A 25 años del voto en la CDMX es una serie no periódica de La Silla Rota que busca reflejar la evolución o retrocesos de la capital del país en el ámbito político, social, económico, cultural y de derechos humanos y lo que falta por avanzar
Julio Vargas, fotógrafo de nota roja, escuchó sirenas de patrullas sobre avenida Reforma. Se inquietó, no era un hecho usual a las 6 de la mañana, cuando comenzó su guardia de trabajo. Le dijo a un compañero: “esas patrullas son para las marchas, a esta hora no hay”. Por instinto, hizo una llamada y preguntó: “mano, hay muchas sirenas sobre Reforma ¿Ocurrió algo rumbo al Ángel?”. La respuesta lo dejó mudo: “vete como puedas, pero vete rápido; el jefe de la Policía acaba de sufrir un atentado”. Era el 20 de junio de 2020.
“¡En chinga! ¡Adelántate!” le dijo a su compañero. Él, sin motocicleta, se fue en Metrobús hasta Campo Marte y luego tomó un taxi para llegar a las Lomas. Ni reporteros ni policías capitalinos pudieron acceder a la zona, que estaba acordonada por el Ejército. “No pasa nadie", les dijeron. El resto es historia.
Vargas tiene 79 años de edad y más de 40 como fotógrafo, ha sido testigo de la evolución de la violencia e inseguridad en la Ciudad de México gracias a su lente, por el que ah pasado cientos de imágenes publicadas en Organización Editorial Mexicana (OEM).
Por esto, asegura que, para relatar la historia de cómo ha evolucionado el crimen en la Ciudad de México, hay que tener en cuenta el cambio entre el siglo pasado; cuando incluso los medios de comunicación eran tratados como “aliados” para combatir la delincuencia y, ahora, pasaron a ser considerados “enemigos”.
Antes el policía nos llamaba ‘amigo’, nos invitaban café y nos llamaban si tenían alguna detención o un muerto. ‘¿Te lo destapo?’ Nos preguntaban al sacar la cámara. Hoy nos consideran sus peores enemigos, porque damos a conocer lo que está pasando
DE ASALTOS… AL NARCO
Bajo esta división de tiempo, desde los años 70, los delitos más graves en la capital del país eran del fuero común: homicidios, asaltos, lesiones, violación, riñas, robo con y sin violencia. Sus protagonistas más destacados fueron la banda de Ríos Galeana, especializada en robo a bancos; los Caletri y el Mochaorejas, que hicieron del secuestro un modo de vida.
O casos como el homicida del Metro Balderas, que en 1997 disparó contra los pasajeros dentro de un vagón a plena luz del día; o cuando, en septiembre de 2009, un hombre con discapacidad intelectual sacó un revólver en el pasillo de la estación y mató a 2 personas e hirió a 8 más.
En la década de los 70, la Banda de "Los Panchitos" causó terror en las delegaciones Álvaro Obregón y Miguel Hidalgo con límites con el Estado de México. En diversas entrevistas, su líder José Luis Moreno a quien apodaban "El Hacha" explicó que solo realizaban delitos del fuero común como robos a tienda o transeúnte. Y que sus actividades no tenían similitud con la delincuencia organizada tal como se entiende ahora.
Esta banda se convirtió en noticia por aglutinar hasta 500 integrantes muchos de ellos mexiquenses, y porque además tenían constantes enfrentamientos con bandas rivales. "Los Panchitos" perdió notoriedad cuando José Luis fue detenido e ingresado al recién inaugurado Reclusorio Oriente, cuando tenía solo 20 años de edad.
El nuevo siglo trajo consigo otros tipos de la violencia. El narcomenudeo llegó para quedarse, dejó atrás la marihuana y abrió camino a la cocaína y al fentanilo. Se registraron los primeros enfrentamientos entre grupos del crimen organizado por el control de territorios como el barrio de Tepito o Tláhuac.
Los homicidios escalaron a ejecuciones, aparecieron los primeros cuerpos colgados en puentes –algunos desmembrados y empacados en bolsas de plástico para ser abandonados en la calle– y se documentaron las primeras historias de menores de edad armados con pistola.
Esta evolución también trajo nuevas perspectivas criminológicas: los crímenes pasionales se transformaron en femicidios; los homicidios y agresiones a personas de la diversidad sexual comenzaron a investigarse como crímenes de odio; el aborto fue despenalizado.
LA DELINCUENCIA TRADICIONAL
Omar García Harfuch, actual titular de la policía capitalina, no había nacido cuando el niño Fernando Bohigas fue secuestrado en la calle Liverpool del entonces Distrito Federal. Era 1945 y el hecho ocupó las primeras planas de todos diarios de la capital.
