Tuxtla Gutiérrez.- Hombres armados protagonizaron un enfrentamiento el pasado miércoles por la noche en una zona concurrida de esta ciudad capital de Chiapas, el bulevar Belisario Domínguez. Ese día, Yuritza Elivani Ramírez Pérez, de 16 años de edad, regresaba a su casa en una combi del transporte colectivo de la ruta 1 (A-45), pero una bala la alcanzó.
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Su padre y su hermana, menor que ella, también viajaban en esa “unidad”, pero nunca se imaginaron que ya estaba sin vida, hasta que el vehículo de pasaje se detuvo frente a una gasolinera y la vieron recostada en uno de los asientos.
Emmanuel Ramírez, su papá, había llegado a Tuxtla desde hace como cuatro años para trabajar en una empresa del ramo de la construcción; en 2022, su esposa e hijas lo alcanzaron, pues la vida en Frontera Comalapa, municipio de donde son originarios, ya no era la misma ante la presencia del crimen organizado.
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Buscaban la paz
Yuritza era alumna del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS) número 233 de esta ciudad “coneja”, pero su tiempo libre lo dedicaba al servicio de Dios, e incluso era corista de una iglesia presbiteriana conocida como “Getsemaní”, donde recibió el cobijo de pastores y otros hermanos en fe.
Ahí, comenzó o reforzó su amor a Jesucristo, pero también desarrolló una de sus pasiones: el canto. Incluso, visitó, con su grupo corista de la iglesia, la Ciudad de México y sitios emblemáticos como Bellas Artes, en donde alguna vez soñó con evocar alabanzas al todo poderoso.
Pese a su corta edad, Elivani estudió en un Seminario Teológico y se graduó, hace un año, como ministra de música. Su avance era cada vez mayor en ese ámbito.
Una de sus metas, dice Daniel, amigo y hermano en fe de la joven, era estudiar la licenciatura en Administración de Empresas. Con un ramo de girasoles, flor que era del agrado de Yuritza, el joven externa que se siente triste, pues la recuerda como una persona servicial y de buen ánimo.
Pero todo su sueño se terminó la noche del miércoles. Ella ya no estará más en este plano terrenal, aunque sí en los corazones y mentes de quienes la conocieron.
Orán Morales, pastor de la Congregación Jesucristo Puerta de Salvación, lamenta que la situación de violencia sea una realidad, por lo que pide a las autoridades tomar en serio sus responsabilidades para que la sociedad respire paz.
“No sólo hablamos por lo que pasa con la familia de Elivani, cuya vida fue arrebatada por esa bala perdida, sino que rogamos a la autoridad que no quede impune este caso, que haya un seguimiento, que no se haga oídos sordos”.
Reconoce que, por hechos de violencia, Emmanuel, su cónyuge e hijas tuvieron que buscar la tranquilidad en Tuxtla, sin saber que aquí hallarían la muerte. urge, dice, promover la paz, pues el tejido social se desarticula por la situación que se vive en Chiapas.
“Hago un llamado a los grupos armados, que sean conscientes, que no se metan con las familias, ni con los civiles; vayan con los que la deben, no con los que no la debemos”, sugiere.
De acuerdo con el Observatorio Feminista contra la Violencia a las Mujeres de Chiapas, de enero a octubre de este año se han registrado 166 muertes violentas de mujeres; de esa cifra, detalla, al menos 51 casos de tratarían de feminicidios.
Abenamar Fonseca Morales, consejero de la iglesia a la que acudía Elivani, lamenta el fallecimiento de “una niña que estuvo formada en familia”. Incluso, recuerda que, hace como seis meses, ellos recibieron a la muchacha en su congregación; la hicieron, como dice, como parte de su familia espiritual.
Para él, es importante que las autoridades asuman su responsabilidad y, en principio, apoyen a la familia a sufragar los gastos que se generarán para darle cristiana sepultura.
Tras reconocer que por la violencia en Frontera Comalapa los acuerparon en su iglesia, lamenta que gente “de ese tipo” haya acabado con la vida de la joven quien, agrega, era sana, “su mamá también es parte del coro”.
Elivani, quien hace como dos años vino a Tuxtla a buscar la paz, regresa este jueves, en un ataúd, a la tierra que la vio nacer y crecer, Frontera Comalapa, donde la violencia también es el “pan nuestro de cada día”.
VGB