ESTADO DE MÉXICO.- El silencio en Texcapilla permite escuchar cada paso de los peritos de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México en una cancha de futbol. Ahí quedaron tendidos siete de 14 personas tras un enfrentamiento que marcó un precedente en la región: Texcaltitlán ya no soporta el yugo del crimen organizado.
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Apenas tres pobladores contemplan la escena en una fogata improvisada rodeada de policías de investigación, pero sólo murmullan que quieren irse a otro lado, incluso tienen ya una maleta preparada.
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Los elementos del Ejército y de la policía estatal se mantienen detrás de la cinta amarilla que delimita el area de investigación.
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Es una noche fría, las estrellas en el cielo se cuentan por cientos pues la contaminación lumínica de la ciudad no interfiere en las faldas del Nevado de Toluca, una zona que vive bajo el asedio del crimen organizado.
Este viernes, tras más de 10 años de miedo, Texcapilla se rebeló. No querían, ni podían, pagar el aumento de cuotas que la Familia Michoacana les impuso a los agricultores dedicados al chícharo y las habas.
“Sólo quiero saber de mi familiar”, alcanzan a decir algunos, pero la información es hermética. Los PDIs se limitan a tomar los datos y decirles que pronto les dirán a dónde serán trasladados.
Han sido días fríos, pero esta noche de viernes la helada está acompañada de miedo.
En el pueblo las luces se mantienen apagadas y las cortinas de las casas cerradas. No hay curiosos. Solo los vecinos que perdieron a un familiar.
En el lugar un elemento de policía municipal quería un cigarro, no quería estar en el sitio.
“Nos llegó el reporte a mediodía, no queríamos subir, nos esperamos hasta que llegó la estatal. ¿Nosotros qué íbamos a hacer? Ni armas tenemos”.
El silencio se rompe con la plática de los elementos. Mientras los peritos cargan los cuerpos en sacos blancos, aunque en algunos casos parecía no iban a cerrar de lo tiesos que quedaron los cadáveres calcinados.
De hecho el viento soplaba poco; sin embargo, cuando arreciaba, el olor a carbón, a fierros torcidos por el fuego, a pieles carbonizadas, se levantaba.
“Ya se habían tardado”, se escucha. Y sí, la gente ya se había tardado en reaccionar a una opresión económica y a una ola de inseguridad.
La cara sur del Nevado de Toluca se ha convertido en zona de tránsito del crimen. Por ahí corre la droga, el dinero de extorsiones, el producto de la tala clandestina y convoyes de gente armada, el ejército de tenis, que no es más que jóvenes -en su mayoría- armados y vestidos con ropas militares que se sienten dueños de los pueblos.
Las discretas carreteras de la zona que atraviesan desde Zinacantepec hasta Coatepec Harinas y desembocan en la Tierra Caliente, en medio de bosques, se convierten en lugares idóneos para el halconeo y la operación de cárteles.
Los árboles les brindan escondites y pasaje seguro. Incluso han diversificado el negocio y también asaltan a turistas, en especial a los que viajan en motocicletas de alta gama.
Los caminos del sur del estado son tierra narca, un secreteo a voces.
Como parte del dominio de los carteles de la droga se impuso a los pobladores un narcoimpuesto. Todo tiene cuota extra, para que no le pase nada a los comerciantes.
Aquí se paga en sobreprecio desde la varilla para construcción hasta el pollo, los cigarros y las cervezas.
En promedio, en esta región el kilo de tortilla se vende en 30 pesos, 160 el de pollo, 180 si es de pechuga.
En cuanto materiales de construcción, señalaron de manera anónima por temor a represalias que tan sólo por una lámina, pagan hasta mil 200 pesos, por lo que este rubro simplemente ha dejado de crecer en la zona.
“Si no les pagas, te matan, lo sabemos, pero nadie se metía con ellos”.
La matanza de este viernes no fue como las otras en las que se trataba de enfrentamientos entre el crimen organizado y las fuerzas estatales.
No fue como la de Llano Grande, Palo Amarillo o el Puente de los Sabinos, comunidades vecinos de Texcapilla. No. Fue el síntoma de años de opresión y el alza en las cuotas fue el resquicio que se necesitaba para que el pueblo que ya no podía con la miseria, se rebelara.
Ahora lloran a tres de sus vecinos, pero lo hacen en silencio. Mudos de miedo, de terror porque saben que una venganza por parte de los sicarios no es una idea descabellada sino un acto anunciado con cada bala que se disparó.
En el campo de futbol de Texcapilla quedó el jefe de plaza, un sujeto apodado “El Payaso”, quien amenazó con asesinar a niños si no se pagaban las cuotas completas.
Y aunque fue rematado en el lugar, alcanzó a pedir ayuda y ahí está el temor. El terror se desató con ese último grito de auxilio.