SOCIEDAD

Iván dibuja su indigencia con trazos de dolor

No tiene lugar en la calle; instala su puesto de cosas viejas y más se tarda en ponerse que en ser reportado. Sus recuerdos caben en un par de dibujos con retratos que ha hecho de sus familiares

Iván lleva consigo, como recuerdo de su origen, los retratos que hizo de su abuela y su madre.
Iván lleva consigo, como recuerdo de su origen, los retratos que hizo de su abuela y su madre.Créditos: La Silla Rota
Escrito en GUANAJUATO el

León.- Iván vive entre el resentimiento y el optimismo, con la esperanza de que vendrán tiempos mejores para él, pero sin dejar de recordar cada momento la infancia de abandono y soledad que, asegura, marcó su existencia. Su única compañía son dos “retratos” dibujados por él, de su abuela y de su madre. No hay que ser un analista profundo para interpretar, a partir de esos trazos sombríos, la idea que Iván tiene de su ascendencia.
Trata de sobrevivir vendiendo objetos que la gente le regala. La banqueta, tapizada de utensilios usados, juguetes viejos, ropa casi inservible y solo algunos objetos nuevos, es su lugar de trabajo, pero también su casa, mientas los vecinos no se molesten con su presencia. Esta vez, a media mañana tuvo que levantar su puesto porque lo denunciaron; un “alma buena” pidió a las autoridades municipales que fueran “a ayudarlo”... y llegaron los inspectores de Mercados a invitarlo a que se retirara. Fueron de forma muy amable, pero con esa ayuda está muy difícil que salga adelante.

Iván es, según comenta, paciente psiquiátrico.

“Traigo la boca seca porque tengo diabetes, pero también porque no he tomado mi medicamento para la mente”, explica.

La boca seca, pero la mirada húmeda, llorosa, cuando habla de las circunstancias por las que vive en la calle. De hecho, desde niño ha estado acostumbrado a no tener hogar, a pesar de que su familia sí tenía casa. “Pero mi mamá nos echaba a la azotea, a mí y a mis hermanos, para que no la estuviéramos molestando, ahí nos dejaba todo el día, a veces sin comer”, son sus recuerdos, y que marcaron su existencia.

Así representa Iván a su madre.

Luego de un ¿afortunado? rescate, Iván fue a dar a la casa Valdocco, generosa obra de los salesianos en León, pero tampoco le fue bien. Simplemente no estaba a gusto, aunque le daban techo, comida y educación, bajo la inspiración de Don Bosco. “Los padres y los maestros no me trataban mal, pero no me hallaba; los compañeros sí eran muy maldosos, me decían de cosas, pero estaban igual que yo, sin familia, por eso habían ido a dar ahí”.

La figura de la abuela, siempre vigilante.

 

El resentimiento

 

Iván es una de las cerca de 80 personas en situación de calle que hay en León, de acuerdo con estimaciones del sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF). Cada una con su historia, con sus carencias casi totales, con sus miedos y sus sufrimientos.

Él no tiene casa fija; ha vivido en el Coecillo y suele rondar por las calles del barrio, entre la Héroes, la Acapulco, Fray Daniel Mireles, la Monterrey y la Bosque. Un conocido lo deja quedarse en una casa sola en la calle Acapulco, según afirma, pero no sabe dar razón de dónde queda esa casa, que lo más probable es que no exista.

El pequeño puesto del indigente leonés.

Por eso carga siempre su negocio ambulante; cucharas, peluches, zapatos, utensilios viejos, envueltos en una sábana que a la vez le sirve de cama, complementada con botes y cartones.

Su más reciente contacto con las autoridades lo tuvo la vez que fue reportado por pernoctar en la calle Fray Daniel Mireles, casi esquina con Bosque.

Llegaron inspectores de la dirección de Comercio para pedirle que levantara su puesto y que se fuera, porque en la banqueta está prohibido vender. Los inspectores se retiraron y le dijeron que más tarde regresarían a ver cómo iba con eso; así lo hicieron y se mostraron pacientes hasta que se retiró.

Fue la gota que derramó el vaso para Iván, en uno más de tantos días de mala suerte. Terminando de recoger su puesto, las lágrimas brotaron. "¿Y ahora qué hago, a dónde voy?".

 

Sin familia

 

Iván habla de lo mal que le ha ido. Alguna vez tuvo familia pero ya no. Dice que hay una hija y una exmujer, pero en un tono muy vago; tampoco acierta a decir en qué se ha ocupado, si se dedicó a algún trabajo o negocio.

Con los ojos rasos, ve los dibujos que tiene en una libreta. Son dos rostros femeninos, hechos a rayones en las tonalidades más oscuras y con resultados lúgubres: en negro y café, un presunto retrato de su abuela; murió hace 1 mes, dice Iván. En rojo oscuro, su madre está representada en la hoja de cuadrícula grande; los ojos en contorno negro y azul marino marcan una intimidante mirada de enojo.

Dentro de todo, confía en que su vida mejorará.

Esa libreta de cuadrícula, forma francesa y espiral reforzada, es lo único que Iván no tiene a la venta. De ahí en más, los interesados pueden escoger entre un zapato sin par, una cabeza de ajo, un servilletero sacado de alguna fiesta o una caja de medicamento caducado.

Sin embargo, nadie absolutamente se detiene siquiera a ver lo que hay en el puesto. Iván es invisible ante la sociedad, salvo cuando ya lleva horas en el mismo lugar y comienza a convertirse en un estorbo.

 

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