León, Guanajuato.- La mañana de este viernes se apagó la vida de José Luis Lugo, mejor conocido como “El Gato”, uno de los porteros más entrañables del fútbol leonés y una figura que marcó a generaciones desde los años sesenta hasta la actualidad. Tenía 80 años. Su muerte cierra un capítulo importante en la memoria deportiva de Guanajuato, esa memoria que todavía sigue viva en quienes lo vieron jugar, en quienes crecieron escuchando historias sobre él y en quienes lo tuvieron como maestro en la portería.
José Luis Lugo nació en León, Guanajuato, en 1945, y desde joven mostró esa elasticidad que lo haría legendario. El apodo le cayó como destino: no había pelota que él no intentara cazar, no había tiro que no intentara despejar con ese brinco largo y ese instinto felino que lo acompañaría durante toda su carrera. Su formación profesional estuvo marcada por un privilegio que pocos tuvieron: ser tercer portero del Club León y compartir vestidor con Antonio “La Tota” Carbajal, el Cinco Copas, el guardián eterno del arco esmeralda. Ese choque generacional moldeó a Lugo con la disciplina y la lectura de juego que después lo convertirían en ícono.
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Pero fue en el Unión de Curtidores donde José Luis “El Gato” Lugo encontró su identidad deportiva y su lugar en la historia. Defendió el arco durante dos etapas —finales de los sesenta, luego setenta y buena parte de los ochenta— convirtiéndose en un símbolo del Curtidores, ese equipo intenso, áspero, obrero, que representa una parte esencial del espíritu leonés. Lugo fue titular en el primer partido del equipo en Primera División, en 1974, un hito que todavía se recuerda con nostalgia entre los aficionados más veteranos. Sus atajadas, su carácter y su estilo fueron parte crucial de ese Curtidores que, aunque no siempre ganó, siempre dejó huella.
Su talento también lo llevó a procesos de selección nacional, donde participó en las eliminatorias rumbo al Mundial de Argentina 1978 y en el camino hacia los Juegos Olímpicos de Moscú 1980. En una época en la que el futbol mexicano no tenía reflectores internacionales, esas convocatorias eran una distinción reservada para los mejores. Lugo perteneció a esa categoría.
Al retirarse como jugador profesional, su influencia no terminó. Por el contrario, se amplió. Fue auxiliar técnico de La Tota Carbajal en Monarcas Morelia durante once años, y más tarde regresó a León para hacer lo que tal vez mejor sabía: formar arqueros. Allí dejó otra herencia, quizá más silenciosa pero igual de importante: la de cientos de jóvenes que aprendieron de él, no sólo técnica, sino principios, carácter y respeto por la portería. Entre entrenamientos, historias y consejos, “El Gato” se convirtió en un maestro querido, una figura que acompañó a generaciones enteras de futbolistas locales.
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En 2024, fue reconocido como director del Instituto Atlético Morelia con sede en León y ya formaba parte del Salón de la Fama del Deporte en Guanajuato, distinciones que confirmaron algo que la afición sabía desde hace décadas: Lugo no sólo fue un portero brillante, sino un referente.
Su muerte deja un hueco en el corazón del futbol local. Los aficionados mayores lo recordarán como ese felino eterno bajo los tres postes; los más jóvenes, como el hombre que entrenaba, aconsejaba y mantenía viva la tradición portera de León. Con su partida, se marcha un pedazo de la historia deportiva de la ciudad, pero su legado —hecho de atajadas, de enseñanzas y de carácter— permanecerá mucho más allá del último silbatazo.
José Luis “El Gato” Lugo, descanse en paz. León no olvidará su garra.
