DESAPARICIONES EN MÉXICO

“Su ADN no sirve porque es mujer”: uno de los absurdos que enfrenta Mónica al buscar a su hijo Ramón

Ramón Pérez Ponzanelli desapareció en Querétaro; sus padres viven un viacrucis al enfrentar a la justicia que rechaza la información genética de la madre para comparar, en caso de que aparezca un cuerpo con las características

Créditos: Cortesía Mónica Ponzanelli
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Mónica Ponzanelli está desesperada. Su hijo Ramón ha desaparecido en Querétaro y como abogada penalista, sabe que los primeros días son cruciales para encontrarlo. Acude a la fiscalía de Querétaro para ofrecer una muestra de su ADN, quería dejarlo para reconocer a su hijo en caso de ser localizado, pero el fiscal Juan Manuel García Jasso, le dijo: “su ADN no sirve porque es mujer”. 

El licenciado García Jasso, quien figura como el Fiscal Especializado para la Investigación y Persecución de los delitos de Desaparición Forzada de Personas y Desaparición cometida por Particulares, es el responsable directo del caso de Ramón Pérez Ponzanelli, expediente CI/QRO/15656/2025. 

“Yo exigí que me tomaran una muestra de ADN yo sé que el ADN de una madre sí sirve”, relata Mónica en entrevista con La Silla Rota. “Este ministerio público que se dice fiscal, creo que le queda muy grande el título porque dijo que la muestra tenía que ser del papá”, asevera. 

En este relato, Mónica encarna la indignación de miles de familias que, en el desierto de la burocracia, claman por respuestas y se encuentran sólo con la inoperancia y el machismo de un sistema que parece diseñado para dejarlas solas.

Mónica y su hijo Ramón | Cortesía Mónica Ponzanelli

Un viacrucis en el desierto

El fiscal no fue el único obstáculo. Mónica, armada con su conocimiento legal, tuvo que argumentar que su ADN sí servía para la identificación de su hijo. Eventualmente, accedieron a tomarle la muestra, pero el calvario estaba lejos de terminar.

Primero, tuvo que esperar más de una hora, porque en el Ministerio Público no tenían hisopos. Cuando por fin se los dieron, el proceso parecía una farsa. Las muestras de ADN, tomadas del interior de sus mejillas, fueron guardadas en “un sobre de manila donde metes dinero, sin ninguna protección de un tubo de ensayo, una tapa, nada”. Para rematar, se equivocaron al escribir su nombre, sacaron las muestras y las pasaron a otro sobre de manila. 

Mónica, con la impotencia grabada en la mirada, relata que sabía que esas pruebas ya no servían, que estaban contaminadas

El 23 de mayo pasado, Mónica regresó a la fiscalía, se trasladó desde su casa en la Ciudad de México hasta Querétaro para una nueva cita con el fiscal Jasso. “Una fiscalía que parecía como un pueblo dormido”, recuerda. El licenciado no se presentó. Ni una llamada. Ni un mensaje. Sólo una vigilante “con mala cara”. Otra cita fallida, otro día perdido.

El título de abogada no le ha servido mucho para encontrar a su hijo. En lugar de encontrar un sistema que la ayude, se topa “con un muro de indiferencia”, señala. “Me siento como en el desierto”, exclama, y la frase resuena con el eco del vacío que las autoridades le han ofrecido.

12 de mayo

Mónica, mamá de Ramón, recuerda con exactitud esa mañana. Se encontraba en su residencia en la Ciudad de México, dos días antes había sido el Día de las Madres. Recibió una llamada del hotel en Querétaro. Le avisaron que su hijo había salido temprano y no había vuelto. 

Ramón con su padre | Cortesía Mónica Ponzanelli

Ramón padre recibió el mismo aviso hasta San Luis Potosí; su hijo, el que lleva su mismo nombre, no estaba. No ha estado desde entonces.

“Ese día, como todos los días, mi hijo me habló a las 7:20 de la mañana. Me saludó, me deseó buen día y colgamos. Un rato después, le dijo a Yuli, una de las empleadas del hotel: ‘Ahorita vengo, vete preparando café, ahorita regreso’… y salió caminando”, cuenta Mónica Ponzanelli en exclusiva para La Silla Rota.

