MIGRANTES

Un Día del Niño lejos de casa: historias y peligros que enfrentan los menores migrantes

Chiapas y Ciudad Juárez son puntos clave en la migración hacia el norte, donde cientos de migrantes, incluidos niños, viven en condiciones precarias y enfrentan graves riesgos

Los niños migrantes no acompañados son los más vulnerables. Sin la protección de un adulto, son fácilmente explotados Créditos: Cuartoscuro
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Migrar implica un riesgo muy alto, pero lo es aún más para niñas, niños y adolescentes, quienes en muchas ocasiones viajan solos, exponiéndose a peligros extremos como la trata de personas e incluso la muerte.

Dos puntos clave en los flujos migratorios son Chiapas y Ciudad Juárez. La Silla Rota buscó las historias de estas infancias migrantes para conocer las duras realidades que han enfrentado en su camino y entender cómo interpretan esa experiencia desde su mirada inocente.

En una serie de entrevistas, relatan cómo es la vida en la calle y en los albergues, así como la perspectiva de sus madres y padres, quienes incluso comienzan a ver a México como una posible alternativa para quedarse y perseguir ahora el llamado “sueño mexicano”.

Cada vez más familias consideran inalcanzable llegar a Estados Unidos. Desde que Donald Trump asumió la presidencia hace 100 días, toda posibilidad de ingreso se ha cerrado, especialmente con la cancelación del programa CBP One, que era una de las pocas vías para migrar al norte por razones humanitarias.

Contexto: de acuerdo con cifras del Gobierno de México, en 2023, 113,660 niñas, niños y adolescentes migrantes fueron canalizados a los albergues del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF) en México. Estos menores representaron el 14.5% del total de inmigrantes identificados en el país, con el 62% provenientes de América del Sur y el 26.1% de Centroamérica.

Ciudad Juárez: así es la vida en los albergues

El albergue y comedor Vida, ubicado en la calle General Manuel Ortega 530, en la colonia Revolución Mexicana de Ciudad Juárez, ha sido por más de cuatro años un refugio para familias migrantes que llegan a esta ciudad con la esperanza de encontrar un lugar seguro en su camino hacia Estados Unidos.

Bajo la dirección del pastor cristiano Francisco González, este espacio no solo brinda hospedaje y alimento, sino también la posibilidad de una vida digna mediante programas educativos y servicios médicos gratuitos para personas en situación de movilidad.

Entre sus paredes, habitan familias que un día decidieron dejar atrás todo lo que conocían para buscar un futuro mejor. Para los más pequeños de estos núcleos, la vida ha cambiado por completo.

La Silla Rota habló con los niños de dos familiasuna originaria de Michoacán y otra de Venezuela— para conocer cómo viven el hecho de pasar por primera vez un Día del Niño lejos de casa.

“Si nos secuestran, ¿cuánto dinero nos pedirán?”

Josué, Naomi y Sdar son originarios de Michoacán. Llegaron a Ciudad Juárez hace poco más de cinco meses. Según relató su madre, en su estado no existían condiciones adecuadas para salir adelante, por lo que optaron por buscar nuevas oportunidades.

Una noche salieron rumbo a Morelia, donde tomaron un vuelo hacia Monterrey, para finalmente arribar a esta frontera el 19 de noviembre de 2024.

Para Josué, el hermano de en medio, de nueve años, los recuerdos de Monterrey no son agradables. Dijo que una noche escuchó a sus padres discutir, preocupados porque una camioneta negra los seguía.

Estaba muy asustado porque pensé que si nos secuestran, ¿cuánto dinero nos iban a pedir? Ya que no tenemos muchos familiares en Estados Unidos”, comentó.

La llegada a Ciudad Juárez estaba pensada como una escala rumbo a Estados Unidos. Sin embargo, las políticas impuestas por Donald Trump han truncado ese objetivo, y ahora consideran seriamente regresar a su ciudad natal.

Gracias al programa escolar de Casa Kolping, al que está vinculado el albergue, los tres niños han podido continuar sus estudios junto con otros menores migrantes. Esa es la única razón por la que aún no regresan. Aunque mantienen la esperanza de que la situación cambie, por ahora lo ven poco probable.

Josué sueña con ser doctor para ayudar a otros, mientras que sus hermanos aspiran a convertirse en maestros.

Conocer la nieve montado en el tren

Mariana es originaria de Guasapti, Venezuela. Llegó a Ciudad Juárez a finales de enero junto con sus padres y dos hermanas menores.

En Venezuela quedó la mayor parte de su familia. Vivían en una ciudad grande, aunque más pequeña que Ciudad Juárez. Como muchas otras familias, emprendieron el viaje en busca del sueño americano, pero se toparon con una frontera cerrada.

