León, Guanajuato.- Justo diez minutos antes de las 7 de la noche, cuando el sol termina de rendirse detrás de la presa, los globos ya están formados en la zona de despegue. No tienen intención de volar. Esta vez su misión es otra: brillar. A esa hora comienza el espectáculo más esperado del Festival Internacional del Globo de León: la Noche Mágica.
Los pilotos y tripulaciones encienden el propulsor, lo apagan, lo vuelven a encender. Las telas gigantes respiran luz como si fueran seres vivos. Se sincronizan con la música, creando un baile extraño y bellísimo, un pulso de fuego que convierte a los globos en faros multicolores. Desde el parque hasta la orilla de la presa, la gente suelta un “wow” casi automático cuando ve los primeros fogonazos.
Es el show más especial del festival. Un ritual que el FIG ha perfeccionado por más de dos décadas y que, según la organización, depende de condiciones climáticas casi quirúrgicas. Ha habido años donde el viento arruina los planes y la Noche Mágica simplemente no ocurre. Por eso el programa del FIG ofrece tres oportunidades, tres noches posibles para que el clima se porte bien y pueda aparecer esta postal que ha dado la vuelta al mundo: globos gigantes brillando como linternas vivientes.
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El camino hacia la luz
La emoción empieza mucho antes de llegar. Desde la entrada del Parque Metropolitano, los asistentes caminan con prisa, como si temieran perderse el primer fogonazo. Mientras esperan el trenecito que los lleva hasta la zona de despegue, ya pueden ver los globos inflándose a lo lejos. Algunos escuchan el primer “¡enciendan!” y salen casi corriendo.
Familias enteras avanzan emocionadas diciendo cosas como “¡ya casi, ya casi, apúrale!”. Niños, parejas, grupos de amigos: todos atraídos por el mismo magnetismo, por ese golpe de luz que se enciende y se apaga como un latido colectivo. La atmósfera es tan festiva que el parque parece una romería moderna: puestos, música, risas, pasos rápidos, celulares listos para grabar.
A las 6:50, los globos ya están completamente inflados. Desde clásicos multicolores hasta figuras especiales, todos se colocan en formación sobre el pasto. Lo que sigue es casi coreografía: la música sube, el piloto escucha la señal y activa el quemador. La llama sube varios metros y las telas brillan desde adentro. Cuando decenas de globos hacen esto a la vez, el parque entero se ilumina como si alguien hubiera prendido un gigantesco tablero de luces.
La gente grita, aplaude, graba. El calor del fuego se siente incluso a metros de distancia. Esta danza de luz dura varios minutos, y cada canción cambia el ritmo del espectáculo. Hay momentos de sincronía total y otros en los que cada globo parece improvisar, como si también estuvieran disfrutando de la música.
La antesala al artista estelar
Mientras los globos bailan, miles de personas se acomodan alrededor, sentados en cobijas, sillas plegables o simplemente parados esperando la aparición del artista estelar de la noche. La Noche Mágica siempre sirve como antesala del concierto principal, y el FIG lo sabe: te captura primero con fuego y color, y luego remata con música en vivo.
Un espectáculo único en México
La Noche Mágica no es solo parte del festival: es su corazón nocturno. Pocos eventos en el país ofrecen un espectáculo similar, donde la luz se crea con fuego real y cada globo funciona como un escenario propio. Año tras año, esta noche sigue siendo el momento favorito de los visitantes nacionales e internacionales.
Si el despegue matutino es una postal, la Noche Mágica es una experiencia. No se observa: se vive. Y en 2025, las condiciones climáticas permitieron que esta tradición volviera a brillar en León sin contratiempos. Para quienes estuvieron ahí, la palabra “mágica” no fue exageración, sino descripción.