En León, Guanajuato, decir “vamos con el Kali” es casi una brújula culinaria. El puesto —un toldo blanco, plancha humeante, mesas sencillas— se volvió punto de peregrinaje por una mezcla rara y eficaz: sazón directo, precios accesibles y un protagonista con carisma de barrio que saluda, bromea, se deja grabar y agradece a cada cliente como si fuera familia. Detrás del apodo está Eduardo Guarrientos, leonés que convirtió un carrito en emblema local a fuerza de trabajo y buen trato.
La historia se cuenta a fuego medio:
hace casi cuatro décadas, Eduardo emprendió un negocio familiar que hoy despacha a cientos de personas al día. Su menú es clásico y sin pose: bistec, chorizo, hígado, costilla; tacos y tortas servidos con tortillas al punto, salsas que despiertan y la promesa de comer “bueno, bonito y barato”. La fórmula no es un secreto, pero sí es constante. El puesto es un referente de la ciudad, subrayando que el éxito está tanto en el sazón como en la calidez con la clientela; el propio Kali lo resume en una idea sencilla: atender bien para que la gente vuelva.
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¿Dónde está? En el norte de León, Finlandia 102C, esquina Francia, colonia Los Paraísos, con horario amplio: lunes a sábado de 8:00 a 20:00 y domingo de 8:00 a 18:00. La ubicación y los horarios figuran en directorios y apps de navegación —una pista de cómo un puesto de calle se vuelve destino.
La fama no llegó solo por el plato: llegó también por la persona. Kali es muy accesible con medios y creadores de contenido: posa, saluda a cámara, permite grabar el proceso y juega con el público. Esa apertura lo volvió un imán en redes —videos de páginas locales y foodies lo llaman “el taquero más viral de León”— y alimentó el boca a boca digital que hoy lleva curiosos y fieles por igual.
Esa cercanía se refleja en la vida diaria del puesto.
La operación es familiar; hijos e hijas se han sumado al negocio y el flujo de comensales mezcla estudiantes, trabajadores, atletas y vecinos que buscan un taco bien hecho sin ceremonia. Crónicas locales hablan de hasta 200 servicios por jornada, y de un estilo de atención que reconoce a quien vuelve: el Kali aprende nombres, agradece la visita y despide con buen humor. Es un servicio con memoria corta —para el pedido— y memoria larga —para la gente—.
La comunidad también lo ha arropado en momentos duros. Cuando trascendió el fallecimiento de un hijo del Kali, las redes de la ciudad se llenaron de condolencias y anécdotas, un termómetro de cuánto pesa este pequeño puesto en la vida cotidiana de León. La noticia recorrió medios locales, y las muestras de apoyo confirmaron lo que cualquiera que haya comido ahí ya sabe: detrás del puesto hay un vínculo real con su clientela.
Dato útil para foráneos: no confundir a “Tacos El Kali” de León con “El Califa de León”, la taquería capitalina con estrella Michelin; son historias distintas y ciudades distintas, aunque compartan el amor por la plancha.
En suma, la fama de El Kali se sostiene en cuatro patas: sabor reconocible, precios honestos, un punto claro en el mapa y un taquero carismático y agradecido que entiende a las redes como extensión de la banqueta. Por eso se vuelve: por los tacos… y por quien los sirve.
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