León, Guanajuato.– Frente a la casa de color marrón oscuro con el número 207 de la calle Tabasco, el aire pesa. A los costados, los vecinos observan en silencio. El concreto conserva el rastro del horror: una mancha de sangre extensa, ya blanqueada con cal, que se expande desde la banqueta hasta la entrada. A un costado, un ramo de flores dentro de una caja de cartón y dos veladoras encendidas intentan limpiar lo que el crimen ensució.
De acuerdo con versiones de vecinos y fuentes de seguridad consultadas por este medio, en este domicilio habría sido retenido y atacado con arma blanca el barbero e influencer leonés Luis Fernando Espíndola, conocido en redes sociales como “Ifer King”.
Las imágenes muestran una vivienda de dos plantas
Con balcón semicircular y rejas de herrería negra. La fachada, de color vino oscuro con líneas blancas, conserva restos de pintura descascarada y humedad en la entrada. En el piso, el trazo irregular de cal evidencia el intento por cubrir la sangre que, según testigos, aún estaba fresca el domingo por la tarde.
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Nadie toca la puerta.
La casa está cerrada con una cadena metálica, pero no hay sellos de aseguramiento ni presencia de autoridades. A unos metros, empleados de una empresa vecina vigilan discretamente quién se acerca. Dicen que todo el fin de semana hubo patrullas, cámaras y murmullos. Hoy solo queda el silencio.
“Ahí fue… ahí lo estaban sacando cuando llegaron los policías”, cuenta un vecino con la voz baja. Relata que esa madrugada vieron movimiento en la puerta, que un hombre y una mujer intentaban sacar a alguien del interior cuando los interceptó una patrulla. Eran Diana “N”, una instructora de gimnasio, y Joshua “N”, quienes fueron detenidos en flagrancia y puestos a disposición del Ministerio Público.
El cuerpo de Ifer King presentaba múltiples heridas de arma blanca, además de estar atado de pies y manos, según el reporte preliminar. Murió poco después en el hospital.
A pesar de la magnitud del hecho, la casa sigue sin custodia oficial, algo que ha inquietado a los vecinos. “Aquí vivimos con miedo, con morbo… y con coraje”, dice una mujer que no quiere revelar su nombre. “Pasan los días y sigue igual. Ni sellos ni nada. Solo las flores y el olor”.
En las calles cercanas, el rumor es constante. Nadie sabe si la casa será cateada o asegurada, pero todos la miran como si respirara. En la esquina, una patrulla ronda cada tanto. Los vecinos cierran sus puertas antes del anochecer.
El número 207, mientras tanto, permanece inmóvil, con su reja negra, sus plantas descuidadas y el pavimento todavía marcado por la cal y la sangre: un recordatorio crudo de que, en León, la violencia ya no solo se cuenta… se queda incrustada en las banquetas.
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