Para los pesimistas crónicos, un rapto de optimismo puede resultar una enfermedad de riesgo. No fueron pocos los militantes de la derrota permanente, que, desde agosto de 2021, cuando Lionel Messi firmó para el Paris Saint Germain, venían repitiendo como si se tratara de un brote de locura que Argentina sería el próximo campeón en Catar.
Hoy, con la historia ya escrita, sería un hermoso pasatiempo buscar y hallar a esos especímenes sorprendidos por un rapto de fe, en medio de tanta negatividad con la que cargan buena parte de los argentinos. Quien esto escribe conoce a varios. Principalmente a uno, que, acostumbrado a empobrecerse en las carreras de caballos, terminó salvando los gastos navideños al apostar por la escuadra capitaneada por Messi, cuando muy pocos se animaban a creer en el equipo y el técnico Leonel Scaloni. Hoy propala a los cuatro vientos que no estaba loco, cómo había llegado a creer, que no es vidente, que le gusta el fútbol, pero también le gusta que no le vendan gato por liebre, y este Mundial, desde el bosquejo, venía oliendo a Messi y a esa máquina formidable de generar negocios en la que se convirtió su apellido. Eso, por un lado, por otro lado, el fútbol.
El hombre en cuestión sabe todo lo que tiene que saber de caballos, como sabe de fútbol, pero como el ser politizado in extremis que es, también sabe leer al poder e interpretar hasta su mímica. Incluso de la FIFA
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Y si del lado de fútbol hablamos, desde que asumió como entrenador en 2018, Scaloni moldeó un grupo alrededor del exjugador del Barcelona, compacto, de buen pie y excelente dinámica, alternando la juventud de la mayoría con la veteranía del astro y de Ángel Di María. El equipo fue de menor a mayor en todo momento. Desde las eliminatorias hasta la obtención de la Copa América; desde la derrota (¿obsequio para apostadores con excelente información?) hasta ese partidazo que terminó ejecutando la albiceleste contra Francia, en la final, donde Rodrigo De Paul y De María jugaron el partido de sus vidas y donde Messi terminó por convertir a los argentinos en politeístas: ahora tienen más de un dios, uno en el cielo (Maradona) y otro aquí, entre los mortales.
Y fue en ese lado, en el que fruto de ese juego que no es más que la representación misma de la vida misma en 90 minutos, un país desbordó de alegría, en medio de tanta malaria económica y social.
En el otro lado, en el de la FIFA, organizadores y patrocinadores, todo se mensura de manera muy distinta y a largo plazo. El escándalo en el parlamento europeo, con varios eurodiputados y su exvicepresidenta Eva Kaili bajo investigación penal por presunta corrupción para influir sobre los organizadores del Mundial, está recién al alba de la investigación. Todo indica que habrá material de sobra para tejer conjeturas y llegar a conclusiones en cuanto a si este Mundial pudo haber tenido un final acorde a sus oscuros orígenes.
Para la anécdota quedarán los arbitrajes sospechosos, la desaparición del VAR y sus operadores, a partir de cuartos de final y todo lo demás. El show debe continuar y la FIFA y algunos gobiernos saben de estas cosas. Para muestra ahí está el Mundial 78, en Argentina, con una dictadura militar sin frenos disponibles, celebrando el mundial obtenido por la selección local mientras a escasos 1.100 metros del Estadio se vejaba, se torturaba, se asesinaba a discreción. Sospechas abundan desde entonces, para otras ediciones de la copa. Y es que la política y los intereses geopolíticos también patean a la portería. A veces más, a veces menos. Pero ese es tema para otro artículo (y, ¿por qué no?, para una enciclopedia).
Lo cierto es que el mejor jugador de la actualidad, asistido por ese equipo con hambre de gloria, obtuvo la Copa del Mundo y su país se benefició como nadie. Una explosión de fervor nacionalista, de locura y chauvinismo exacerbado, ganó a toda la Argentina y a todos los argentinos desparramados por el mundo. Un dato que podría ser colorido y nada más, con las acostumbradas desmesuras como rúbrica, como marca indeleble del país en cuestión pero que, inevitablemente, ya se convirtió en un hecho político en sí mismo.
Scaloni debutó como técnico en la selección argentina, agredido por todo el periodismo y por el D10S Maradona, allá, poco antes de su último derrumbe físico, cuando dijo que “Scaloni no puede dirigir ni el tráfico”. Humilde, abnegado al trabajo, hombre de declaraciones justas, de carácter ameno para con sus dirigidos y con ese apellido podría pasar por un hombre oriundo de cualquier país menos de la Argentina. Pero por suerte para sus compatriotas, nació en un pequeño pueblo de la Provincia de Santa Fe.
Messi no terminaba de cuajar para el argentino medio. Y es que su carácter y su profesionalismo suelen ir de la mano, siempre. No cantaba el himno en los partidos, no profería exabruptos como Maradona, hasta que después del partido con Países Bajos, le dedicó a Wout Weghorst, el que había anotado los dos goles para su equipo ese “anda para allá, bobo”. Sorprendió a propios y a extraños. De Emiliano “Dibu” Martínez y se puede esperar cualquier cosa, pero de Messi no.
