EMBARAZO ADOLESCENTE

Embarazo adolescente: realidad marcada por abandono, violencia y lucha por salir adelante

Guadalupe, Lisbeth y Nadia son parte del 14% de adolescentes que se convirtieron en madres antes de los 19 años. Sus testimonios revelan una realidad marcada por el abandono, la violencia, pero también por la fuerza de mujeres que se niegan a rendirse

Créditos: Natalia Mora / Corresponsal
Escrito en ESTADOS el

Puebla, Puebla -En la colonia Granjas de San Isidro, al sur de la ciudad de Puebla, las tardes se llenan del llanto de los bebés que las adolescentes arrullan entre los brazos. Allí, donde las calles polvorientas se cruzan con las promesas rotas de la ciudad, no es raro ver a una joven con uniforme escolar empujando una carriola. La infancia y la maternidad conviven bajo el mismo techo, y los sueños —bailar, estudiar, viajar— suelen apagarse antes de tiempo.

Nadia Selene, de 19 años, sostiene a su hijo Josué en brazos. En su mirada se mezclan la ternura y el cansancio de una adolescencia interrumpida demasiado pronto. Foto: Natalia Mora, Corresponsal.

Guadalupe tenía apenas 16 años cuando se enteró de que sería madre. “Al principio pensé que todo estaría bien”, recuerda. Su pareja la acompañó durante el embarazo, pero desapareció después del parto. Ahora, a los 19, vive pendiente de su hija Carla, una niña que se enferma con frecuencia. “No la quiero dejar sin médico, se me ha puesto muy mal. Su papá era drogadicto y le pasó 0.01% de sustancias tóxicas; por eso, cuando se enferma, le pega más fuerte”, explica con una mezcla de resignación y ternura.

Loading…

Como ella, muchas jóvenes en Puebla viven su adolescencia entre el miedo y la incertidumbre.

Lisbeth, por ejemplo, tuvo a su hijo Esteban a los 18 años y poco después enfrentó un segundo embarazo. “Me llené de miedo porque ya había tenido un aborto; mi pareja me obligó a hacerlo. Cuando volví a quedar embarazada fue como revivir todo. Lo mantuve en secreto hasta que se lo conté a mi mamá”, dice, bajando la voz. Fue su madre quien la ayudó a seguir adelante, pero el trauma la acompaña todavía.

En el pequeño taller de Construyendo Mis Alas A.C., varias jóvenes aprenden repostería mientras sus hijos gatean entre las mesas. Allí, cada receta es también una lección de autonomía. Foto: Natalia Mora, Corresponsal.

Nadia soñaba con ser bailarina. A los 17 años, ese sueño se quebró cuando supo que esperaba un bebé. “Dirían por ahí, ya no vas a disfrutar tu juventud al 100%. Pero yo sabía muy en el fondo que no lo iba a poder dejar”, recuerda. Hoy, mientras su hijo Josué duerme, baila todavía en su cuarto, sola, en silencio.

Construyendo Mis Alas: romper el ciclo

Fue en medio de esas historias donde María Elena Quintana decidió actuar. Vecina de la colonia, madre y lideresa comunitaria, durante dos años fue presidenta de Granjas de San Isidro. Desde ahí descubrió una realidad tan dura como persistente: el 14% de las adolescentes del barrio ya eran madres. No había datos oficiales que hablaran de ellas. Solo las veía cada día con sus bebés a cuestas, caminando hacia la tienda o esperando el transporte rumbo al hospital.

De ese hallazgo nació Construyendo Mis Alas A.C., una asociación civil que busca acompañar a las madres adolescentes de Puebla. “Lo que más me dolió fue ver que lo tomaban como algo normal —cuenta María Elena—. Decían: ‘pues ya se embarazó, que se aguante’. Y yo pensaba: no, no puede ser normal que una niña deje de ser niña por falta de oportunidades”.

Guadalupe camina rumbo al centro de salud con su hija Carla. Desde que nació, la niña enfrenta problemas respiratorios por la adicción de su padre; su madre nunca ha dejado de luchar por su bienestar. Foto: Natalia Mora, Corresponsal.

Hoy, la organización cumple tres años de existencia y atiende a 28 jóvenes, entre ellas a Nadia, Guadalupe y Lisbeth. Les ofrece talleres para terminar la secundaria o preparatoria, capacitaciones en oficios, apoyo psicológico y educación sexual integral. También un espacio para hablar, para llorar, para sentirse escuchadas.

