DÍA DE MUERTOS

Retratar a los muertos como si estuvieran vivos: amor en el más allá

El Anticuario leonés Francisco Padilla tiene un acervo fotográfico post mórtem de ciudades como León, Guanajuato, Guadalajara, Ciudad de México y Querétaro

Escrito en GUANAJUATO el

León-.Han cerrado sus ojos para siempre, pues se han dormido en el profundo sueño de la muerte, sus familiares, en una última expresión de amor eternizan su rostro en una fotografía que ha de perdurar, en su retrato fotográfico pareciera como si solo descansara, sin embargo, su rostro ha perdido la vida, así es el retrato post mórtem, lo que hoy perecería una actividad macabra, en el México del siglo XIX era una costumbre.

Francisco Padilla tiene una colección de retrato mortuorio que ha obtenido a lo largo de 30 años: en otras colecciones, entre intercambios de antigüedades con colegas anticuarios o personas que por necesidad le han llevado fotografías a su bazar de antigüedades para venderlas.

La fotografía post mórtem, comentó Francisco Padilla, era una práctica que en el siglo XIX y principios del XX eran común: retratarse con el ser querido después de haber fallecido para tener un recuerdo de cómo era.

Paco Padilla, como le reconocen en el mundo de la compra y venta de antigüedades en Guanajuato, dijo que el retrato mortuorio en antaño no se veía con morbo, sino como una tradición de profundo respeto, pues las fotografías se realizaban para tener memoria del familiar que había partido.

Una fotografía como un último recuerdo

La fotografía después de la muerte, compartió  Padilla, era una expresión a la que los familiares, en una última muestra de amor, le guardaban respeto: “Te cuentan la historia de cada familia en un intento por guardar la memoria de sus integrantes para la posteridad, para que los recuerden siempre”.

Paco sacó una cajita de cartón y, una a una, mostraba imágenes de su colección privada de retrato post mórtem: bebés o “angelitos”, como les decían a los niños que fallecían, vestidos de santos, con sus túnicas blancas y aureolas, niños con sus ojitos cerrados, otros entrecerrados, con los dedos entrelazados.

Los familiares vestían a sus difuntos con sus mejores ropajes: “Eran las piezas que se iban a llevar a la eternidad, a la posteridad, al analizar la fotografía, lo que puedes ver es que los fotógrafos eran auténticos maestros, hacían uso de escenarios, inventaron cosas para poder sostener a los muertos y hacerlos ver como si todavía existiera vida en ellos” compartió Francisco Padilla.

Pese a que eran momentos de duelo y dolor, las familias mexicanas del siglo XIX y mediados del XX buscaban una última imagen de un hijo, una hermana, un padre o una madre, pues el retrato fotográfico se volvió popular en esos tiempos por su bajo costo, por lo que se podía hacer un retrato para la posteridad.

Padilla Compartió que los retratos se hacían a base de placas de gelatina, en ambrotipos, y ferrotipos: “Las personas ahora lo toman de un modo morboso, de un modo grotesco, como algo que no les va a pasar, pero era una manera de decir era mi hijo, quiero recordar a mi hijo, como una madre anhela o braza una persona fallecida. Era una manera de pertenencia”.

Francisco comentó a La Silla Rota que su colección data de fotografías registradas de 1870, a las más recientes, de la década de los años 1970, dijo: “Todo un arte interpretar una fotografía, es un cariño que va más allá de la muerte. La muerte es también una faceta de la vida”.

En la era de las redes sociales digitales, en donde todo es felicidad no se piensa en la muerte, a lo que apunta Francisco Padilla “Hoy hay miles de fotografías pero ya no nos ocupamos de ese asunto como si fuéramos eternos. La sociedad en la cual vivimos nos hacen creer que somos inmortales como si no fuésemos a perecer”.

EV