Después de una final de infarto, la Copa se fue para Argentina y ahí, mientras afloraba lo mejor que puede mostrar un país (su equipo de fútbol), volvió a salir a flote lo peor, el exitismo exacerbado, la burla, ciertos giros discriminatorios contra los franceses descendientes de africanos, los gestos del portero Martínez (del que ninguna autoridad ha puesto el foco en su comportamiento) cuando recibió el premio del mejor arquero. Gestos que ayudan a entender a conciencia por qué su psicólogo personal, David Priestley tiene ahora sus 10 segundos de fama. Incluso el exjugador del Tijuana, Guido Rodríguez, quien milita actualmente en el Real Betis español, se las arregló para no jugar ni un minuto pero para dar una nota negra en el mundial, cuando disparó una actitud deplorable con un simpatizante mexicano que corría al bus en Catar para regalarle un sombrero charro. Esa fue una más de otras tantas obscenidades argentinas durante y tras el final del torneo. Más y mejor materia prima para abonar ese género del humor que en México saben explotar como nadie: los chistes sobre argentinos…
Todos gestos, conductas, de exponentes minoritarios de una sociedad cuya raíz cultural es de origen incierto. Si hasta The Washington Post se preguntaba en días pasados ¿por qué no había negros en la selección argentina?
Si bien es un tema para teorizar largo y tendido, rápidamente se puede decir que el país de los campeones del mundo es un país abonado a los genocidios: primero fue en la guerra contra el Paraguay (1864-1860), donde los afrodescendientes fueron en primera fila como carne de cañón, provocando decenas de miles de muertos. Después fue en la denominada “Conquista de Desierto” o la guerra contra las etnias originarias (1878-1875), cuando fueron masacrados cientos de miles de indígenas. Y recién después llegaron las ventajas migratorias para millones de extranjeros que terminaron atravesando culturalmente a esa nación.
Así la historia, la raíz cultural más fuerte que tienen hoy los argentinos está en las tribunas de los estadios, y todos los cánticos y distintas manifestaciones culturales que de allí surgen.
Por eso los festejos pudieron haber sido apoteósicos si no fuera porque hay un gobierno, el de Alberto Fernández, incapaz de organizar una kermés. Un gobierno que no dudó ni un instante en pasarle la factura al plantel campeón del mundo por negarse a ir a la Casa de Gobierno a celebrar el título, para no politizar semejante logro.
Según fuentes confiables, los jugadores ya habían advertido en Catar que no aceptarían que el exvicepresidente Mauricio Macri, actualmente con un cargo en la FIFA y con asistencia perfecta a los partidos de la selección, fuese quien participe de la entrega de trofeos. Después, guiados también por Messi, resistieron todas las presiones del gobierno para dejarse sacar la foto con miembros del mismo en el balcón histórico de la Casa Rosada (sede de Gobierno). Cuando el no fue rotundo, recién ahí el dispositivo policial que acompañaba a los jugadores desistió de continuar. Justo en el medio de los festejos callejeros, lo que terminó desatando una puja político-organizativa entre el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández y el presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia.
Al bus con los jugadores no se le permitió llegar al obelisco, porque el esquema de seguridad recibió la orden de retroceder, y se generaron los desmanes que terminaron con heridos y detenidos. Todo, mientras desde la televisión pública se atacaba a los futbolistas campeones acusándolos de “desclasados” por no “tener una posición política”. Para más evidencias, un poco de agua. Esto no solo es fútbol, es también política y cuando las dos cosas se mezclan y llegan entrelazadas a tierras argentinas todo se vuelve de baja estofa.
Y ese es, precisamente, el hecho político más importante que puede generar hoy por hoy el país sudamericano. Solo un equipo de fútbol, con la rutilante y silenciosa estrella de Messi puede sacar a la calle a cuatro millones de personas sin distinción de banderías políticas. Algo que es una utopía para cualquier gobierno. En este caso, un gobierno cuyo presidente se quedó en ascuas y sin la foto que tanto quería, al tiempo que su jefa, Cristina Kirchner, no tuvo mejor idea que saludar por Twitter a Messi, por el logro resaltando “el gesto maradoniano” del “…Andá por allá, bobo…” sobre cualquier gesto de su brillante carrera deportiva.
Un gobierno que, ahora, cuando bajen las aguas del júbilo, deberá explicar por qué ahora, decidió entrar en guerra con esos jóvenes futbolistas, en su extensa mayoría de extracción popular, que fueron capaces de hacer lo que nadie se atreve por esas pampas: ganar las calles y colmar de alegría a millones de personas, dejar plantado a los cada vez más débiles representantes del poder. Y todo con una herramienta política que, bien utilizada, en esas pampas puede ser infalible: el fútbol.