León, Guanajuato.- La historia que se viralizó decía que un ladrón había asaltado un puesto de hamburguesas en Las Trojes y que los vecinos, cansados de la delincuencia, lo lincharon en la calle Juan de la Serna. Esa fue la versión fácil. La real, contada por quienes lo vivieron y reconstruida a partir de los testimonios de la zona, es distinta, más larga y mucho más violenta.
Todo comenzó lejos de Las Trojes
Un grupo de tres hombres había cometido un robo y era perseguido por varias personas desde otra colonia. La persecución se fue estrechando hasta que los tres ladrones entraron a la calle Juan Araujo. Ahí se dispersaron. Uno logró huir con el botín. Los otros dos buscaron refugio en un taller de maquila de calzado que, como siempre, tenía sus puertas abiertas.
Los dos sujetos cerraron por dentro intentando ocultarse. Pero quienes los perseguían —un grupo de hombres que, según los vecinos, no eran de Las Trojes— comenzaron a romper las ventanas del taller a pedradas. Tumbaron los vidrios, forzaron la entrada y los obligaron a correr. Los ladrones subieron al techo para huir. Desde ahí brincaron hacia una segunda casa, ubicada justo atrás del taller en la calle Juan de la Serna, donde intentaron esconderse otra vez.
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En esa vivienda los agresores los alcanzaron. Los vecinos cuentan que hubo un conflicto entre los propios ladrones; algo ocurrió dentro que provocó que uno de ellos fuera expulsado de la casa. Ese hombre, el expulsado, es el que terminaría muerto, fue quien salió corriendo hacia Juan de la Serna. Ahí comenzó su último intento de escape.
Entró directo a la casa de un hombre que lleva más de cuarenta años viviendo en esa calle. Es conocido entre los vecinos por su costumbre de dejar siempre la puerta abierta. “Yo nunca cierro mi puerta. Tengo cuarenta y tantos años aquí y siempre está abierta”, relató. Aquel día tampoco estaba cerrada.
El ladrón se metió al baño para esconderse. “En el momento que volteo, miro que se cierra la puerta… y ya se metió el cabrón a la mitad”, contó el dueño, sorprendido aún. Detrás de él, los perseguidores entraron a la casa sin pedir permiso. “Llegaron dos, luego tres. ‘Allá está adentro, sácamelo por favor’. ‘Sí, señor, cómo no’, les dije”, recordó.
El hombre intentó escapar por el patio. Trepó hacia un tejabán improvisado de lámina. Esa estructura nunca había soportado a nadie y no lo soportó a él. “Se sumen las láminas y se cayó”, narró el vecino. Al caer, intentó subir por una escalera, pero fue alcanzado. Lo arrastraron tomándolo de las piernas. “Le dije: aquí yo no quiero perros. Sáquenlo ya.”
A partir de ese momento comenzó la golpiza que terminaría con su vida.
Lo sacaron al tramo medio de la subida de Juan de la Serna. Los testimonios coinciden en que ya no podía defenderse. Un video grabado por vecinos —un video que ellos mismos describen como “bien feo”— muestra al hombre con la cara destruida, ensangrentado, incapaz de levantarse, mientras varios sujetos le golpean la cabeza con un casco de motocicleta y con piedras grandes. Fue ahí donde todo terminó para el.
Una vecina que vio gran parte de la persecución desde la banqueta también desmiente la versión viral del asalto a las hamburguesas. Ella vio al grupo llegar desde la calle anterior y escuchó los gritos: “Yo vi que venía un muchacho corriendo… venía abriendo como una bolsa. Luego otros corrieron para allá. En la calle de las hamburguesas fue donde se hizo el relajo”, explicó. También confirmó que los agresores no pertenecían a Las Trojes: “Muchos piensan que los que golpearon al muchacho son de aquí. No. Esos ya venían correteando por otro lado. No son de aquí.”
La violencia golpeó también a terceros. Cuando los agresores rompieron los vidrios del taller, la hija de los dueños entró en shock. “Dicen que la llevaron al seguro y que casi le daba un infarto”, contó la vecina.
Los habitantes de Las Trojes coinciden en algo: ellos no participaron. Se encerraron, bajaron cortinas, se protegieron. “Nadie de aquí metió las manos. Ni al muchacho que se les metió le hicieron nada. Sólo querían que se saliera”, explica la mujer. El dueño de la casa donde el hombre se escondió también lo reafirma: “Yo prácticamente no miré nada. Estaba dormido… y cuando pasó todo, yo lo cerré.”
Hoy, mientras la versión rápida de “vecinos linchan a ratero” sigue circulando, la calle Juan de la Serna mantiene un silencio tenso. Los vecinos saben que la historia fue distinta. El linchamiento no nació ahí, no lo inició la colonia ni respondió a un asalto local. Fue una persecución ajena que terminó dentro de sus casas y sobre su pavimento. Una violencia importada que dejó un muerto, vidrio roto, una familia en shock y un barrio cargando una responsabilidad que no le corresponde.