Aunque destacó que han recibido un buen trato en esta ciudad y se han sentido cuidados, admitió que no era lo que esperaban, por lo que su familia probablemente regresará a su país.

Comentó que en las clases a las que asiste gracias al programa educativo, “la trataban chévere”, e incluso ya les habían celebrado el Día del Niño con anticipación.

De todo su trayecto hacia México, lo más duro para Mariana fue viajar en tren. No solo por lo incómodo y peligroso del transporte, sino también por el intenso frío que enfrentó durante el trayecto. Aun así, encontró un momento especial dentro de esa experiencia difícil:

Estuvo divertido porque fue la primera vez que conocí la nieve, allá en Venezuela casi no cae nieve y aquí la pudimos conocer”, dijo con una sonrisa.

Sobre su mayor sueño, expresó que le gustaría ser cantante de reggaetón como sus artistas favoritos: Nicky Jam, Karol G, Anuel y Ozuna.

Al preguntarle cómo se siente por pasar el Día del Niño lejos de su ciudad, respondió: “Creo que la voy a pasar bien, cuando estaba allá me la pasaba muy bien, entonces yo creo que acá también la voy a pasar muy bien”, comentó.

La dura realidad de los niños migrantes en Chiapas 

Esther, de cinco años, juega con una muñeca sentada sobre una piedra en la acera de una colonia al poniente de la capital chiapaneca, mientras su madre ofrece paletas a los automovilistas a cambio de unas monedas.

Estefany Valera llegó a Tuxtla Gutiérrez en diciembre pasado, aunque salió desde finales de noviembre de su natal Venezuela. Desde entonces ha caminado junto a su hija y un grupo de personas. Sin embargo, relata que su mayor “pesadilla” la vivió en la Selva del Darién, en Panamá, donde permanecieron al menos cinco días.

Como su negocio de venta de comida se vino abajo por la situación política en su país, se vio obligada a emigrar con Esther. Sus otras dos hijas menores se quedaron bajo el cuidado de su exesposo y padre de las niñas.

“En el grupo con el que nos movimos, éramos como 31 (migrantes), todos metimos los trámites para la cita en el CBP-One, pero de esa cantidad, 11 no quedamos; no sabemos qué pasó, pero nosotros seguimos y acá estamos, porque nuestra meta es llegar a Estados Unidos”, cuenta.

Asegura que no habría podido salir de Venezuela sin el apoyo de familiares que, desde 2024, radican en Estados Unidos. Ellos la motivaron a emprender el viaje de cientos de kilómetros con su hija.

Estefany, quien pide no ser fotografiada para que su familia no se entere de que trabaja vendiendo paletas en un crucero ni de otras situaciones difíciles por las que ha pasado, agradece también el apoyo que ha recibido durante su estancia en Tuxtla.

No obstante, recuerda que cuando intentaban cruzar por el río Suchiate fueron interceptadas por un grupo criminal que las secuestró durante al menos dos días. Fueron liberadas luego de que sus familiares enviaran casi 600 dólares.

Nos pusieron un sello en los brazos, recuerdo que era un gallo, nos metieron en un lugar encerrado, y pues ahí nos mantuvieron, pero con mucho miedo porque no sabíamos lo que ocurriría”.

Avanzar por distintos países, y especialmente por la Selva del Darién, fue extremadamente difícil, más aún para su hija, quien ha padecido diversos problemas de salud: salpullido, fiebre y malestares estomacales.

A pesar de todo, la situación ha comenzado a mejorar. Su actual pareja consiguió trabajo y ya pueden rentar una vivienda, lo que les ha permitido dejar de dormir en la calle mientras reúnen dinero para continuar su camino.

Además, Estefany busca que, mientras permanezcan en Tuxtla, su hija pueda asistir a una escuela pública cercana. “Mi niña se pone triste, más cuando hace videollamadas con sus hermanitas”.

Pese a todo, agradece a Dios seguir con vida, al igual que su hija, pues su pareja no corrió con la misma suerte: fue asaltado y presenció cómo hombres armados violaban a mujeres y adolescentes en el Darién.

Migración de menores al alza

De acuerdo con Scalabrinianas Misión con Migrantes y Refugiados, entre enero y abril del año pasado se registraron 59,041 casos de migrantes irregulares menores de 17 años en México. Esto representó un aumento del 134.9% en comparación con el mismo periodo de 2023, cuando se reportaron 25,130 casos.

Durante ese mismo lapso, 2,065 niñas, niños y adolescentes (NNA) fueron repatriados desde México a sus países de origen. El 92.8% de esas repatriaciones correspondió a menores provenientes de Centroamérica, principalmente Honduras, Guatemala y El Salvador.

