzaron a llegar en efectivo, en sobres cerrados, a pesar de las amenazas de contaminación por ántrax.
"Para no exponer a nadie yo abrí los sobres. Se pagaron rentas en octubre y algunos bares nos apoyaron con la donación de ingresos por el ‘happy hour’ también llamada la hora feliz. Desde un inicio la Iglesia Luterana fue la que más se distinguió en ayudarnos hasta el final; con el tiempo se unieron otras iglesias", recuerda Joel.
"Uno de los detalles más bonitos fue un chico que llevó un bulto de monedas. Dijo ‘esto yo lo estaba juntando en mi High School para lo que les pueda servir’; y con eso pudimos comprar 6 computadoras”.
Fueron aquellos meses en que la canción "Héroe" de Enrique Iglesias se convirtió en un himno frente a aquella tragedia.
Durante el siguiente año la Zona Cero continuó acordonada; entonces el desempleo se volvió una constante. "Mantuvimos la ayuda monetaria cerca de 3 años, hasta que poco a poco los 900 desempleados que atendimos se fueron reincorporando; les apoyamos también con clases de inglés, computación y terapias psicológicas; todos tenían que asistir para corroborar que su condición era real". Sin saberlo, el resultado general fue que la Asociación Tepeyac transformó a estas víctimas en pequeños emprendedores e inmigrantes con diversos oficios.
Aunque oficialmente el gobierno norteamericano solo se reconoce la muerte de 10 mexicanos, Javier Salas afirma como periodista que en realidad fueron muchos más. "El meollo es que la mayoría fueron indocumentados y esto significó que no tenían identidad. En el restaurante Windows of the World ubicado en la Torre Norte del World Trade Center trabajaron muchos migrantes".
Joel Magallán enlista que entre los fallecidos no solo había poblanos; también hubo originarios de Morelos, Oaxaca y Veracruz. "67 personas que murieron ahí, todos latinos, no recuerdo con exactitud qué porcentaje de mexicanos. Cuarenta y algo, creo. Ninguno se encontró, todos quedaron como desaparecidos. Y los 10 que sí fueron integrados oficialmente a la lista del Memorial del 11-S son aquellos que nosotros pudimos probar que existieron porque conocimos a sus familias; por eso el gobierno nos lo autorizó".
Relata que en algunos casos lograron encontrar al empleador de algunos de aquellos mexicanos y la autoridad norteamericana validó esos testimonios bajo juramento. En otros, encontraron compañeros de trabajo que dieron testimonio de fe.
Pero un relato sobresale, es el de una víctima originaria de Morelos quien antes del atentado hizo un video para sus hijos, se los envío y Joel lo pudo conseguir.
“Les decía mira yo trabajo aquí en el restaurante Windows of the World. Este es el restaurante, estos son mis compañeros de trabajo: les mostró a sus hijos la cocina. Se subió al techo de las Torres y les enseñó la panorámica. Después en el video hizo un recorrido por el Ferry y continuó con su relato. En cada caso fue difícil documentar estas historias. Y aunque al final no pudimos probar que todos existieron, pudimos apoyar a familias que no recibieron ayuda federal; pero que sí recibieron auxilio gracias al apoyo de iglesias, sindicatos, escuelas y fundaciones. A veces fueron pagos de rentas, en otros casos becas para sus hijos".
"Es bonito saber que pudimos ayudar y nos gusta mucho cuando son personas agradecidas. De vez en cuando aparece alguno por aquí, ya tienen 26, 27 años y nos dicen ¿Me recuerda? Soy el hijo de fulano de tal que murió en las Torres Gemelas. Vienen a dar las gracias y eso nos causa satisfacción y alegría. Tenemos mucho agradecimiento con la gente que se solidarizó porque no distinguieron entre las víctimas. Todo fue para todos".
Durante las labores de limpieza de la Zona Cero, Salas describe que mexicanos y latinos fueron noticia de nuevo pues fueron contratados e integrados en cuadrillas para realizar esta labor.
"Ahora ellos están pagando las consecuencias pues muchos están enfermos o bien murieron de cáncer que les dio por respirar todo lo que respiraron, igual que los bomberos".
En la trascendencia histórica de esta experiencia Joel pone el dato más relevante en la mesa. "Quiero acordarme de los que nadie nunca se acuerda. Todos los inmigrantes que no tuvieron rostro ni nombre y que ayudaron a limpiar la zona y los escombros, que los contrataban todos los días y les pagaban como jornaleros. Los que terminaron como enfermos terminales después de limpiar la Zona Cero”.
Asociación Tepeyac también vio por ellos. “Fueron más de 200 y todos murieron¸ los estuvimos apoyando conforme aparecieron. Pudimos ayudarles a pagar su renta, algunos alimentos y deudas. El gobierno solo les dio un seguro de salud; los atendieron en el hospital Monte Sinaí, allí tienen los datos de cuando todos se fueron muriendo".
"En 2010 quedaban pocos; en aquellas fechas ya nadie nos daba dinero y no pudimos ayudarlos más porque el país entró en recesión económica. Entonces no hubo dinero, ellos fueron los olvidados y entre ellos también hubo mexicanos y latinos".
Javier Salas describe que la hermandad y solidaridad que los norteamericanos experimentaron en aquella negra experiencia fue muy similar a la que vivió México en el sismo del 19 de septiembre de 2017. Y su voz se quiebra. "Es que sí te duele mucho. Es una fibra muy fuerte recordar eso", expresa.
Inesperadamente, Joel Magallán abre un poquito de su corazón para terminar esta entrevista. "En aquel tiempo no pudimos sentir nada porque teníamos que pensar, resolver y gestionar. Con el tiempo te pones a sacar los sentimientos que se quedaron guardados. Nunca tuve tiempo de llorar y fue hasta años después que pude ver una película del 9-11 cuando lo pude hacer. No terminé de verla: me la pasé llorando todo el tiempo".
(djh)