Por su relevancia, la noticia local se convirtió en nacional ¿Una banda de roba chicos? ¿Quién era capaz de secuestrar a un niño de dos años y medio? ¿Por qué afectar a su padre, dueño de una ferretería? Tras una minuciosa investigación, el caso fue resuelto: la secuestradora era una madre que no podía tener hijos. El niño Bohigas fue rescatado y devuelto a sus padres.
El secuestro de Fernando Bohigas ocurrido en la Ciudad de México en 1945, desató una serie de preocupaciones sobre la seguridad de los niños y sirvió a los medios de comunicación para difundir ideas xenofóbas, alentar al público mexicano a colaborar con la policía. pic.twitter.com/88e5ehcBfX— Crónicas de Banqueta (@cronicabanqueta) June 18, 2019
Esa era la gravedad de los crímenes registrados en la capital del país, en su mayoría, delitos del fuero común. El siglo XX develó historias de delincuentes solitarios, bandas de asaltantes y, ocasionalmente, grandes accidentes y desastres que se hicieron noticia.
Julio Vargas recuerda cuando, en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el avión DC-10 de Western Airlines chocó con una barda al intentar aterrizar. Era 1979 y le tocó documentar decenas de cuerpos decapitados que –según describe– “parecían tener suéteres cuello de tortuga; solo que, en lugar de tela, era piel humana”.
El propio expresidente Luis Echeverría fue víctima de aquella delincuencia cuando Gustavo Aguilar Martel, alias El Mayer, y Efraín Alcaraz, alias El Carrizos, entraron a robar su casa en San Jerónimo. Ninguno de ellos sabía de quién era el inmueble, salvo que estaba custodiada por policías y militares.
En un descuido, entraron y robaron las joyas que encontraron en las recámaras. Fue hasta después que se enteraron era la casa del presidente. Cuando Martel fue capturado, reconoció también haber robado al expresidente José López Portillo.
Alejandro Hope, analista en temas de seguridad, describe que la problemática de la capital, en cuanto a seguridad y violencia, es sistemática y persistente.
No es nuevo, tiene décadas y cambia de forma con el paso de los años. El problema más notable sigue siendo la victimización cotidiana de la población con el robo a transporte público, a transeúnte, a negocio”, dice en entrevista con La Silla Rota
Hope también arroja un dato: “según las estadísticas, la tasa de victimización en la Ciudad de México es casi el doble de lo nacional”.
La década de los 80 quedó marcada por los bancos que asaltó la banda de Alfredo Ríos Galeana, organización que llegó a robar hasta dos bancos en un solo día. El escritor Carlos Monsiváis lo llamó “el hombre que, en México y el mundo, ha cometido más asaltos bancarios”.
Julio Vargas también atestiguó las tres muertes de “El piojo blanco”, Miguel Ángel Barraza, considerado líder de la liga guerrillera 23 de septiembre.
Un día nos llamó el general Arturo Durazo –entonces titular de la policía capitalina–: ‘muchachos, ya tenemos al jefe de la Liga 23 de septiembre’. ¿Y cómo lo agarró General? ‘Vayan a verlo ahí en los sótanos’. Su gente nos llevó a una combi toda rafagueada, con un cuerpo dentro, tomamos las fotos y nos fuimos
“Dos meses después hubo otra llamada. ‘A ver muchachos, creo que nos equivocamos ¡Este sí es el Piojo Blanco!’ De nuevo bajamos al sótano y había otro muerto dentro de una camioneta. Tomamos las fotos y nos fuimos. Semanas después nos convocaron de nuevo: ‘¡Muchachos, este sí, les aseguro, es el Piojo Blanco!’. Pues ya ni modo, tomamos las fotos. Y fuimos testigos de cómo tres veces murió el Piojo Blanco”.
Su cámara fotográfica documentó también la explosión de San Juanico, en 1984; el terremoto del 19 de septiembre de 1985 y la década de los 90, marcada por el boom del secuestro a empresarios, industriales y directivos de empresas.
Fueron delitos relevantes planeados por Andrés Caletri o los hermanos Arizmendi; tan solo a “El Mochaorejas” se le atribuyeron casi 200 secuestros, cuyos rescates fueron pagados en miles o hasta millones de pesos.
Por su gravedad y nivel de violencia –mutilar a sus víctimas las orejas o los dedos para presionar en el pago del rescate–, las autoridades tipificaron penalmente éste como delito federal y, para enfrentarlo, los legisladores incrementaron las penas y sanciones.
