PARÍS 2024

París es una inmensa metáfora

París fue, esta vez ante millones de espectadores, “esa inmensa metáfora” que atrapó –toda su vida– a Julio Cortázar, la inmensa metáfora del anhelo de inclusión. | María Teresa Priego

Créditos: EFE
Escrito en OPINIÓN el

En distintos momentos de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos recordé la frase de Julio Cortázar: “París es una inmensa metáfora”. "El Nuevo Frente Popular" ganó las últimas elecciones en Francia, no sucedió sin dificultades, la ultraderecha liderada por Marine Le Pen avanzaba con una firmeza que puso a temblar a las izquierdas y las convocó a unirse. La Agrupación Nacional de Le Pen quedó en tercer lugar. En ese contexto, la ceremonia de inauguración –cuyo desarrollo ya estaba planeado desde mucho tiempo antes– ahondó la profundidad de sus significados: una Marianne (símbolo de la revolución francesa) negra, la mezzo soprano Axelle Saint-Cirel originaria de la isla de Guadalupe cantó La Marsellesa

Entiendo que la entera ceremonia es una carta a los reyes magos, al mundo que podría ser, no al que es: pero los símbolos importan y las batallas culturales a la larga se ganan a los muchos simbolazos. Una toma que dura apenas unos segundos: la memoria y el acto político. La delegación argelina lanzó rosas al río al pasar debajo del puente desde donde el 17 de octubre de 1961 la policía francesa arrojó los cuerpos de argelinos asesinados por participar en una manifestación por la independencia de Argelia que fue brutalmente reprimida: “Este gesto es un homenaje a los mártires del 17 de octubre de 1961. “¡Viva Argelia!” Las rosas, como alguna vez los cuerpos, flotaron en el Sena.

Como una diosa (dorada) la cantante Aya Nakamura irrumpió haciendo malabares con el francés a las puertas mismas de la Academia Francesa. El final de la ceremonia de los Juegos Olímpicos con Celine Dion cantando "El himno al amor " de Edith Piaf, fue muy conmovedor. Suave. Estético. Correcto. Blanco. Previsible. Deliciosamente francófono y bien peinado. Pero mirar y escuchar a Aya Nakamura romperla, lo que se dice: romperla (en más de un sentido) fue mi momento de levitación. Aya es originaria de Mali y nacionalizada francesa. Cuando se hizo público que estaba invitada a participar en la ceremonia de los Juegos Olímpicos, la ultra derecha armó una campaña en su contra: "No hay manera Aya, aquí es París, no el mercado de Bamako".

Una de las principales acusaciones: "las letras de las canciones de Aya denigran y maltratan a la lengua francesa". Pero, obvio: Aya los desquicia porque es, además, migrante y negra. Digamos que Aya toma la lengua como si fuera plastilina (¿acaso –de alguna manera– no lo es? y canta en un mezcladero de palabra correcta, lenguaje coloquial y periférico, préstamos del inglés o del castellano. Tira realidad, tira barrio. Tira sensualidad. Aya reivindica el habla cotidiana. El habla desde la marginalidad. Aya es la hija de una Francia multicultural y multiétnica que no tiene marcha atrás. (Con esa pena, Marine Le Pen). Miren nada más que no solo canta, regresemos al dónde y al con quien: Aya y sus bailarinas emergen ni más ni menos que del edificio bello y solemne de la Academia Francesa. El espacio sagrado de Los guardianes de la Lengua. 

Esa Academia cuya mayoría de integrantes estuvo a punto de morir de un infarto colectivo cuando invitaron a ser parte a Marguerite Yourcenar porque, humillación de humillaciones: era mujer. "No le va a quedar el uniforme", ¿cómo una mujer va a cargar una espada? Esos eran los "problemones" de los académicos imposibilitados para alegar que Yourcenar no es una grande de las letras. No puedo evitarme la otra parte de la anécdota, ante la angustia “estética” de los académicos, el diseñador Ives Saint Laurent (todo galante) saltó a la palestra: “yo diseño el vestido de Académica para madame Yourcenar”. Y así fue. En cuanto al tema de la espada, en 2008, cuando Simone Veil fue la sexta mujer elegida para ser integrante de la Academia, hizo inscribir en su espada su número de deportada, el que en Auschwitz grabaron en su brazo. 

Aya avanza por el Pont des Arts hasta que se topa con la banda de música de la guardia republicana y sus sombreritos (también solemnes). Mali fue una colonia francesa. Es una “confrontación” que provoca un sentimiento de “inquietante extrañeza”. Por un lado solo mujeres afro-francesas, por el otro, solo hombres blancos en uniforme militar. A mitad del Pont des Arts la banda de la guardia comienza a seguir el ritmo de Aya y baila con ellas. A pasitos prudentes, la banda se integra. Muchos aplausos, también oleadas de indignación: “La Guardia Nacional humillada por Aya Nakamura”. Un vocero de la Guardia salió a decir que de humillados, nada. Ellos más bien contentos.

Otra de mis secuencias preferidas: el juego de seducción en la biblioteca en “honor” al “ménage à trois” expresión que el francés ha exportado al mundo. ¿Cómo olvidar “Jules et Jim” ese clásico del cine dirigido por Truffaut? Y, sí, los franceses no podían dejar de mostrarnos el orgullo de sus sensualidades y de sus grandes obras literarias. Rodeados de libros, tres personas intercambian miradas y gestos seductores, que se intercalan con tomas que nos muestran portadas de grandes obras de la literatura francesa que tratan de amores: “Bel ami” de Maupassant, “Pasión simple” de Annie Ernaux, “Relaciones peligrosas” de Pierre Choderlos de Laclos, “El diablo en el cuerpo” de Raymond Radiguet, entre otros. “Imagine”, cantada por Juliete Armanet desde una plataforma flotante ya caída la noche.

París fue, esta vez ante millones de espectadores, “esa inmensa metáfora” que atrapó –toda su vida– a Julio Cortázar. La inmensa metáfora del anhelo de inclusión

María Teresa Priego

@Marteresapriego