Tuxtla Gutiérrez (La Silla Rota).- Por al menos un día, Teresa de Jesús Jiménez “hizo guardia” a las afueras del Hospital General del ISSSTE, ubicado en el Libramiento Norte Oriente de esta ciudad capital, para que el personal médico le recibiera a su esposo, quien estaba al borde de la muerte porque requería de un cambio de catéter y, por ende, su respectiva hemodiálisis.
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Sin embargo, confiesa la mujer en entrevista, al llegar el pasado viernes por la mañana a ese lugar, de inmediato el dictamen de una doctora, “a ojo de buen cubero”, fue que don Édgar Ruiz, de 47 años de edad, requería de internamiento en el área de pacientes probables de covid-19, con el argumento de que presentaba algunos síntomas como: tos, fiebre, dolor de cabeza e incluso gripa.
Aunque en el nosocomio le insistían que fuera aislado con los demás pacientes del coronavirus y tras realizarle la toma de unas placas, su esposa suplicó que no lo internaran, y tras una leve discusión, logró sacarlo y luego llevarlo a una clínica particular en una colonia cercana, donde le brindan el servicio de hemodiálisis pero subrogado; tampoco los atendieron.
“Primero me dijeron que le harían la prueba (del covid-19), y que el resultado estaría en 72 horas, pero eso es imposible porque mi esposo estaba mal, no soportaría tanto tiempo, pues requería del cambio de catéter porque se podía morir intoxicado”, externa.
En la desesperación porque al paciente le comenzó a temblar la cabeza, efecto inmediato cuando las toxinas hacen estragos en ese tipo de enfermos del riñón, a doña Teresa no le quedó de otra que retornar al ISSSTE, donde le negaron la atención e incluso fue víctima de burlas por parte de algunos empleados del mismo, “se reían porque me la pasé dando vueltas en el hospital en busca de ayuda”, lamenta.
Lo que más le generó desconfianza, advierte, es que un nefrólogo de ese instituto, Carlos García Román, les condicionó la entrada: los originarios del municipio de La Concordia, en la región Frailesca de Chiapas, tenían que firmar un documento en donde aceptaban que don Édgar, hemodializado desde hace poco más de tres años, sí presentaba los síntomas relacionados al SARS COV-2, pues de lo contrario tendrían que buscar otro centro de atención.
“Le dije a ese nefrólogo, quien por cierto ya ha atendido a mi esposo de forma particular: ‘Usted nos conoce, pero como no tengo el dinero en mano nos rechaza’, y se quedó callado”, revela la mujer, quien refiere que su marido no se hincha, como suele ocurrir con los enfermos de los riñones, sino que una cierta cantidad de agua se va hacia sus pulmones, como le sucedió apenas el lunes pasado.
Teresa y su cónyuge esperaron hasta el sábado pasado en su automóvil a las afueras del ISSSTE, en espera de que los galenos y directivos se apiadaran y lo recibieran, no obstante que el diagnóstico lo hubieran cambiado por coronavirus. Pero no fue así, y por ello tuvieron que buscar auxilio en una clínica particular, donde ya es atendido.
Lo que más la alertó para no esperar más, fueron las advertencias de dos personas: una policía de seguridad privada y otra de una trabajadora de limpieza, ambas del hospital: no dejar a Édgar en manos del ISSSTE “porque lo más seguro, insistieron, es que ahí lo maten; tengo impotencia, me arden los ojos de tanto llorar”.
bl