León, Guanajuato.- En la cima del Mercado Aldama, justo donde el puente peatonal conecta con el descargue Estrella, hay un negocio que no necesita gritar para ser visto. Basta levantar la vista desde el puente y ahí está: el huarache más grande de León, Guanajuato. Colgado como trofeo, como bandera, como grito artesanal. Imposible no notarlo. Imposible no detenerse.
Un solo paso bastaría para cubrir medio metro. Un solo par podría vestir los pies de un gigante. Un Pie Grande, de esos que se ven en las películas, pero hecho a mano, con la técnica y el alma de una tradición cien por ciento leonesa.
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Colores vivos. Tejidos cruzados con precisión. Una suela maciza y un diseño que mezcla lo prehispánico con lo contemporáneo. Es un huarache multicolor, de cuero curtido y trenzado con el arte que solo se aprende en familia, en talleres donde las manos hablan más que las palabras.
En el letrero del calzado gigante puede leerse con orgullo: “LEÓN GUANAJUATO”. Como si ese huarache fuera la firma de toda una ciudad. Porque lo es. Porque ese puesto —ubicado en uno de los rincones más antiguos del mercado— guarda entre cajas, botas y cintas, el legado de generaciones que han vivido del calzado artesanal.
Las encargadas del local, herederas de este oficio, decidieron hace algunos años crear este ícono. No solo para vender, sino para dejar huella. Y vaya que lo lograron. El huarache es hoy un punto obligatorio para las selfies, para los curiosos, para los turistas. Quien sube al segundo piso del Aldama sabe que tiene que tomarse una foto ahí. Es casi un ritual.
El interior del puesto parece un museo del cuero: huaraches de todos los colores, botas vaqueras, cintas, suelas, cajas. Una mezcla de caos y orden, como en todo taller tradicional. Pero el protagonista indiscutible es el huarache gigante, que también se puede calzar, aunque sea solo para la foto y el recuerdo.
¿Pero de dónde vienen los huaraches?
Su historia se remonta a tiempos precolombinos. El término proviene del purépecha “kwarachi” y se refiere al calzado que usaban los pueblos originarios del occidente de México. Eran sandalias de cuero, resistentes, pensadas para el campo y la caminata. Con el paso del tiempo, los huaraches evolucionaron, pero siempre conservando su esencia: cuero, tejido y funcionalidad.
León adoptó esta herencia con maestría. La ciudad, famosa por su industria del calzado, se convirtió en referente nacional de los huaraches artesanales. Y aunque hoy muchas fábricas han sido absorbidas por la modernidad, hay rincones como este, donde la tradición sigue viva.
Desde la calle, el huarache cuelga como una obra de arte. Como un pedazo de historia que no cabe en un estante. Como un zapato que nunca se va a desgastar, porque no fue hecho para caminar, sino para contar historias.
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