León-. En el número 502 de la calle Bolivia, esquina con Sonora, todavía de pie, se encuentra la casa que era propiedad de las hermanas Valenzuela, famosamente conocidas, como “Las Poquianchis”.
La casa está en la Colonia Obrera, cerca del barrio de Chapalita, en León, Guanajuato. La finca era utilizada como un bar, pero solo era una máscara, en realidad era uno de sus tantos burdeles que tenían entre Guanajuato y Jalisco. Después del arresto de “Las Poquianchis” por la Policía de León, se convirtió en una vecindad regenteada por uno de sus sobrinos, a quien en el barrio le conocían por Toto.
Los vecinos de “Las Poquianchis” cercanos a ese domicilio en la calle Bolivia, en aquella época, a principios de los sesentas (en el que las asesinas seriales estaban activas) las tenían en otro concepto: mujeres afables y generosas cuya benevolencia era un disimulo de uno de los casos de secuestros, prostitución y asesinato más macabros del siglo XX en México.
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La casona todavía existe, aunque con algunas modificaciones en la fachada, porque cambió de propietarios, pero su historia sigue igual en el imaginario de los leoneses que residen en la Obrera: un congal de las asesinas seriales: las tres hermanas González Valenzuela: Delfina, María de Jesús y Carmen, “Las Poquianchis”. Responsables por la muerte de 91 personas.
Los vecinos del barrio de la Obrera relatan historias de la casona como si fuera un personaje más del caso Poquianchis: “Yo ahí juagaba de morro”. Otros: “Pues dicen que se escuchaban ruidos”. “Las muchachas estaban ahí por gusto”.
Lorena Ramírez dice que antes había un anuncio pegado en la casa que decía: “Era una leyenda así nada más, pintado, aquí era la casa de María de Jesús González Valenzuela, toda la gente nos decía es la casa de las Poquianchis, otros decían que ahí mismo enterraban a la gente, de las muchas, era como tipo vecindad aquí, y la gente que llegó a vivir aquí decía, sí se oyen ruidos, eso es lo que decían, es el mito nada más”.
Doña Juanita vive en la calle Bolivia desde que nació hace 70 años, ella llegó a conocerlas cuando era niña, dijo que lo que se decía de ella no era cierto, para ella eran benévolas y amables con los vecinos, tanto, que incluso en la colonia llegaban a celebrar el Día del niño regalando dulces.
Juanita miraba atentamente la casa de las hermanas Valenzuela: “Ellas eran buenas, no se metían con uno, las muchachas podían salir al mercado, aquí el de la Silao, salían a comprar pozole con Doña Vicenta, yo le ayudaba a lavar los platos y me daban para mis chicles y un refresco”.
Juanita decía que observaba a las muchas salir de la casa: “Se tapaban el escote con las cortinas de la casa, se las envolvían alrededor, la casa tenía cortinas de terciopelo, salían a comprar pozole, ellas podían salir a la hora que quisieran”.
Marisol González relató que una de las mujeres que llegaron a habitar en esa casa regresaba constantemente, después de que su madreen reiteradas ocasiones llegaba para sacarla de allí: “No estaba bien lo que hacían, dicen que unas estaban por gusto y otras se las traían con engaños, pero muchas estaban con gusto, porque una señora que vivía más para allá su hija se venía, ella venía a sacarla y su hija se regresaba”.
Con el paso del tiempo uno de sus sobrinos, al que apodaban Toto, quedó como propietario de la casona, las hermanas Armas, vecinas de la calle Bolivia contaron que los cuartos se rentaron y que la casa se convirtió en una vecindad, actualmente, la casa es utilizada como una fonda los domingos y además de brindar servicio a los comerciantes y visitantes del tianguis de la línea.