Una pequeña estructura de metal en una esquina, a un lado de unas vías de tren, en lo que era el espacio de un Círculo de Estudios del INEA, fue convertido por migrantes en su refugio improvisado, en la colonia Vallejo. Edgar es uno de los aproximadamente 10 personas en condición migrante que pernoctan y se cubren de la lluvia debajo del techo de lámina y muros de lona o cartón.
El joven de 29 años dejó Venezuela debido a la situación política y económica de aquel país. Tras meses de recorridos en camionetas, en tren y a pie, llegó a la Ciudad de México. Pero su trayecto ha sido lento debido a su falta de dinero para continuar.
“Llevó tres meses porque como la plata se me acabó en cada sitió que llegó me pongo a trabajar cuatro o cinco días y con eso voy avanzando. Ya aquí en México llevo como tres semanas, creo porque no sé ni qué día es hoy”, dice el venezolano.
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Edgar no sabe desde cuándo se empezó a utilizar ese lugar en la esquina de Clave y Constantino, pero entre los mismos migrantes que conoció en el camino, supo de ese lugar y allí se acercó para pasar sus días en México.
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Su sueño, al igual que el resto de migrantes, es encontrar una mejor vida del otro lado de la frontera del Río Bravo.
“Sería mi máximo porque ya allí me pongo a trabajar y por lo menos con el sueldo de allá por lo menos comería bien, viviría bien y mi familia los ayudaría para que estén en una mejor situación que yo”.
Los habitantes del espacio, de unos cuatro metros por cuatro, se acomodan en las noches como pueden. Cuando ya no caben, hay una especie de "ley no escrita" que ya no se puede admitir a alguien más hasta que se desocupen lugares.
Vecinos de la zona se han acostumbrado a convivir con varios migrantes, en su mayoría venezolanos y haitianos.
“Veo que pasan, van a comprar, poquito verdad porque supongo no traen dinero o mucho dinero, pero algo malo que yo pueda decir, no la verdad no, y he pasado en la noche y allí están amontonados en el puesto ese de lámina”, dice la señora Socorro, vecina de la calle Clave.
Daimar salió de Venezuela junto a su pareja y su hija más pequeña, de tan sólo un año dejando a los dos mayores, dice que fue la decisión más difícil pero lo hizo porque asegura que en su país de origen no hay trabajo ni sueldo que alcance.
“Yo dejé dos hijos, la mayor tiene siete, el varón seis y ella un año. Todavía es difícil, yo ando con ella y el alma se me vuelve nada”
En el camino que ha recorrido, la gente advirtió a Daimar sobre la inseguridad en México, pero a su llegada esa idea cambió.
“La gente nos había dicho de México, nos había pintado horriblemente, tenía miedo de cruzar porque estábamos en Guatemala y la gente nos decía ‘la gente en México, están secuestrando, están matando, que no sé qué, que nos e puede cruzar’ y nosotros pasamos tranquilos y en paz”, dice la madre venezolana.
Daimar y su esposo Armando llegaron a la colonia Vallejo y a ese pequeña estructura de metal porque familiares de él que emigraron antes, llegaron a ese lugar y le recomendaron estar allí.
“Por un primo que ya tiene tiempo, ya tiene como dos semanas, entonces me vine por mis primos, ellos están trabajando para seguir”, dice la pareja de Daimar.
Armando dice tener varios primos en los Estados Unidos pero su forma de pensar le prohíbe pedir favores, a pesar de lo duro del viaje con su hija de dos años y sin dinero.
“Tengo varios primos de sangre allá (Estados Unidos) pero nosotros vamos por nuestra cuenta, yo mientras no les pida favor mejor así”, dice Armando, mientras su esposa lo voltea a ver mientras dice “ese es el problema que yo tengo con él”.
Edgar y Armando buscan un trabajo que puedan conseguir para conseguir dinero y abandonar los que fue un Círculo de Estudios y seguir la odisea migrante a los Estados Unidos.