TUXTLA GUTIÉRREZ.- Juan Hernández camina, todos los días, entre las tumbas y los senderos del panteón municipal. A diferencia del año pasado, cuando no se daba abasto porque la pandemia acabó con la vida de cientos de personas, hoy respira sereno pues, este camposanto alcanzó su máxima capacidad; ya no quedan lugares, y por ende “la chamba es poca, o normal”.
Sentado en una banca de cemento, quien es uno de los 50 sepultureros de ese espacio de 12 hectáreas rememora que, durante al menos tres o cuatro meses no conoció el descanso (entre mayo y agosto de 2020): enterraba, a diario, entre 10 y 15 cadáveres, todos con algún diagnóstico relacionado a la Covid-19.
Ante el continuo contacto con muertos por el SARS Cov-2, el hombre, de 65 años, originario de Oaxaca, también se infectó: “De pronto, me empecé a quedar sin oxígeno, no podía respirar, se me doblaban las rodillas, ya no podía seguir…”, advierte.
Aunque presentó síntomas relacionados a esa enfermedad, confía a La Silla Rota que no se hizo una prueba, ni ingirió algún medicamento; con todo y molestia “encima”, no dejó de acudir a sus labores.
Como a la semana de apenas poder dar un paso y con el pecho oprimido, Juan, padre de cuatro hijos, no aguantó más: compró dos botellas de mezcal, las cuales bebió por completo hasta quedar tirado en medio del cementerio.
Según él, este fue sin duda el supuesto remedio que lo mantiene vivo, pues luego de tomárselas, las molestias desaparecieron de su cuerpo; “una maravilla, me estaba muriendo, y creo fervientemente que ese trago quemó al virus, lo eliminó”.
Juan es panteonero desde hace 20 años, tiempo en el que nunca había visto una situación similar como la de enterrar, de día y de noche, a cientos de personas.
-¿No tiene miedo de enfermarse otra vez de eso?
- ¡No, fíjate: el que va morir, va morir!
En ese lapso de crisis sanitaria, rememora de nueva cuenta, obtuvo buenas ganancias de su chamba, pero también sabía que el peligro era inminente, hasta que lo comprobó casi a finales de junio del año pasado.
Para él, hay algo que también lo ha mantenido firme: su fe en Dios, pues la ha librado pese a que, en ningún momento (hasta en la actualidad), utiliza el cubrebocas u otra protección.
Con esa misma confianza y a pesar de que estuvo al borde de morir, está dispuesto a regresar mañana, desde las 6 horas, cuando empieza su jornada laboral, misma que culmina a las 6 de la tarde. “Estoy acostumbrado a los muertitos”, externa.
Juan está convencido del poder “curativo” del mezcal, y por ello guarda una botella, en alguna cripta del panteón, debido a que todos los días ingiere por lo menos un “caballito”.
Ese mismo remedio lo comparte con sus demás compañeros, pues todos están expuestos. De hecho, una gran parte de ellos ya sintió lo que es no poder respirar, o no sentir sabores ni olores, o los intensos dolores de cabeza y fiebre.
“Toda mi vida he sido así; si me da gripa, ¡mezcal!; si tengo tos, ¡mezcal!; es efectivo, me cura de volada”, insiste el hombre de sombrero y playera a rayas que, además, confiesa que no le quedaron secuelas, “hasta más sano quedé”, menciona entre risas.
esc