León, Guanajuato.– Es una tarde cálida en la colonia Jardines de Jerez, En una casa discreta, de fachada sencilla y con el olor penetrante del incienso flotando en el aire, una joven de 23 años llamada Tania cruza la puerta de un pequeño cuarto adornado con velas, cuarzos, imágenes de ángeles y una mesa repleta de cartas. Frente a ella está “La Hermana Luna”, una tarotista de voz suave y manos firmes que, como ella misma dice, trabaja “de la mano de Dios, con energías blancas”.
“¿Primero una lectura general?”, pregunta la tarotista mientras le indica a Tania colocar su mano derecha sobre la baraja. “Por mi pasado, por mi presente, por mi futuro”, repiten ambas como un ritual que marca el inicio de la sesión.
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La lectura comienza sin rodeos. La Hermana Luna lanza cartas sobre la mesa, las observa y va tejiendo un relato que mezcla advertencias, consuelo y esperanza. “Tu vida ha sido larga, pero un poco sufrida”, dice, señalando cartas que hablan de pérdidas, envidias y caminos cerrados. Tania escucha en silencio. Asiente. A veces ríe nerviosa. A veces frunce el ceño. La voz de la tarotista suena serena, pero firme.
Las cartas revelan una vida marcada por la lucha constante: proyectos inconclusos, amistades falsas y relaciones amorosas que nunca terminaron bien. “Te veo estancada, por más que trabajas, no avanzas. Necesitas una limpia”, sentencia La Hermana Luna, como si el destino dependiera de un baño espiritual.
En la mesa también aparece el amor, con una carta que habla de una posible boda. “¿Tienes planes de casarte?”, pregunta la tarotista. Tania suelta una risa incrédula. “Aún no conozco a esa persona”, responde. “Pero llegará”, asegura La Hermana Luna, mientras aparece otra carta que marca una unión estable y felicidad económica.
El ambiente se vuelve cada vez más íntimo. Tania confiesa que ha usado velas, cuarzos, incluso medita. “Tienes que dejar de contar tus proyectos”, le recomienda la tarotista, “las envidias son lo que no te deja avanzar”.
Al final, cuando el mazo se agota y las cartas regresan a su sitio, La Hermana Luna le ofrece una pulsera de protección. “Ya está preparada y curada, cuesta 200”, dice, sin perder el tono espiritual. También ofrece limpias, rituales a distancia, y hasta trabajos con fotografía para quienes no pueden acudir en persona.
Tania no sale con respuestas concretas, pero sí con una sensación de haber sido escuchada y comprendida. Sale con la certeza —o al menos la esperanza— de que algo puede cambiar si toma ciertas precauciones: proteger su energía, hablar menos de sus planes y, quizás, comprar esa pulsera de protección.
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