Puebla, Puebla -La violencia ha comenzado a escribirse con una tinta más oscura: la de los niños que matan. Detrás de pantallas donde se propagan discursos de odio y normalización de la misoginia, y en hogares donde la violencia se respira como un aire cotidiano, menores de edad están comenzando a aparecer como responsables de asesinatos de mujeres. Una señal de alarma que desnuda el abandono emocional, la falta de acompañamiento y la descomposición social que crece en silencio.
“Algo que contribuye muchísimo es no tener conversaciones con las niñas y los niños sobre cómo perciben a las mujeres. No es algo nuevo, es algo que se ha ido cocinando durante mucho tiempo: esta relación en la cual los hombres ven a las mujeres únicamente como objetos sexuales o proveedoras de cuidados o de servicios”, explicó en entrevista con La Silla Rota Umi Choda Morales, directora del Centro Poblano de Salud Mental Integral para Niñas, Niños y Adolescentes (CEPOSAMI).
En lo que va de octubre, Puebla suma dos probables feminicidios: el asesinato de Rosa Isela Hernández Rivera, en Atencingo, y el hallazgo del cuerpo de una mujer sin identificar en la autopista México-Puebla. Ambos casos revelan un patrón que crece en silencio: adolescentes implicados en crímenes contra mujeres, en una entidad que, según la Universidad Iberoamericana de Puebla, ha registrado 244 posibles feminicidios en la última década, aunque sólo 161 han sido reconocidos oficialmente por la Fiscalía estatal.
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Lo que está ocurriendo en Puebla con menores involucrados en feminicidios no es un hecho aislado, sino parte de un fenómeno nacional que el informe Niñas, Niños y Adolescentes Reclutados (2023) de Reinserta ha documentado con precisión: la infancia mexicana está siendo moldeada por la violencia. Muchos niños, antes de comprender el alcance de sus actos, ya han sido expuestos a entornos donde la agresión se normaliza, donde las armas, las drogas o los discursos de odio forman parte del paisaje cotidiano.
En esos contextos, la línea que separa el juego del crimen se borra temprano. Los menores que hoy aparecen en carpetas de investigación por asesinatos de mujeres en Puebla son el reflejo más crudo de una niñez vulnerada que ha aprendido que la fuerza y la violencia son formas de poder y control.
Reinserta advierte que el reclutamiento temprano por parte del crimen organizado responde a una estrategia sistemática: aprovechar la fragilidad emocional, la pobreza y la ausencia de redes familiares o institucionales sólidas. En Puebla, esa vulnerabilidad se traduce en casos como el de Rosa Isela Hernández Rivera, asesinada presuntamente por un niño de 12 años, o el de Natalia Andrade, víctima de otro menor que actuó influido por un “trend” violento en redes sociales. Ambos casos evidencian cómo el abandono y la descomposición social abren paso a una nueva generación de victimarios formados en contextos de violencia estructural, donde la misoginia, la desigualdad y el crimen se entrelazan desde la infancia.
Feminicidios infantiles: la violencia que llega a los menores en Puebla
El cuerpo apareció envuelto en una cobija, tirado entre la maleza a un costado de la autopista México–Puebla. Era jueves 9 de octubre. Nadie sabía su nombre, sólo que era una mujer joven, de unos 30 años, con huellas visibles de violencia y el rostro cubierto de sangre. Su silencio fue el eco de una alerta que ya se había encendido días antes en el sur del estado.
El 3 de octubre, en la junta auxiliar de Atencingo, municipio de Chietla, Rosa Isela Hernández Rivera fue asesinada dentro de su propia casa. Quien la atacó, según los primeros reportes, fue un menor de apenas 12 años. El niño —conocido en la comunidad por pequeños robos— habría entrado al hogar de Rosa Isela con la intención de hurtar, pero al ser sorprendido, la agredió brutalmente. La apuñaló al menos 15 veces.
Rosa Isela murió desangrada, dejando en orfandad a tres hijos pequeños. En la comunidad, el horror se mezcla con el desconcierto: ¿Cómo un niño se convierte en asesino? ¿Qué violencia tuvo que aprender para reproducirla con tal brutalidad?
