ABORTO EN CDMX

Aborto en CDMX: 17 años después predomina el miedo y la vergüenza

A lo largo de estos 17 años, se mantiene la presión psicológica y social contra las mujeres y personas gestantes

De 2007 hasta marzo de 2024, en la Ciudad de México han abortado 273,723 mujeres y personas gestantes
De 2007 hasta marzo de 2024, en la Ciudad de México han abortado 273,723 mujeres y personas gestantesCréditos: Imagen creada con IA de PhotoscapeX
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Escrito en METRÓPOLI el

“Sudaba frío, estaba temblando, ya no articulaba bien las palabras”. Ana es una de las 750,000 mujeres que la fundación Marie Stopes México registra anualmente como sobrevivientes de una experiencia que, a pesar de la despenalización, persiste: acudir a una clínica sin permisos sanitarios para practicarse un aborto, sufrir consecuencias graves… y vivir para contarlo.

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El 26 de abril de 2007 se publicó, en la Gaceta Oficial del entonces Distrito Federal, el decreto que da soporte a la práctica de la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en la capital del país. No solo en ese momento, sino a lo largo de 17 años, la presión psicológica y social que se ejerce contra las mujeres y personas gestantes que acuden a practicarse un aborto permanece.

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De acuerdo con Stephanie Lomelí Guerrero, representante de la organización civil Fondo María, la estigmatización a la decisión de abortar está considerada violencia obstétrica en el sistema de salud mexicano, pero permanece sostenida por las violencias de género y apoyada por las diferencias y desigualdades sociales.

“El sistema de salud de México está optando por incidir en las decisiones y los derechos reproductivos y de la anticoncepción de las mujeres y personas gestantes”, dijo en entrevista con La Silla Rota.

De 2007 hasta marzo de 2024, en la Ciudad de México han abortado 273,723 mujeres y personas gestantes, según datos de la Dirección de Información en Salud y Sistemas Institucionales de Sedesa.

 

“Me sentí muy sola”

A Ana la noticia del embarazo la tomó por sorpresa. No tuvo síntomas, nada la alertó hasta que, en medio de una clase de baile, se le bajó la presión y sospechó de qué se trataba.

Tras realizarse una prueba de embarazo, compartió la noticia a su pareja, pero, lejos de verse apoyada, le dijo que si deseaba tener al bebé “ella tendría que hacerse cargo sola”. Ana tenía claro que no quería maternar sola, pero deshacerse del producto le generaba dudas.

La presión y el desánimo comenzaron a arrastrar a Ana a un torbellino de dudas sobre la decisión que debía tomar. “Yo no comía. Yo no dormía. En lugar de estar subiendo de peso, bajaba. Me sentía muy triste. Pensaba que me sentía muy sola. Lloraba todo el tiempo”.

A sus 31 años, Ana ya había tenido experiencias cercanas con el tema, acompañando a familiares y amigas a clínicas de Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en la Ciudad de México, las cuales operan de manera legal y gratuita en la capital. A pesar de esto, ella tomó la decisión de ir a un centro que opera sin los permisos necesarios para realizar el procedimiento, debido a las condiciones de la facilidad y a la disponibilidad con la que trabajan.

En medio de la rutina de trabajo y la depresión, Ana perdió la cuenta de semanas de embarazo que tenía, acudió a la clínica donde le dijo a la doctora que apenas tenía 10 semanas de gestación.

La doctora de la clínica evaluó su caso y primero se resistió a practicarle el aborto. Sin embargo, una amiga de Ana, que la acompañaba, convenció a la doctora de darle las pastillas. En esos momentos, María aún se sentía titubeante de la decisión.

“Cuando me dio las pastillas yo estaba llore y llore. Fueron dos tomas, una fue vía vaginal, ya después me enteré que ese proceso ya no lo indican porque es sumamente agresivo”.

En la clínica le advirtieron a Ana que presentaría dolor después de aproximadamente 4 o 6 horas y que posteriormente tendría el desprendimiento del feto. Pasaron 8 horas y Ana aún no presentaba ningún dolor. Fue en la madrugada cuando iniciaron las primeras reacciones: escalofríos.

A la mañana siguiente, Ana presentó un ligero sangrado y el desprendimiento de lo que ella creyó era el feto. Cansada y tras haber pasado la noche en vela, María se dio ánimos para continuar con su vida y cerrar ese capítulo. Sin embargo, la pesadilla apenas iniciaba.

A los seis días de haber ingerido las pastillas abortivas, Ana se hizo un ultrasonido, parte del protocolo que realiza el personal médico tras haber   practicado un aborto. En el ultrasonido se reveló una noticia impactante para María: el feto seguía en su organismo.

“Se espantaron las doctoras. Me dijeron -Tienes todo adentro. No es posible que no tengas una fiebre o una infección”.

 

El escenario era delicado. Las doctoras presentaron cuatro opciones para Ana:

  1. Acudir a una clínica oficial de interrupción legal del embarazo y mentir para que la atendieran diciendo que había tenido un aborto espontáneo
  2. Buscar atención en el Hospital de la Mujer, para esto tenía que esperar hasta el día siguiente
  3. Acudir a una clínica privada, altamente costoso
  4. Volver a realizar el procedimiento con las pastillas, pero ahora con una mayor dosis.

