En estos días, un sinnúmero de notas periodísticas, columnas de opinión y publicaciones en redes sociales han dado cuenta de la vida y obra de Mario Vargas Llosa, gran escritor y polémico personaje por sus posiciones políticas que recién falleció a los 89 años. Vargas Llosa pasó de ser un ferviente simpatizante de la revolución cubana y de Fidel Castro –con quien rompió después de que encarcelara al poeta Heberto Padilla–, a un férreo defensor de la libertad y la democracia.
También fue quien declaró que México, en la época dorada del PRI, era una dictadura perfecta, que no hay dictaduras buenas o menos malas ya que cuando te están pisando en el cuello con una bota, no importa si está en el pie izquierdo o en el derecho, y que la más mediocre democracia es preferible a la más perfecta dictadura sin importar que estén a la cabeza Pinochet o Fidel Castro. Pero más allá de las coincidencias o discrepancias con el pensador y político, nadie puede cuestionar su trascendencia literaria con su vasta obra entre la que se puede mencionar: La ciudad y los perros; La guerra del fin del mundo; Conversación en la Catedral; Pantaleón y las visitadoras; Travesura de la niña mala; La fiesta del Chivo; El sueño del celta; Cinco esquinas y un largo etcétera.
El mismo 13 de abril, también a los 89 años falleció Leonila Vázquez, cuyo ejemplo de vida merece el mayor de los reconocimientos pero que lamentablemente poca atención ha recibido. Esta gran mujer y defensora de los derechos humanos fundó, junto con su hermana hace 31 años, un grupo conformado por mujeres campesinas conocido como Las Patronas, por ser el nombre de la localidad en el municipio de Amatlán de los Reyes, en Veracruz, de donde son originarias.
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Se cuenta que una mañana, las hermanas Vázquez estaban esperando el paso del tren de carga al que se le denomina como La Bestia –que recorre todo el país desde los límites con Guatemala hasta la frontera con Estados Unidos y es abordado irregularmente y con muchos riesgos por migrantes– para poder cruzar, cuando viajeros les gritaron que tenían mucha hambre ante lo cual, les arrojaron el pan y la leche que llevaban a su casa para desayunar. A partir de entonces y a la fecha, se organizaron con vecinas de la comunidad para preparar comida, colocarla en bolsas que transportaban en unas carretillas hasta las vías del tren, y repartirlas entre quienes viajan en él aprovechando los puntos en que disminuye su velocidad.
Actualmente reparten unas 300 raciones de alimentos y agua gracias a los donativos que reciben principalmente en especie de empresas y organizaciones sociales, también les dan apoyo para regularizar su situación migratoria e incluso para repatriar los cuerpos de familiares que mueren en Estados Unidos, y ya cuentan con un comedor y albergue temporal. Por esta gran labor humanitaria les han otorgado varios premios, entre ellos, el Premio Nacional de Derechos Humanos en 2013 y se han hecho varios documentales. En estos tiempos de tanta violencia y mezquindad, debemos tener presente el ejemplo de La Patrona, así como de su hermana, quienes teniendo muy poco decidieron compartirlo con quienes no tenían nada y entregaron su vida en ello.