Por su parte, la Red por las Infancias y Adolescencias de Chiapas (Redias) informó que, de enero a agosto de 2024, se contabilizaron 69,322 infantes y adolescentes migrantes detenidos; de estos, solo 374 fueron deportados.

El Instituto Nacional de Migración (INM) reportó que, entre enero de 2019 y junio del año pasado, ingresaron a México poco más de 382,280 menores de edad, acompañados y no acompañados. La mayoría fue registrada en Chiapas, seguido de Tabasco, Veracruz y Baja California.

Quedarse en Chiapas, una buena opción

Aunque la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) ha alertado sobre el aumento de NNA que viajan solos rumbo al “sueño americano” o que se quedan en México, también hay casos de familias completas, como la de Javier y su esposa Camila, originarios de Venezuela.

Ellos también cruzaron la Selva del Darién, enfrentando asaltos y otros peligros. Camila se lesionó un pie, y sus hijos, de dos y cuatro años, presenciaron el cuerpo de una persona muerta en estado de descomposición.

La experiencia más traumática la vivieron en Tapachula, donde en diciembre pasado fueron secuestrados durante diez días. Pagaron 100 dólares por cada uno para ser liberados. “Es decir, como 8 mil pesos por todos nosotros”.

Le tuvimos que hablar a nuestros familiares porque ya no teníamos recursos, y se preocuparon”, confiesa. Durante el cautiverio, solo recibían dos comidas al día.

En ese lapso, Javier recuerda haber visto cómo los integrantes de la banda retuvieron y extorsionaron a cerca de 500 migrantes de diversas nacionalidades, y luego los dejaban ir.

Su ruta los llevó por Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala antes de llegar a Chiapas hace seis meses.

Como muchos de sus compatriotas, Javier dejó Venezuela porque su trabajo como repartidor ya no le alcanzaba para sostener a su familia.

Pero el trámite del permiso CBP-One ha complicado su avance. “Pero no lo están dando ahorita, para que no se aglomere mucho allá arriba (frontera norte), y pues todos quedas dispersados en diferentes pueblos”.

La familia también tuvo que dormir en la calle, hasta que una mujer les ofreció alojamiento. Desde entonces, su situación ha mejorado.

Javier agradece a Dios por haber evitado que su esposa fuera abusada sexualmente y que su hijo mayor superara un cuadro de desnutrición severa tras beber agua contaminada en Costa Rica. “Esa enfermedad le provocó mucha diarrea, y por eso estaba muy mal, pero ya salió”.

Aunque su idea inicial era llegar a Estados Unidos, ahora considera quedarse en Tuxtla Gutiérrez y, con el tiempo, dedicarse a la carpintería. Mientras tanto, sigue vendiendo dulces en un crucero de la ciudad.

Aunque soñaba con ser mecánico industrial, hoy solo piensa en vivir mejor junto a su familia. “Pues queríamos llegar a EU, pero no pensamos que Donald Trump iba a tomar el mandato”.

Infantes no acompañados, los más “vulnerables”

Para Yaneth Gil Ardón, presidenta de la asociación civil Una Ayuda para Ti, Mujer Migrante, la situación de las niñas y niños migrantes no acompañados es especialmente crítica. A menudo sufren maltrato físico, psicológico y violencia sexual, ya sea por parte de “polleros” o de otros migrantes con quienes viajan.

En entrevista, explica que en muchos casos los padres ya viven en Estados Unidos y envían dinero para que sus hijos los alcancen, pero el trayecto los deja en una situación de total vulnerabilidad.

Lo más alarmante, señala, es que muchos de esos menores no enfrentaban problemas en sus lugares de origen. “Pero a veces el abuelito o la abuelita ya no los quieren tener, y pues esperan que los padres se hagan cargo”.

Advirtió que hay coyotes que, junto con sus esposas, se hacen pasar por los padres de los NNA e incluso falsifican o compran actas de nacimiento para lograr su cometido. “Los niños vienen mal, pero no dicen nada, y se aguantan porque tienen la esperanza de llegar hasta donde están sus papás”.

Gil Ardón, encargada de un albergue para mujeres e hijos migrantes en Tuxtla Gutiérrez, comenta que los menores difícilmente comprenden por qué salieron de su país ni por qué están en México. “Te preguntan cosas como, ‘¿y por qué no trajiste a nuestro perrito?’ o piden regresar a su hogar, estar con su familia”.

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Aunque en fechas como el 30 de abril los niños logran sonreír y olvidarse un poco de lo vivido, la realidad es que enfrentan múltiples desafíos.