El ferrocarril llegó a Ciudad Juárez al atardecer del domingo, con Mildred y su niña Jhanna arriba de un vagón. Después de 7,000 kilómetros (recorrieron México dos veces), por la selva, el mar abierto, el bosque, el desierto y el territorio del narco, Mildred y Jhanna llegaron a la Puerta 36 de la frontera con EE.UU., sanas y salvas, en espera del último paso.
“Gracias a Dios aquí estamos”, contó Erik, amigo de ellas, “en la Puerta 36”, en donde se presentan las solicitudes de asilo político de los venezolanos al gobierno EE.UU.
Pero un último incidente, irrumpió en el camino.
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“Nos fuimos para una plaza, en donde había migrantes y casi nos secuestran”, platicó Erik. “Nos persiguió una camioneta, una Ford roja, y una Cameron, negra. Llegaron unos tipos con armas. Y salimos corriendo. No pudieron llegarnos, porque venían carros atrás”.
El viaje duró 48 días, desde Venezuela, hasta EE.UU.
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Mildred y su hija Jhanna de 9 años salieron de Venezuela el martes 8 de agosto. Aquella mañana, su madre Marisela les dio una bendición en Caracas. “Dios las bendiga, hija”, les dijo.
Mildred y su niña de 9 años, se subieron a un camión que las llevó a la primera parada: San Antonio, un pueblo ubicado entre Venezuela y Colombia, ese camión les costó 30 dólares. Desde entonces han tenido que sortear toda clase de peligros.
“De San Antonio salté a Cúcuta, que es Colombia. De Cúcuta pasé a Medellín en bus. Ahí estuve un solo día. Ahí pagué 120 pesos colombianos. De ahí salté a la playa de Necoclí, siguiendo la travesía sin descansar. Se hacen 12 horas”, platicó Mildred.
Hasta ahí todo estaba bien.
En Necoclí agarraron una lancha que costó 350 dólares y navegaron 4 horas por mar abierto. Ahí llegaron a un campamento y los mafiosos les pidieron dinero para protegerlos. Entonces tuvieron que cruzar la selva para llegar a Panamá.
“Sales a las 6 de la mañana. Tienes que llevar medicamento, comida y carpa. Compramos una casa de campaña para dormir en la selva. Tienes que dormir en carpa porque hay animales salvajes, hay víboras, arañas, moscos”.
En ese momento lo que hicimos fue rezar, platicó. “Pedirle a Dios, como si fueras a ir a una guerra. Sabemos que entramos, pero no sabemos si salimos. Hacemos una oración grande en grupo, entre todos los que estamos en el campamento”.
La ruta de la selva de El Darién es de 47 kilómetros. Hay que cruzar un río como 20 veces porque es en zigzag, dijo. Hay personas que pierden las uñas de los pies, ya que hay un territorio de puro lodo.
De ahí se subieron a una canoa y llegaron a un campamento de la ONU y entraron un pueblo llamado Bajo Chiquito, donde los indígenas les vendieron comida y les dieron hospedaje.
“De ahí nos consiguieron los buses, nos cobraron 30 dólares y nos llevaron hasta Costa Rica. Al día siguiente a conseguir pasaje para seguir”, contó.
A Nicaragua llegaron en 12 horas. Saltaron a Honduras en bus. Y luego a Guatemala. Ahí tuvieron que pagar dinero a los policías guatemaltecos. “Desde que empezamos hay policías corruptos. Tenemos que pagarles. En Guatemala, subiendo al bus, hay que dar dinero a los policías, si no, te regresan a Honduras”, dijo.
De Guatemala se fueron a México y cruzaron el río Suchiate en unas cámaras de llantas de tráiler. “Pagamos 30 dólares, y te subes en unas tripas y te meten a México, sin pasar Aduana. Ahí caminamos como dos horas por el cerro y llegamos a Tapachula en una combi”, narró.
Ahí pudieron hospedarse. Entonces sacaron su cita en el gobierno de Estados Unidos para el asilo político, y ya con cita, se fueron a Tuxtla Gutiérrez. De Tuxtla Gutiérrez agarraron un bus hasta la Ciudad de México, a un campamento, en el basurero.
En la Ciudad de México compraron un boleto a Monterrey en 1,000 pesos. Llegando a Monterrey, los policías les pidieron mil pesos por persona.
En Monterrey se treparon a La Bestia, porque los policías estaban pidiendo dinero y ya no tenían. Mildred no quería perder la cita con el gobierno de EE.UU., programa para el 13 de septiembre. Pero la perdió, porque en Piedras Negras los policías mexicanos no la dejaron pasar.
“Llegué a Piedras Negras, en la frontera, y ahí estaban los de Migración mexicanos. Y no me dejaron pasar con los gringos. Les enseñé mi cita, les rogué y les pedí que me ayudaran por mi hija, y no me dejaron pasar con los norteamericanos”, contó.
La Migración de México regresó a Mildred y a su niña Jhanna hasta Tabasco en un autobús. “Yo le dije: tengo mi cita. Le enseñé el documento, lo agarró y lo rompió. Eran dos agentes mexicanos. Eran deshumanizados. Déspotas y prepotentes”.
A los dos días, ya estaban en Villahermosa, en un sitio solitario, en la madrugada. Ahí las abandonaron.
Mildred estuvo a punto de darse por vencida, pero decidió que no. “Yo me comuniqué con mi familia para que me ayudaran. Para seguir avanzando, otra vez. Me hicieron un envío por Western Unión. Yo dije: No puedo echarme para atrás. Y volví a empezar.
Mildred y su niña tomaron otra vez un autobús a la Ciudad de México y se treparon a La Bestia de nuevo. Así llegaron a Querétaro, a Irapuato, a Torreón y hasta Chihuahua, donde los agentes de Migración trataron de bajarlas de La Bestia a empujones.
“Ellos lo que quieren es que me desanime. Pero yo no me voy a desanimar, porque el poder de Dios es más grande que el de ellos”, dijo.
Después de 7 mil kilómetros, 8 países, lanchas, ríos, mares, desiertos, Mildred y Jhanna llegaron a la frontera de Juárez. Se fueron caminando hacia la famosa Puerta 36, ahí entregaron sus documentos y su solicitud de asilo político. Los norteamericanos le harán una entrevista de méritos y un proceso afirmativo de asilo. Si cumple con todo, vivirá en EE.UU. junto son su niña Jhanna, y podrá ayudar a su madre Marisela y a su padre Heriberto que se quedaron en Venezuela.
La mañana de este lunes, Erik mandó un último mensaje a La Silla Rota: “Ya Mildred casi entra. Estamos en la colita. En la Puerta 36. ¡¡Gracias a Dios!!.