 

“No tenía dinero suficiente y me daba horror ir a una clínica del ILE. Era una paradoja porque yo acompañé a distintas personas a clínicas del ILE, pero yo no hice nada por mí misma. En esas clínicas, aunque es legal, han sabido de varios casos donde cuestionan a las chicas o la hacen de cansada para darles la atención. Aunque son legales, eso no quita la criminalización del aborto”.

Stephanie Lomelí, de Fondo María, asegura que “en las clínicas y hospitales de la CDMX, que ofrecen la ILE, es muy común que las personas que buscan un aborto sean repudiadas y maltratadas”.

“Además de que en algunos casos se les niega la atención o les piden requisitos innecesarios y les ofrecen de forma abusiva el uso de métodos anticonceptivos de larga duración”.

Además, Lomelí considera que el fomentar la idea de que el aborto es “la última opción” es también reforzar la idea de que la mujer o persona gestante “fue una fácil” o “una descuidada” y que por eso está en esa situación.

“Lo que motiva al Sistema de Salud a evitarlo (el aborto) o querer prevenirlo, le coloca una connotación negativa al hecho. El aborto es un método más, no una última opción de emergencia”.

 

“Estaba asustada”

Ana escogió la cuarta opción: someterse nuevamente al aborto con pastillas. Después de 3 horas de tomar una nueva y mayor dosis, presentó un sangrado. Como pudo, se bajó del auto y corrió a su departamento.

Ana llamó a una amiga. Platicaban cuando, repentinamente, se dejó de escuchar a María. Se había desmayado. Al recobrar el conocimiento, María sentía el cuerpo helado.

“Sudaba mucho, estaba temblando, de repente no articulaba bien las palabras. Se me desguanzaba todo el cuerpo. Me escurría la sangre. Estaba asustada, decía -¿qué está pasando?”.

Al levantarse del desmayo. Pasada una hora volvió a desfallecer; después de su segundo desmayo su cuerpo se derrumbó una tercera vez. Su roomie y amiga la auxiliaron, querían llamar a un médico, pero ella se negó.

“Yo decía -tengo que aguantar-. En ese momento no lo entendía, pero después, tras recibir apoyo psicológico, supe que era la culpa. La culpa de pensar -esto me lo merezco-”.

María sobrevivió esa noche. No tenía fuerzas, sus amigos tenían que ayudarla a caminar porque no podía sostenerse por sí sola.

A las 36 horas de haber abortado, María acudió nuevamente a la clínica para practicarse otro ultrasonido. Le dijeron que ya había expulsado todo, pero le recomendaron hacerse una transfusión de sangre, útil después de la tanta que perdió.

La recuperación fue larga.  Por meses, María estuvo incapacitada, no bailó ni nadó.  A un año después del aborto, María comenta que, aunque su recuperación física ya pasó, la parte psicológica continúa siendo una batalla en la que lucha para sanar.

“Me traté de integrar a círculos de aborto. Pero no me atrevía a hablar, me iba. Todavía no me atrevía a hablarlo, me daba pena, a pesar de estar entre iguales. Yo tenía todas las herramientas para hacerlo de una mejor manera y todo lo hice al revés y lo hice así, porque tenía culpa, tenía miedo”.

 

“La experiencia es revictimizante

En la Ciudad de México existen 14 clínicas que practican la ILE, estas operan de manera gratuita y bajo los permisos necesarios: 7 Unidades Médicas de los Servicios de Salud Pública de la Ciudad de México y 7 Hospitales de la Secretaría de Salud de la Ciudad de México.

A pesar de ello, existen obstáculos para que las mujeres hagan uso de estos centros, los horarios no tan flexibles para aquellas que trabajan, así como el trato tratos criminalizante y revictimizante.

“A mí me tocó acompañar a chicas que venían de Guerrero, donde no era legal el aborto. En una clínica del ILE hay también una clínica de maternidad y es muy fuerte, porque mientras hay chicas destrozadas tras abortar, hay gente saliendo muy feliz con sus bebés. Es una violencia psicológica horrible. Además del acceso a las clínicas, también se debería de pensar en el acompañamiento psicológico para entender la situación que tomaste”.

María es consciente del riesgo de haber abortado en una clínica clandestina. “Me enteré que la manera en que me suministraban las pastillas era muy agresiva. No está recomendado que las pastillas, además de sublinguales, sean vía vaginal porque es muy agresivo para el organismo. Sumado a eso que era un proceso que era muy agresivo, todo fue una bomba”.

Sin embargo, señala que, aunque hay opciones legales para hacerlo en la CDMX, los escenarios no suelen ser tan fáciles ni accesibles.

“Lo que tenemos que trabajar es la culpa. Si yo sabía a dónde podía ir, accedí a eso y todo lo hice mal, fue por culpa. Debemos pensar en procesos de acompañamiento psicológico, para que no solo sean procedimientos quirúrgicos, si no también que haya apoyo psicológico”.