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Presa Los Frailes, un ojo de agua en El Arenal

El cuerpo de agua está ubicado a 26 kilómetros de Pachuca, en los límites de Mineral del Chico y El Arenal

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EL ARENAL.- La señora González puso sobre la mesa dos platos con quesadillas de huitlacoche, chicharrón prensado, bistec y una caguama, pero se le olvidaron las servilletas y la salsa.

 

Estaba más atenta a que sus hijos terminaran de montar el puesto de comida que en atender a los turistas, que iban llegando a almorzar después del mediodía.

Todos en la carpa se iban a prisa y regresaban con bancos de plástico, frituras, guisados o cajas de cartón.

El negocio familiar de los González lleva años alimentando a los visitantes de la presa Los Frailes o presa San Jerónimo, le dicen de las dos formas.

Se me pegaron las cobijas, ayer nos desvelamos y hoy se nos hizo tarde para poner el puesto”, dijo la señora González.


El cuerpo de agua está ubicado en San Jerónimo, una de doce localidades que integran El Arenal. Hace 30 años el gobierno en turno construyó unas cortinas para retener las grandes cantidades de agua que escurren de las montañas.

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Aquí empieza el Valle del Mezquital; región famosa por sus balnearios, sus parques ecoturísticos y por el robo de hidrocarburo a ductos de Pemex, actividad ilícita que se efectúa en el seno de los poblados, lejos de los visitantes.

Ese sábado, el Servicio Meteorológico Nacional había advertido que una masa de aire frío entraría por Veracruz y se extendería hacía el centro del país.

El aire helado traspasaba igual las prendas de algodón que de nylon, los dedos de las manos era lo primero que se empezaba a entumecer.

Una familia de turistas tiritaba de frío, llevaban shorts y playeras sin mangas; todos los demás usábamos al menos una chamarra. Una mujer, la más grande del grupo, juraba que le habían dicho que el lugar era muy caliente.

Beto se río y lo negó con la cabeza, dijo que en San Jerónimo siempre hace frío, que la semana pasada ni siquiera había salido el sol. Después, nos cobró 10 pesos por persona, es la tarifa para disfrutar de la presa y él se encarga del acceso.

Enfrente de las micheladas González un grupo de hombres ataviados con jersey del América y pasados de copas ponían a todo volumen canciones de la Banda MS, luego Bad Bunny y otra vez música grupera.

No había pasado el tiempo suficiente para olvidar que unos hombres uniformados con jerseys de Los Gallos Blancos y El Atlas se golpearon con brutalidad en un estadio de futbol, así que cuando el grupo de americanistas se subió a su auto compacto y se fue, todos sentimos alivio.

Frente a Las Micheladas González una familia intentaba rodear la presa, pero remaba tan descoordinada que sólo lograba dar vueltas sobre su eje.

La experiencia por remar está al alcance de casi todos los bolsillos, cuesta 100 pesos la media hora y 150 la hora completa.

Hay otras amenidades en la presa, como la pesca deportiva, 100 pesos por cada kilo de carpa espejo y 200 pesos por el kilo de trucha. La familia González y los otros puestos que rodean la presa preparan los pescados por 70 o 100 pesos más.

Mientras el sol se iba desplazando hacia el oeste unas nubes blancas de algodón se paseaban frente a Los Frailes, los dos famosos monolitos de piedra que se alzan sobre la cadena montañosa de El Arenal.

Las peñas le deben su nombre a una leyenda que data de la época Virreinal: un rayó cayó del cielo y convirtió en piedra a los frailes agustinos Francisco y Toribio, por aprovecharse de los indígenas de la región.

Aquí en la presa es posible contemplar las formas rocosas, observar el jugueteo de las nubes que se mueven al son del viento, los rayos del sol que refractan en la superficie del agua y el sonido que hacen las hojas de los árboles.

Pienso que es un lujo practicar la contemplación en una época como la nuestra, en la que estamos sobre estimulados casi todo el tiempo. Aristóteles señala que una forma de llegar a la felicidad es a través de la observación, se trata de poner en contacto los sentidos con el intelecto.

Así es La presa Los Frailes, un lugar ideal para escaparse de lugares demasiado concurridos como Real del Monte, Huasca o El Chico.

Pero el día duró poco, no eran ni las cuatro de la tarde cuando la neblina empezó a bajar hacía la presa, la fuerza del viento levantaba el agua mojando todo lo que había alrededor, si seguíamos en la ribera estaríamos empapados en poco tiempo.

Recogimos las mochilas, nos despedimos de un perrito blanco al que alimentamos y nos alejamos de unos troncos convertidos en bancas donde pasamos una parte del día.

La tormenta había llegado a San Jerónimo, las ráfagas de viento antes cortas ahora duraban casi un minuto o más, el cielo se iba poniendo oscuro y la neblina más espesa.

Caminamos cuesta arriba unos 20 minutos hacía la casa de Don José, donde el viejo Lebaron nos esperaba para regresar a Pachuca.

La vereda de pavimento estaba rodeada de bosque, de casitas de cemento y tabique, algunas con perros guardianes, otra con un burro pastando y otra con dos borregos beiges gordos y un esponjoso corderito negro.

Aunque podíamos regresar por la carretera Pachuca-Actopan, optamos por un camino de terracería que serpentea entre cerros adornados por magueyes en floración y custodiada por Los Frailes.

La travesía de 26 kilómetros hacía Pachuca empezó en San Jerónimo hacia Santa Rosa, donde el cielo se había despejado, la tormenta quedó atrás.

Al llegar a Puerto del Oro las nubes se habían disipado completamente, el sol brillaba con calidez, pero el aire helado; ya era posible ver las construcciones irregulares de la periferia de Pachuca.

Al llegar a Benito Juárez las casas de ladrillo y cemento se van multiplicado por la avenida hasta La Concepción, la famosa exhacienda administrada por el gobierno de Hidalgo que era utilizada para fiestas y reuniones de la clase política en turno, en la actualidad también es sede de actos públicos.

Al dejar atrás La Concha, como le decimos en Pachuca, está el bulevar Minero, luego el Colosio y luego el Felipe Ángeles que conduce al centro de la ciudad. Había concluido el viaje con la promesa de que siempre habrá una próxima parada.

 

Fotografías de Susana Jiménez

 


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