La Fiscalía General del Estado de Puebla abrió una carpeta de investigación por feminicidio, pero el caso no sólo suma una cifra más al registro oficial: expone una fractura social profunda. Menores que crecen entre abandono, desigualdad y discursos de odio hacia las mujeres están replicando los patrones más extremos de la violencia machista.
Hasta septiembre, Puebla acumulaba 19 carpetas de investigación por feminicidio, de acuerdo con datos de la Fiscalía estatal. A nivel nacional, la entidad ocupa la posición número 13 en este delito, según el Informe sobre violencia contra las mujeres, incidencia delictiva y llamadas al 911 actualizado hasta agosto.
Puebla en números
Durante la última década, Puebla ha ocupado un lugar alarmante en el mapa de la violencia contra las mujeres. Entre 2015 y 2025, la Universidad Iberoamericana de Puebla documentó 244 posibles casos de feminicidios, lo que coloca al estado como la séptima entidad con más casos en el país. Sin embargo, la Fiscalía local sólo ha reconocido oficialmente 161, dejando un vacío preocupante entre los hechos ocurridos y la acción judicial concreta.
Los datos del Observatorio de Violencia Social y de Género (OVSG) revelan patrones escalofriantes; muchas víctimas fueron halladas en barrancas, carreteras y lotes baldíos, y los meses con mayor incidencia son marzo y mayo. Además, en 2025 se ha registrado un incremento de homicidios dolosos en mujeres, evidenciando que la violencia sigue creciendo.
Lo que vuelve aún más inquietante, la situación es la aparición de menores de edad como presuntos responsables de asesinatos. En lo que va del año, se han documentado dos casos: uno ocurrido en marzo de este 2025, donde un niño de 12 años ingresó al domicilio de su vecina Natalia Andrade siguiendo un “trend” de redes sociales y, al ser descubierto, la asesinó durante un forcejeo; y otro, el del menor implicado en la muerte de Rosa Isela Hernández Rivera.
Ante este panorama, especialistas como Umi Choda Morales, directora de CEPOSAMI, insisten en la necesidad de implementar justicia restaurativa, un enfoque que permita a los menores comprender las consecuencias de sus actos y reintegrarse a la sociedad bajo acompañamiento terapéutico. “Una acción punitiva no resuelve de raíz lo que llevó a actuar de esa manera; se requiere un proceso que enseñe y acompañe tanto al menor como a su familia”, señaló Choda.
Los datos oficiales del INEGI también reflejan la magnitud del problema: en 2023, 684 adolescentes en Puebla fueron imputados por diversas faltas, lo que coloca al estado en el lugar 13 a nivel nacional, un indicador que evidencia la relación entre violencia juvenil y delitos graves. La combinación de feminicidios y participación de menores pone en evidencia la urgencia de políticas públicas que atiendan la violencia desde sus raíces.
Ceposami: un respiro para las familias poblanas
Inaugurado el 18 de septiembre de 2025, el Centro Poblano de Salud Mental Integral para Niñas, Niños y Adolescentes (CEPOSAMI) se presenta como un espacio de apoyo y contención para las familias de Puebla. Más allá de ofrecer atención psicológica integral, el centro desarrolla talleres y cursos dirigidos a padres de familia, con el objetivo de fortalecer la crianza, acompañar a los menores en situaciones de riesgo y prevenir conductas violentas desde la infancia.
“Lo que buscamos es trabajar de manera personalizada con cada familia. No sólo ofrecemos atención clínica, sino también capacitaciones y talleres según las necesidades que nos expresan los usuarios cuando vienen al centro. Queremos acompañarlos en el día a día para que puedan construir entornos más seguros y saludables para sus hijos”, explicó Umi Choda Morales, directora de CEPOSAMI.
El centro funciona como un punto de apoyo cercano y accesible para quienes buscan orientación y acompañamiento profesional. Para mayor información, los interesados pueden comunicarse a los números 22 22 36 27 17 y 22 21 08 40 33, o seguir las redes sociales del Sistema Estatal DIF Puebla, donde se comparten detalles sobre programas, talleres y recursos disponibles para fortalecer la salud mental de niños, adolescentes y sus familias.