La noche que las autoridades federales presentaron en la entonces Procuraduría General de la República (PGR) a un peligroso secuestrador, éste amenazó al grupo de fotográfos y camarógrafos: “¡Ah qué bien! Ya veo cómo se manejan ustedes ¡Ya nos veremos más tarde!”. Julio Vargas fue uno de los amenazados; fue así como conoció a Daniel Arizmendi “El Mochaorejas”, quien continúa preso en el penal del Altiplano.
"La Ciudad de México no tuvo una escalada de violencia homicida como la tuvieron otras entidades federativas, más bien se ha mantenido donde ha estado muchos años, entre un 10 y 15 por ciento”, contextualiza Alejandro Hope.
Hoy el secuestro perdió peso, pesa menos en la psique colectiva de lo que pesaba a finales del siglo pasado con las grandes bandas de secuestradores. Escaló y cobró relevancia la venta de drogas al narcomenudeo por la infraestructura de comunicaciones que hay en este momento en la ciudad
EL MAPA DELICTIVO ACTUAL
El siglo XXI cambió la configuración delictiva y, aunque todavía son mayoría los delitos del fuero común, la delincuencia dio un giro con la presencia de los grupos del crimen organizado dedicados al narcomenudeo, las extorsiones, el cobro de piso, ajustes de cuentas entre bandas y ejecuciones en vías rápidas.
En las dos décadas que van de este siglo, varios líderes del crimen organizado fueron detenidos en la Ciudad de México: Uriel Isaac “El Cochi”, del cártel de Tláhuac; Víctor Manuel Félix Beltrán “El Vic” y Dámaso López Núñez “Licenciado”, ligados a Joaquín “El Chapo Guzmán”.
Lo mismo con Carlos Montemayor “El Charro”, suegro de Édgar Valdéz “La Barbie”, del cártel de los Beltrán Leyva. Reynaldo Zambada García, “El Rey”, hermano de Ismael “El Mayo Zambada” del Cártel de Sinaloa. Sandra Ávila Beltrán, “la Reina del Pacífico”, ligada al Cártel de Sinaloa. Vicente Carrillo “El Heredero” hijo de Amado Carrillo Fuentes, “El señor de los Cielos”, entre otros.
Lantia Intelligence, consultoría especializada en el análisis de datos sobre violencia, crimen organizado y políticas de seguridad, afirma en un estudio que, en este momento, en la Ciudad de México no destacan los grupos grandes del crimen organizado, sino grupos locales.
En su informe visualizan a organizaciones como La Unión Tepito, con presencia en 13 alcaldías; Los Canchola, en 7, principalmente la zona poniente; y Los Rodolfos, en 8, destacando la zona sur. La consultoría asegura que, aunque algunos de sus líderes están en la cárcel, siguen operando desde allí.
En el seminario organizado por el Colegio de México Investigando los Cárteles de la CDMX, esta consultora resaltó que una de las principales fuentes de ingresos de estos grupos está ligada al comercio ambulante, quienes pagan anualmente cuotas de “cobro de piso” por 6 mil millones de pesos. Precisó que, desde 2017, La Unión Tepito intenta apropiarse de esa “renta”.
Aunque la pandemia redujo las estadísticas delictivas, la consultoría consideró en su informe que, en los últimos dos años y medio, la estrategia de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) y de la Fiscalía General de Justicia (FGJ) se enfoca “en contener la violencia de fenómenos delictivos de mayor impacto, aunque el narcomenudeo y trata de personas sigue siendo relevante”.
El periodista Héctor de Mauleón narró en este seminario una anécdota relevante sobre las redes que teje el crimen organizado en la capital del país: “hay un momento crucial en la historia de la ciudad en 2010, cuando se detuvo a la Barbie. Tuvo una reunión en la Ciudad de México con los narcomenudistas de Tepito que controlaban la venta de droga en las colonias Condesa, Roma y corredor de bares de Insurgentes, para hacer que se unieron y limpiar a quienes no querían entrar al acuerdo”.
Cuando ocurrió el atentado a García Harfuch, Julio Vargas consideró que la prioridad era retratar los cartuchos que encontró en el piso, algo poco visto antes en la ciudad.
Retraté lo que quedó de la balacera, los chalecos fosforescentes y gorras que dejaron los agresores. Antes los cuerpos de los muertos amanecían, ahora los encuentras a cualquier hora del día
“Desafortunadamente, siento que no lo he visto todo y que todavía me falta ver mucho más”, dice el fotógrafo de nota roja de la OEM a La Silla Rota.
Vargas enlista sus más recientes coberturas desde 2018: el crimen de la colonia Vallejo, donde un hombre desmembró a su pareja y colocó los restos en bolsas; los colgados en el puente de la Concordia; las ejecuciones en pleno día sobre avenidas principales; y hasta el hecho de que niños y adolescentes puedan llevar consigo un arma.
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