Ramón padre añade un dato. Ese lunes su hijo pidió prestados 150 pesos para tomar el transporte público porque “yo iba a verlo al hasta el día siguiente para darle su quincena”, cuenta en entrevista el padre de familia. Su hijo trabajaba con él como gerente, encargado del personal y de las reservas del hotel.

A las 7:30 de la mañana de este lunes 12 de mayo, Ramón salió caminando. Su peor desgracia, asegura Mónica, fue no haberse llevado el teléfono celular. “Como no se lo llevó, las autoridades nos dicen que no puede ser buscado”. Como si alguien desapareciera sólo si tiene encendido el GPS.

Ramón llevaba con él su billetera, una identificación oficial, su tarjeta de crédito y los 150 pesos. Minutos después de su partida, Yuli, la empleada del hotel, le escribió: “Ya está el café, Ramón”. El mensaje quedó sin respuesta. Como han quedado sin respuesta los días que han pasado desde entonces.

Créditos: Cortesía Mónica Ponzanelli

¿Dónde está Ramón?

Ramón Pérez Ponzanelli tiene 32 años. Contaduría en el ITAM. Un joven de 1.70 m, 75 kg, con barba y bigote. Un tatuaje de letras árabes en el brazo izquierdo recuerda a Mariana, “una novia que quiso mucho”, y las alas de Jorge Marín, a su pasión por el arte.

La ficha de búsqueda se emitió el 19 de mayo, siete días después de su desaparición en Querétaro. Siete días perdidos en el laberinto de la burocracia. Siete días que son una eternidad para una madre.

Mónica solicitó a las autoridades el rastreo de las cámaras del C4, pero justo las de esa zona, las que podrían haber capturado la última imagen de Ramón, “estaban dañadas”, una frase que se repite como un disco rayado en innumerables expedientes de personas desaparecidas. 

Del entonces fiscal encargado del caso de su hijo, Mónica sabe que ya no trabaja en la fiscalía, que se fue sin dejar rastro de avances, sin emitir una solicitud para ver si Ramón está en el Servicio Médico Forense o en algún hospital. Le asignaron otro.

Mónica sigue buscando sola, caminando por ese desierto burocrático. Su historia no es sólo la de una madre buscando a su hijo; es la radiografía de un sistema colapsado, que abandona a sus ciudadanos a su suerte.

Una sombra sobre la pista

Mónica y el padre de Ramón, en entrevistas por separado, pintan un retrato consistente de su hijo; una persona tranquila, sin vicios, ajena a los conflictos. No tenía deudas y el análisis de su teléfono celular no ha revelado nada sospechoso hasta el momento. 

Sin embargo, en medio de la desolación, Mónica se aferra a un hilo, la única debilidad que, según ella, tenía Ramón: las mujeres.

“Se enamoraba apasionadamente, se las llevaba de viaje”, relata la madre. La última relación de Ramón, fue con una mujer de San Miguel de Allende, Guanajuato, pero el amor se desvaneció tras una amenaza que, para ella, es demasiado real para ser ignorada.

El padre de la exnovia de Ramón, lo había amenazado de muerte si no se alejaba de su hija. Se desconoce si el hombre y su hija están siendo investigados o si esta pista está siendo tomada en serio por las autoridades.

Mónica Ponzanelli trata de seguir adelante con un hueco en el pecho. La Silla Rota le pregunta qué le diría a su hijo si pudiera escucharla, y Mónica se quiebra. “Que voy a seguir buscándote, que te amo hasta lo más profundo de mi ser y te voy a amar hasta el último suspiro y mi último aliento”.

Ramón, el padre, siente que a su hijo “se lo tragó la tierra”. No tiene más que la fe. Ora cada día, con veladoras encendidas en su casa y en su trabajo, con la esperanza de que un milagro lo traiga de vuelta. Su mensaje, más que una súplica, es una promesa; “Te espero con los brazos abiertos, te amo y siempre estaré para apoyarte”.

63 años de impunidad; el vergonzoso recuento de los desaparecidos

Desde 1962, 131,928 personas han desaparecido en México, una cifra que excede con creces la de países declarados en guerra, aunque en periodos de tiempo más cortos. La historia de la desaparición de Ramón Ponzanelli es importante porque cuestiona al sistema judicial, a las fiscalías, a la sociedad. Contar esta historia ayuda a humanizar las cifras, a ponerle rostro y nombre al dolor, y a exigir respuestas donde sólo hay indiferencia.