León, Guanajuato.- Ubicado en la zona centro de León, el Mercado Carro Verde no solo es un punto de encuentro para vecinos, comerciantes y trabajadores, sino un refugio para el antojo, la nostalgia y la tradición. Al cruzar sus puertas, el bullicio de la ciudad se transforma en un ambiente festivo, donde los colores de los puestos, los aromas de los guisados y la calidez de la gente invitan a quedarse más de lo planeado.
Un reportero de La Silla Rota decidió adentrarse en esta experiencia, cámara en mano y estómago vacío, para comprobar si es cierto eso que se dice en los pasillos: que con solo 100 pesos puedes comer como rey. La misión comenzó en una de las cocinas más recomendadas por los locales: Cocina Angélica. Ubicada a mitad del mercado, entre el aroma de chicharrón en salsa verde y el sonido de las cazuelas burbujeando, este pequeño comedor ofrece algo más que comida: ofrece hogar.
Angélica, la dueña, recibe con una sonrisa sincera, y sin necesidad de un menú formal, describe el festín del día: chilaquiles, huevo en salsa, tortitas de papa, espagueti rojo, nopales, mariscos, guisados de res, puerco y hasta chile relleno. El reportero, rendido ante tanta variedad, pidió “un poquito de todo”. Y vaya que lo recibió.
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El plato, generoso en tamaño, parecía un mosaico de la gastronomía mexicana: una cama de espagueti acompañada de chilaquiles crujientes, un chile relleno bañado en caldillo, dos tortitas de papa doradas y suaves, y guisos que evocan las comidas de casa, esas que saben a abuela, a domingo y a barrio.
Con cada bocado, la experiencia se hacía más rica. No solo por el sabor —auténtico, casero, bien sazonado— sino por la atmósfera. En el mercado, la vida ocurre sin filtros: los comerciantes saludan a los clientes por su nombre, los niños corren entre los pasillos, y los clientes habituales bromean mientras esperan su comida. Comer en el Carro Verde no es solo alimentarse; es ser parte de una comunidad que resiste al ritmo frenético de la ciudad.
Y todo, por solo 100 pesos. Ni un centavo más. No hay propina obligatoria, ni cargos extra, ni trucos de restaurante. Aquí, el trato es justo y el sabor es honesto.
Al salir, el reportero no solo iba satisfecho, sino conmovido. Comer en el Mercado Carro Verde es un recordatorio de que la riqueza de un pueblo no siempre está en sus edificios más altos ni en sus franquicias de moda, sino en sus mercados, en sus cocinas sencillas, en el sazón heredado y en los pequeños lujos que caben en un plato de comida caliente.
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