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Teherán ¿tan lejos del uranio y tan cerca del Mossad?

Mientras Irán está sujeto a tratados y obligaciones verificables, Israel no forma parte de ningún acuerdo, no reporta ni se somete a inspección alguna. | Eduardo Zerón García

Escrito en OPINIÓN el

Nadie, pero absolutamente nadie, puede afirmar que la llegada del régimen de los Ayatollahs haya traído a Irán algún beneficio desde su instauración. Ni libertad, ni prosperidad, ni desarrollo. Las mujeres han sido objeto de abusos impensables —en ocasiones absurdos— por parte de su policía política, mientras el régimen ha extendido su inestabilidad a la región a través de sus proxies: ahí están Líbano, Siria, Yemen e incluso Palestina, marcados por una política recalcitrante, necia, perversa y profundamente obtusa.

Sin embargo, pese al carácter nefasto del régimen que por más de cuarenta años se ha perpetuado ante el asombro —o la pasividad— internacional, lo cierto es que Teherán aún está lejos de consolidar una capacidad operativa plena para desarrollar armas nucleares. ¿Por qué? Porque sigue siendo parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), ha recibido múltiples inspecciones del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y ha sido advertido en repetidas ocasiones por no cumplir compromisos clave: limitar el enriquecimiento de uranio a menos del 3.67% —lo ha elevado hasta más del 60%—, reducir el número de centrífugas y permitir inspecciones irrestrictas.

Tampoco ha cumplido con el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) de 2015, que tenía como propósito evitar que Irán desarrollara armas nucleares a cambio del levantamiento gradual de sanciones económicas impuestas principalmente por Estados Unidos. Pero mientras Irán está sujeto a tratados y obligaciones verificables, Israel no forma parte de ningún acuerdo, no reporta ni se somete a inspección alguna y, según estimaciones públicas difundidas en medios internacionales, posee alrededor de 300 ojivas nucleares. Podrían ser más. Podrían ser menos. Nadie lo sabe con certeza.

Parecería entonces que, bajo la lógica más básica del derecho internacional, las acciones de Israel no son claras, ni puntuales, ni justificables plenamente. Pero ¿cuál es la realidad? Israel enfrenta lo que define como una amenaza existencial. Y ese estado ha alcanzado un grado de sofisticación impresionante en sus aparatos de inteligencia. Tiene vastas redes de informantes, capacidades de señal, imagen y análisis que le permiten ejecutar operaciones de precisión quirúrgica. Aunque no tenga el músculo bélico de Estados Unidos, sí tiene —y lo ha demostrado— la capacidad de llevar a cabo ataques precisos, como el que fuimos testigos hace apenas unos días.

¿Qué decidió Israel? Aun sabiendo que eliminar completamente el programa nuclear iraní es poco probable, Tel Aviv optó por regresarlo a lo básico: obligar a Irán a empezar de cero. Que los tres años que lo separaban de tener una bomba se conviertan en diez, veinte. Que el tiempo juegue a favor. Que no haya artefactos nucleares circulando por las manos de sus proxies en la región.

Lo que ha hecho Israel ha sido impresionante, calculado, meticuloso. Primero fue desmantelando los tentáculos regionales de Teherán. Ahora, con precisión quirúrgica, va contra el núcleo. Pero lo que realmente busca el gobierno de Netanyahu es el cambio de régimen. Por eso ha intentado persuadir a Trump, aunque este último no ha dado la autorización para avanzar en un asesinato directo del Ayatollah. La Casa Blanca analiza con pinzas las posibles repercusiones: una escalada regional, terrorismo asimétrico internacional, disrupción del comercio global. Porque si Irán se siente acorralado, podría responder cerrando el estrecho de Ormuz, por donde transita el 20% del petróleo mundial.

Además, Trump —en materia diplomática— no está dispuesto a tirar por la borda el restablecimiento de relaciones que tanto trabajo ha costado, especialmente con Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Omán, Kuwait y Qatar. Todas esas relaciones le representan una ventaja estratégica no solo militar, sino también comercial. Ingresar al conflicto podría poner en entredicho los acuerdos que ha forjado, muchos de ellos al margen de Israel.

Estados Unidos tiene tres cartas sobre la mesa: ser el negociador de paz, salirse de toda negociación o entrar de lleno a respaldar a Israel, comprometiendo sus propios intereses. ¿Para qué pelear, si se puede hacer negocio? Y más aún cuando las necesidades energéticas son apremiantes, en tiempos como estos.

¿Cuál es el verdadero dilema? Irán no es una broma. Durante años, nadie ha querido enfrascarse en una confrontación directa con ellos. Trump tiene buenos canales diplomáticos secundarios con Teherán, y lo más probable es que haya optado, de momento, por no escalar. Pero como todo en esta región… todo está en veremos.

La otra cara de la moneda

En distintos estados de la República se han desplegado acciones preocupantes contra la libertad de expresión. Uno de los casos más graves se dio en Campeche, donde la jueza Guadalupe Martínez Isidro Yerbes vinculó a proceso al periodista Jorge Luis González Valdez por supuestos delitos de incitación al odio y violencia en su contra.

Algo similar ocurre en Puebla, donde se aprobó la llamada #LeyCensura, que castiga con penas legales a quienes “insulten” a autoridades, incluso a través de redes sociales.

Se trata de un escenario cada vez más hostil para quienes ejercen un periodismo serio y comprometido. Es lamentable que desde el poder se busque criminalizar el disenso, sofocar la crítica y deslegitimar el derecho a cuestionar. En una democracia.

Eduardo Zerón García

@EZeronG