Puebla, Puebla -En la colonia Granjas de San Isidro, al sur de la ciudad de Puebla, las tardes se llenan del llanto de los bebés que las adolescentes arrullan entre los brazos. Allí, donde las calles polvorientas se cruzan con las promesas rotas de la ciudad, no es raro ver a una joven con uniforme escolar empujando una carriola. La infancia y la maternidad conviven bajo el mismo techo, y los sueños —bailar, estudiar, viajar— suelen apagarse antes de tiempo.
Guadalupe tenía apenas 16 años cuando se enteró de que sería madre. “Al principio pensé que todo estaría bien”, recuerda. Su pareja la acompañó durante el embarazo, pero desapareció después del parto. Ahora, a los 19, vive pendiente de su hija Carla, una niña que se enferma con frecuencia. “No la quiero dejar sin médico, se me ha puesto muy mal. Su papá era drogadicto y le pasó 0.01% de sustancias tóxicas; por eso, cuando se enferma, le pega más fuerte”, explica con una mezcla de resignación y ternura.
Como ella, muchas jóvenes en Puebla viven su adolescencia entre el miedo y la incertidumbre.
Te podría interesar
Lisbeth, por ejemplo, tuvo a su hijo Esteban a los 18 años y poco después enfrentó un segundo embarazo. “Me llené de miedo porque ya había tenido un aborto; mi pareja me obligó a hacerlo. Cuando volví a quedar embarazada fue como revivir todo. Lo mantuve en secreto hasta que se lo conté a mi mamá”, dice, bajando la voz. Fue su madre quien la ayudó a seguir adelante, pero el trauma la acompaña todavía.
Nadia soñaba con ser bailarina. A los 17 años, ese sueño se quebró cuando supo que esperaba un bebé. “Dirían por ahí, ya no vas a disfrutar tu juventud al 100%. Pero yo sabía muy en el fondo que no lo iba a poder dejar”, recuerda. Hoy, mientras su hijo Josué duerme, baila todavía en su cuarto, sola, en silencio.
Construyendo Mis Alas: romper el ciclo
Fue en medio de esas historias donde María Elena Quintana decidió actuar. Vecina de la colonia, madre y lideresa comunitaria, durante dos años fue presidenta de Granjas de San Isidro. Desde ahí descubrió una realidad tan dura como persistente: el 14% de las adolescentes del barrio ya eran madres. No había datos oficiales que hablaran de ellas. Solo las veía cada día con sus bebés a cuestas, caminando hacia la tienda o esperando el transporte rumbo al hospital.
De ese hallazgo nació Construyendo Mis Alas A.C., una asociación civil que busca acompañar a las madres adolescentes de Puebla. “Lo que más me dolió fue ver que lo tomaban como algo normal —cuenta María Elena—. Decían: ‘pues ya se embarazó, que se aguante’. Y yo pensaba: no, no puede ser normal que una niña deje de ser niña por falta de oportunidades”.
Hoy, la organización cumple tres años de existencia y atiende a 28 jóvenes, entre ellas a Nadia, Guadalupe y Lisbeth. Les ofrece talleres para terminar la secundaria o preparatoria, capacitaciones en oficios, apoyo psicológico y educación sexual integral. También un espacio para hablar, para llorar, para sentirse escuchadas.
“Lo más importante —dice María Elena— es que sepan que su vida no se terminó. Que pueden seguir soñando, aunque tengan un hijo en brazos”.
Los talleres se realizan en una pequeña casa adaptada como centro comunitario. Las paredes están pintadas con frases que hablan de esperanza: “No eres el error de nadie”, “Ser mamá no te borra, te transforma”. Ahí, las adolescentes aprenden a cocinar, a aplicar uñas, a leer contratos, pero sobre todo a reconocer su propio valor.
Embarazos, violencias y silencios
Los embarazos adolescentes no son solo una cuestión de salud pública: son un espejo de las violencias que atraviesan a miles de niñas y jóvenes en México.
De acuerdo con el informe: “Recuperar el Poder de las Niñas y Adolescentes en el Tiempo de Mujeres Transformadoras” de Save the Children, publicado en mayo de 2025, las complicaciones del embarazo adolescente son la sexta causa de muerte entre mujeres de 15 a 17 años.
En Puebla, según datos del INEGI, el estado ocupa el segundo lugar nacional en embarazos de adolescentes (de 15 a 19 años) y el tercero en embarazos en niñas (de 10 a 14 años). En 2024, la Secretaría de Salud registró 8,703 menores embarazadas, entre ellas 568 niñas.
Los casos estremecen: una niña de 12 años embarazada por un hombre de 33 en Tehuacán, y dos niñas de 11 años embarazadas por adolescentes de 13 y 14 años.
El informe de Save the Children advierte que el embarazo infantil y adolescente está directamente ligado a la violencia sexual, los matrimonios forzados, la falta de educación sexual y la ausencia de redes de protección familiar. Muchas veces, los agresores son personas cercanas: familiares, vecinos o parejas mayores que ejercen control sobre ellas.
“Yo no sabía cómo cuidarme”, confiesa Nadia. “En mi casa no se hablaba de eso. Cuando quedé embarazada, me dio más miedo contarlo que vivirlo”.
El miedo, el estigma y el abandono escolar son parte del mismo círculo. Una vez que las jóvenes se convierten en madres, las escuelas cierran sus puertas o las familias las aíslan. A menudo, los padres de los bebés desaparecen. Y el Estado llega tarde o no llega nunca.
Entre el miedo y la esperanza
Ser madre adolescente en Puebla significa vivir entre la precariedad y la invisibilidad. Significa cuidar a un bebé mientras se busca empleo, estudiar con un niño dormido en brazos, resistir las críticas y cargar con culpas que no les corresponden, coinciden Guadalupe, Lisbeth y Nadia.
Pero también significa —en casos como los de Construyendo Mis Alas— encontrar un refugio. Guadalupe hoy estudia enfermería; Lisbeth comenzó un curso de repostería; Nadia se inscribió en un taller de danza comunitaria. Pequeños pasos, enormes conquistas.
“Cuando las veo llegar con sus hijos, pienso que el futuro no está perdido”, dice María Elena. “Solo necesitamos más manos para sostenerlo”.
Guadalupe, Lisbeth, Nadia. Sus voces son un recordatorio de que la maternidad temprana no es un destino inevitable, sino el resultado de un sistema que falla en proteger, educar y acompañar, advierte María Elena Quintana. Construyendo Mis Alas "no puede cambiar el mundo, pero sí el rumbo de algunas vidas", señala. Y en un país donde tantas niñas han sido silenciadas, eso ya es un comienzo.