“Lo más importante —dice María Elena— es que sepan que su vida no se terminó. Que pueden seguir soñando, aunque tengan un hijo en brazos”.

Lisbeth asiste a una sesión de acompañamiento psicológico. En ese espacio, las madres adolescentes comparten miedos, culpas y esperanzas que antes callaban por vergüenza. Foto: Natalia Mora, Corresponsal.

Los talleres se realizan en una pequeña casa adaptada como centro comunitario. Las paredes están pintadas con frases que hablan de esperanza: “No eres el error de nadie”, “Ser mamá no te borra, te transforma”. Ahí, las adolescentes aprenden a cocinar, a aplicar uñas, a leer contratos, pero sobre todo a reconocer su propio valor.

Embarazos, violencias y silencios

Los embarazos adolescentes no son solo una cuestión de salud pública: son un espejo de las violencias que atraviesan a miles de niñas y jóvenes en México.

De acuerdo con el informe: “Recuperar el Poder de las Niñas y Adolescentes en el Tiempo de Mujeres Transformadoras” de Save the Children, publicado en mayo de 2025, las complicaciones del embarazo adolescente son la sexta causa de muerte entre mujeres de 15 a 17 años.

En Puebla, según datos del INEGI, el estado ocupa el segundo lugar nacional en embarazos de adolescentes (de 15 a 19 años) y el tercero en embarazos en niñas (de 10 a 14 años). En 2024, la Secretaría de Salud registró 8,703 menores embarazadas, entre ellas 568 niñas.

Los casos estremecen: una niña de 12 años embarazada por un hombre de 33 en Tehuacán, y dos niñas de 11 años embarazadas por adolescentes de 13 y 14 años.

María Elena Quintana, fundadora de Construyendo Mis Alas, conversa con un grupo de jóvenes en la colonia Granjas de San Isidro. Su meta: que ninguna niña vea la maternidad como destino inevitable. Foto: Natalia Mora, Corresponsal. 

El informe de Save the Children advierte que el embarazo infantil y adolescente está directamente ligado a la violencia sexual, los matrimonios forzados, la falta de educación sexual y la ausencia de redes de protección familiar. Muchas veces, los agresores son personas cercanas: familiares, vecinos o parejas mayores que ejercen control sobre ellas.

“Yo no sabía cómo cuidarme”, confiesa Nadia. “En mi casa no se hablaba de eso. Cuando quedé embarazada, me dio más miedo contarlo que vivirlo”.

El miedo, el estigma y el abandono escolar son parte del mismo círculo. Una vez que las jóvenes se convierten en madres, las escuelas cierran sus puertas o las familias las aíslan. A menudo, los padres de los bebés desaparecen. Y el Estado llega tarde o no llega nunca.

Entre el miedo y la esperanza

Ser madre adolescente en Puebla significa vivir entre la precariedad y la invisibilidad. Significa cuidar a un bebé mientras se busca empleo, estudiar con un niño dormido en brazos, resistir las críticas y cargar con culpas que no les corresponden, coinciden Guadalupe, Lisbeth y Nadia.

En una de las paredes del centro comunitario se lee: “Ser mamá no te borra, te transforma.” Frase escrita por las propias adolescentes, símbolo de resistencia y de nuevos comienzos. Foto: Natalia Mora, Corresponsal.

Pero también significa —en casos como los de Construyendo Mis Alas— encontrar un refugio. Guadalupe hoy estudia enfermería; Lisbeth comenzó un curso de repostería; Nadia se inscribió en un taller de danza comunitaria. Pequeños pasos, enormes conquistas.

“Cuando las veo llegar con sus hijos, pienso que el futuro no está perdido”, dice María Elena. “Solo necesitamos más manos para sostenerlo”.

Guadalupe, Lisbeth, Nadia. Sus voces son un recordatorio de que la maternidad temprana no es un destino inevitable, sino el resultado de un sistema que falla en proteger, educar y acompañar, advierte María Elena Quintana. Construyendo Mis Alas "no puede cambiar el mundo, pero sí el rumbo de algunas vidas", señala. Y en un país donde tantas niñas han sido silenciadas, eso ya es un comienzo.